Entrevista a Eduardo Chirinos
| Eduardo Chirinos publica Catálogo de las naves y Hojas sin tallo
BITÁCORA DE POETA
Una pausa siempre es necesaria. En el caso de Eduardo Chirinos esta parada forzada –motivada por un problema de salud– le ha permitido realizar un cautivante y revelador viaje al pasado. El resultado: dos libros imprescindibles. Una antología personal de su poesía titulada Catálogo de las naves (UAP/Estruendomudo, 2012) y una compilación de las entrevistas que el joven Chirinos realizara a importantes escritores de la época bajo el título de Hojas sin tallo. Entrevistas y comentarios: 1981-1988 (Mesa Redonda, 2013). Protegidos del inclemente Sol, sofocante manifestación del verano limeño, en la sala de su casa sanisidrina, el poeta hace un alto a los preparativos del retorno a Estados Unidos (donde radica desde hace varios años junto a su bella esposa Jannine) para reflexionar sobre estos dos libros publicados recientemente y sobre los próximos, prácticamente concluidos, en una interminable charla que retomamos cada cierto tiempo, en cada visita suya al Perú, y que siempre resulta entrañable.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
–¿Cómo así decides publicar una antología personal de tu poesía bajo el título de Catálogo de las naves?
El título ya lo tenía y tiene que ver con la idea de un conjunto de cosas. Tú sabes que los títulos de mis primeros libros aluden a esa condición: Cuadernos de Horacio Morell, Archivos de huellas digitales, Crónicas de un ocioso, El libro de los encuentros. Todos ellos aluden a esa idea de conjunto de textos que aparentemente quieren ser objetivos: catálogos, libros, cuadernos, archivos. Pero, finalmente, lo que tenía en mente era la idea, muy bonita, que Pessoa dice a través de su heterónimo Alberto Caeiro: “En todo poema por breve que sea debe notarse que existió Homero”. De alguna manera esa frase es un homenaje a Homero y al hecho de que todo poema, por rompedor o vanguardista que sea, nos invita a revisar toda una tradición que es recreada a través de este poema. A finales de los años 90 hice un prólogo para una posible antología que iba a hacer. La hice pero no la pude publicar. El prólogo se quedó y precisamente el año pasado, por motivos de salud me quedé en Lima y en los momentos en que la enfermedad me lo permitía, me dije por qué no revivir ese viejo proyecto. Y cuando se lo comenté a Alvaro Lasso de Estruendomudo me dijo: Bien, lo sacamos, pero no tenemos medios para sacar un libro tan grande. Buscamos el financiamiento de la Universidad Alas Peruanas que aceptó hacer una coedición. Y la cosa salió más o menos rápida.
–¿Fue fácil la selección de los poemas que conformarían la antología?
Claro, tú eres el que escribe tus propios poemas y con el paso del tiempo tienes tu propia selección en la cabeza. Entonces, a la hora de sentarse había que enfrentarse a la decisión de qué poemas debían estar. Pero no fue algo particularmente tormentoso. Me tomó una semana hacerlo. Lo que me agradó mucho fue poder recuperar ese título perdido. Y no sólo eso. Por suerte en un programa viejo tenía el prólogo que había hecho hace quince años. Lo recuperé y lo actualicé.
–Preparar una antología personal significa revisitar toda tu obra. ¿Qué significó para ti ese reencuentro?
Bueno, lo que significó en primer lugar fue darme cuenta de que había un hilo conductor en cada uno de los libros. Pero ese hilo conductor no se expresaba en términos de la continuidad de un tono unitario. Por ejemplo, hay poetas que desde el primer libro encuentran un tono y ese tono y ese lenguaje lo van profundizando, ya sea subterránea o aéreamente. En mi caso no, en mi caso me di cuenta de que cada libro mío tenía un tono particular y que ese tono obedecía a un hablante particular. Mis libros son distintos. Entonces, en el proceso de la antología descubrí que cada uno de ellos era como planetas distintos que se regían por un mismo sistema. Esa imagen se me ocurrió porque así lo podría definir. Watanabe, por ejemplo, es un poeta que desde el primer libro encuentra un tono y lo va desarrollando. Pero otros poetas no. Más que una cuestión de elección, es el modo en el que te acercas a la poesía.
–Ahora que mencionas aquello, recuerdo que una vez dijiste que “escribir es de alguna manera de desaparecer”…
Sí, escribir es una forma de desaparecer, en la medida en que la escritura jamás busca en el lector la necesidad de buscar claves biográficas. Imagínate si la búsqueda de claves biográficas fuera el único modo de que pudiéramos leer a un autor, cómo podríamos leer a Homero, de quien no tenemos casi ninguna. Cómo podríamos leer a Shakespeare si no sabemos si existió o fue una suplantación. Entonces, lo que termina ocurriendo es que el guión creado a partir del tono constructor de los poemas es finalmente el que queda. Y ese tono o la persona que el lector puede construir detrás de ese tono termina usurpando y desapareciendo al personaje civil que queda relegado a la inexistencia. Pero no estoy sugiriendo esa idea romántica de que uno sobrevive detrás de los poemas, el que sobrevive es ese tono o esa persona que cada lector inventa o reinventa en cada lectura o en cada período histórico. La persona desaparece. Y es importante que desaparezca. Y creo que eso es lo que distingue a un escritor de alguien que escribe poemas, cuentos, novelas por pasatiempo, en donde lo que hace es exorcizar su yo y hablar de él mismo. Esa es una vanidad, lo otro es desprendimiento. Y creo que detrás de un buen poeta hay un desprendimiento.
–A pesar de que cada libro tiene un tono distinto, también existen ciertas constancias que encuentro en tu poesía, como la presencia de lo lúdico o de ciertas anécdotas cotidianas que poetizas…
Tienes razón, y podrían enumerarse varias. Pero, digamos, como que le corresponde más a los críticos que a mí, ¿no? (risas). Pero lo que dices es cierto: la presencia de lo lúdico, la idea de otorgarle a la anécdota un valor y una dignidad literaria al mismo nivel de las referencias propiamente literarias. A mí me cuesta mucho trabajo distinguir lo que experimento en los viajes o en mi vida cotidiana de lo que leo, de lo que sueño. Todo tiene para mí la misma dignidad, no hago ninguna jerarquía. Y eso es algo que es común en todos los libros, también.
–En el libro hay poemas inéditos.
Bueno, en realidad es interesante que en cada antología haya una especie de Bonus track. Pero ocurre que en todo ese año que ha sido muy particular para mí, estos poemas fueron configurando un libro que ya tengo terminado. En realidad tres. Uno que tiene que ver con la enfermedad; pero hablar de ella sin exhibicionismo ni patetismo, ¿no? El otro tiene que ver con animales: una especie de fábula revisitada en donde cada animal habla en primera persona acerca de su situación como animal y se queja de ser para nosotros fábulas morales. O se quejen que nos acerquemos a ellos como lo único que no son; es decir, símbolos culturales. Además cada poema tiene como título el nombre científico de cada animal. A algunos les gusta, pero a otros no (risas). Y el tercero se llama Siete visiones y tiene que ver con las visiones que yo tengo de cuadros. Una especie de mueso personal. Pero no de cuadros famosos o importantes sino de cuadros que me han regalado mis amigos: acuarelas, pinturas, grabados que tengo en mi casa. Elegí siete de ellos y cada uno tiene siete fragmentos numerados.
–Por otro lado, has presentado también Hojas sin tallo, libro que recoge tu paso por el periodismo cultural a principios de los 80. ¿Qué significa para ti esta publicación?
Ese libro significa para mí varias cosas. Creo que la primera tal vez sea el hecho de revisitar las labores que ejercía siendo muy joven. Cuando decidí estudiar literatura mi papá me dijo, bueno, si quieres seguir esa carrera con la que te vas a morir de hambre, primero, no te la voy a pagar y segundo, arréglatelas tú si quieres hacerlo. Bueno, lo que quería mi papá, más que reflotar la economía familiar (somos cinco hermanos y no pagar la PUCP era ya un alivio), y ahora me doy cuenta, era arrojarme al mercado laboral que me esperaba. Y me hizo ver qué me esperaba laboralmente si me dedicaba a la literatura. Y las dos puertas que se me abrieron fueron tal vez las únicas que se le abrieron a todos aquellos que como yo decidieron estudiar literatura en los años 80; piensa que eran años de terrorismo, años de crisis. Eran años en lo que convenían verse con el futuro más promisorio posible. Estudiar literatura era un suicidio. Y esas dos puertas que se nos abrieron fueron: la enseñanza y el periodismo. Y tú sabes que los jóvenes literatos son mano de obra barata para el periodismo. Y empecé a enseñar en una academia de preparación preuniversitaria. Y empecé a trabajar en el suplemento cultural de La Prensa, que se llamaba Perspectiva. En ese momento entró como director Arturo Salazar Larraín, que más que trabajar con periodistas de profesión llamaba a jóvenes talentos que no necesariamente tenían una vocación periodística inicial y los formaba. Y tuve la suerte que en ese momento el editor sea Nilo Espinoza. Y con eso tuve la escusa para conocer a esos poetas, pintores, novelistas que admiraba y poder hacerles las preguntas puntuales que a mí me interesaban.
–¿Recuerdas algunas entrevistas en particular?
Algunas que me impactaron más. Especialmente dos. Una que le hice a Juan Gonzalo Rose a quien había leído. El fue una de las primeras personas que escribió un texto sobre mi primer libro en un periódico que dirigía Luis Jaime Cisneros que se llamaba El Observador. Y fue como mi bautizo. Recuerdo que me aparecí con un libro suyo y me puso una bonita dedicatoria. Lo entrevisté en un bar llamado Ovni, entonces, la idea de un marciano joven entrevistando a un marciano viejo como que funcionaba muy bien (risas). Y la segunda fue a Jorge Eduardo Eielson, a quien ya había conocido previamente en Milan. Y cuando vino a Lima lo contacté y lo entrevisté. Fue una entrevista muy linda y con la que recibí un segundo bautizo porque una de las cosas que decidió el abandono y el final de mi breve paso por el periodismo fue la grabación: a veces en lo mejor de la grabación pasa un carro y cuando quieres transcribirlo no sabes qué palabra dijo. Y yo malentendí el nombre de un pintor constructivista uruguayo (Joaquín Torres García) y además él quiso hacer unas precisiones de algunas cosas que había dicho y me mandó una carta que se llamaba “Carta a un joven poeta”. Uau, o sea que Eielson hablaba de mí como un joven poeta. Ese fue mi segundo bautizo (risas).
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Eduardo Chirinos lee unos poemas inéditos.
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Catálogo de las naves y Hojas sin tallo se pueden encontrar en las librerias El Virrey, Sur, Ibero, Crisol, La Familia.