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Escritor peruano Alfredo Bryce Echenique. (Foto: CMS).

Entrevista a Alfredo Bryce Echenique

Publicado: 2012-07-17

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR

Alfredo Bryce Echenique sigue siendo el mismo. A pesar que desde hace algunos años su mítico bigote, aquel que lo distinguía en las viejas fotografías, ha migrado de su rostro siempre amable. Sin embargo, sus anteojos redondos aún permanecen como un inconfundible sello personal. El tiempo transcurre, pero él conserva esa maravillosa capacidad para envolver a sus interlocutores con la calidez y desenfado de sus palabras. No es la primera vez que conversamos. Cuando terminó de escribir el segundo volumen de sus antimemorias, Permiso para sentir, allá por el año 2004, pude entrevistarlo en calidad de primicia para un diario local. Han transcurrido ocho años desde aquella vez y ahora se trata de su nueva novela Dándole pena a la tristeza (Peisa, 2012) la que me tiene nuevamente frente a él, ahora en su departamento de San Isidro. Esta nueva entrega literaria gira en torno al ascenso y caída de una familia que en su momento de esplendor ostentaba gran poder económico gracias a la fortuna generada por un pionero de la minería.

Para Bryce, la elección de los títulos de sus libros resulta fundamental. “Sin título no hay novela”, enfatiza el autor de Tantas veces, Pedro, mientras bebe un sorbo de su vodka tonic.

–El título Dándole pena a la tristeza lo tuvo desde hace mucho, ¿verdad?

Sí, es cierto. En el año 1977, en uno de mis viajes a Lima, cuando todavía vivía en París, me alojé en casa de mi madre, ya viuda. Ella me dijo: no dejes de visitar a la mama Rosa. ¿Quién era la mama Rosa? Era una señora de Cajamarca, específicamente de Celendín. Ella había trabajado con mi familia mucho tiempo. Había cargado a mi madre, nos había cargado a nosotros, los hijos, y había cargado a los hijos de mis hermanos. Había cargado a tres generaciones de la familia. Y era un miembro más, vivía entre nosotros. Y cuando mis padres la jubilaron le regalaron una casa en un barrio popular en el Rímac. Entonces hablé con ella y le dije: mama Rosa, cómo estás. Aquí, pues chinito, dándole pena a la tristeza. Esto será algún día una novela, me dije.

–¿Qué lo hizo finalmente decidirse a escribir la novela?

Creo que el momento había llegado. De alguna manera ordenas tu producción literaria. He tenido novelas como La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, No me esperen en abril, entre otras, que transcurrían en el mundo entero. Eran peruanísimos los personajes, pero confrontados con el mundo. Allí revelaban su intensa y apasionada peruanidad. Y ya me tocaba una novela que transcurriera en el Perú. Después de tres años de haber regresado al país, escribir esta novela era una prioridad. Y así fue. Escribir el último libro, La esposa del rey de las curvas, que también tiene gran cantidad de cuentos que transcurren en el Perú, me llevó a saber que había desembocado ya en el título que mama Rosa con gran generosidad me había dado.

–Usted ha mencionado que esta es una novela anti-Un mundo para Julius. ¿A qué se refiere?

Me refiero al hecho de que Un mundo para Julius trata sobre una clase despreocupada, frívola, ignorante, insensible al drama social de las provincias, de las clases sociales, de las barriadas. En esta novela todo está conformado y desconformado, porque sigue reformándose, reafirmándose y desordenándose, en la ciudad de Lima. Pero al mismo tiempo, está su vitalidad, su grandeza, su clase provinciana, mucho más esforzada, trabajadora, que nunca reniega de sus orígenes. Esto es lo que la diferencia de Un mundo para Julius, que era sobre la frivolidad de una casta dominante, no dirigente. Nunca se abocó a la tarea de dirigir un país. Y esta novela presenta el drama profundo de la pérdida de lo limeño.

–El personaje Tadeo de Ontañeta está inspirado en su abuelo…

Sí, en mi abuelo materno, que era un hombre buenísimo. Le he inventado una cantidad de crímenes (risas). No era como aquellos que azotaban a sus empleados. Era adorado por la gente que trabajaba, no para él, sino con él. Eran parte del sistema de funcionamiento de la familia. Y vivían con el mismo lujo, con las mismas facilidades e, incluso, con las mismas carencias y problemas. Por eso era gente que nunca se fue de mi casa.

–A pesar que muchos piensen lo contrario, usted es muy disciplinado para escribir. Pero sobre todo es un autor que se apasiona cada vez que acomete la escritura de un nuevo libro. Tanto que una vez llevó al extremo esa entrega, en Menorca, España, ¿verdad?

Claro. Llevaba tantas horas frente a la máquina de escribir. Estaba desde las 10 de la mañana, haciendo una pausa para comer algo a medio día, y seguía hasta las 10 o 12 de la noche. Entonces me iba mareado, tambaleante, al único bar que había. Pedía algo de comer y un trago. Y cuando terminaba ya había encontrado la paz, me había relajado, ya tenía sueño natural, ya quería volver a mi casa. Y un día que fui a pagar, el dueño me dijo: usted es un cliente muy raro, llega completamente borracha acá, toma unas copas y se va sobrio.

–Ahora para escribir esta reciente novela se encerró en una casa de playa…

Sí, alquilé una casa en La Punta y he trabajado bastante. Pero ahora con computadora.

–¿Cómo fue el tránsito de la máquina a la computadora? 

En la computadora puedes perderlo todo. En la máquina de escribir no perdías nada.

–¿Ha perdido párrafos…?

Sí, muchas veces. He estado pensando en la frase próxima y no había archivado la anterior.

–La gente, sus lectores, lo quieren mucho. ¿Cómo sobrelleva la celebridad?

Es una cosa que llamo las comodidades de la fama. Mi gratitud va hacia los lectores por ese gran afecto. No todos los escritores tienen esa suerte.

–También tiene su lado negativo, supongo. Debe ser agotador que lo paren por la calle a cada instante a pedirle un autógrafo o una foto…

Sí, es bastante agotador. Tiene un alto grado de desgaste. Todos quieren algo, un pedazo de tu vida. Incluso hay quienes esperan que les resuelvas sus problemas psiquiátricos (risas).

–Lleva tres años viviendo nuevamente en Lima. ¿Ha sido difícil el regreso?

No ha sido difícil. Venía varias veces a Lima, además. Por otro lado, regresé al barrio en el que nací y viví. He estado muy contento. Ha sido bastante fácil. He encontrado, claro, una ciudad difícil, caótica, pero de la cual necesito poco. Puedo ir donde quiero, no tengo obligaciones. Mi horario de trabajo está en mi casa. Soy un gran caminante. Salgo a caminar todos los días, horas, por escenarios que me gustan. Ahora voy por los malecones: el malecón de La Marina, el malecón Cisneros, el malecón de La Reserva. Estoy contento.


Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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