Claudia Salazar Jiménez radica en Nueva York pero está de paso por Lima. Vino a presentar La sangre de la aurora (Animal de invierno, 2013), su primera novela, en la Feria Internacional del Libro. Una novela arriesgada, sin duda, la de Claudia, en la que, a través de una estructura fragmentada –como si fuera el despedazamiento del cuerpo femenino, según atenta lectura de Alexis Iparraguirre–, nos relata la mirada particular de tres mujeres (una campesina, una periodista y una senderista) inmersas en lo que fue el conflicto interno que padecimos.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Fotografía: CMS
- Siempre me llama la atención el origen de las novelas. ¿Cómo surge La sangre de la aurora?
- Yo estaba en Nueva York en un taller de ficción que dicta Diamela Eltit. Y justo era un momento en que estaba a punto de escribir la tesis del doctorado. Hace tiempo, por estar metida en la parte de la crítica había dejado un poco la escritura de ficción. Y surgía la pregunta sobre si valdrá la pena seguir haciendo ficción. Entonces, qué mejor que Diamela Eltit me lo diga de una vez. Así que fue un poco arriesgarme a ver qué pasaba. En ese taller había que entregar al menos de tres textos durante el taller, sometidos luego a una especie de ronda de críticas de todo el grupo. Los dos primeros textos que hice fueron bien recibidos. Y para el último no tenía claro qué hacer. El tiempo se me venía encima. Así es que junté unos fragmentos que tenía sueltos. Y quedó como un relato breve de 10 páginas, en base a fragmentos, como quedó la novela. Incluso hay fragmentos que quedaron y que están en la novela. Ese fue el germen de la novela. Al principio eran solo dos personajes. Ese texto significativamente se llamaba Trozos. Lo cual me hizo eco después, cuando Alexis Iparraguirre hizo la presentación y dijo que era una novela que tenía que ver con el despedazamiento del cuerpo femenino.
- ¿Qué te dijo Eltit sobre aquellos fragmentos?
- Me dijo: esto es una novela. Y hay demasiado aquí que está brotando. Y tienes que hacerla. Y fue ese el impulso para que empezara a darle forma ya de novela. Y un poco de tiempo después agregué al tercer personaje. Al inicio era sólo Modesta, la campesina, y de Malanie, la fotoperiodista. Y empecé a hacer la investigación en los archivos de los testimonios de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Quería, sobre todo, recatar voces femeninas. Y en base a esa investigación de archivo comenzaron a tomas más cuerpo los personajes iniciales y a aparecer ese tercer personaje, la senderista. Fue el personaje que fue creciendo más a lo largo de todo el proceso de escritura.
- Además de la estructura, en base a fragmentos, me llamó gratamente la atención el trabajo del lenguaje, que se torna experimental en ciertas partes en las que se describen hechos cruentos.
Me pregunté cómo representar la violencia con el lenguaje. No quería apelar a un realismo simple. No me interesa el realismo más costumbrista que intenta, ya sabemos que fallidamente, hacer una pura representación de la realidad. Me interesaba hacer un lenguaje que también golpeara. Esa era la parte que me preocupaba más. Ya aparecía en ese texto inicial del que te hablaba. Esa forma como que la encontré y la tuve que pulir bastante para que llegara a ese nivel de golpe que quería lograr. Y otro aspecto que me preocupaba mucho era la estructura, pues al ser muy fragmentada, digamos que había la posibilidad de abrir una dispersión de la atención del lector y de la tensión propia del texto. Tenía la ambición a nivel estructural que funcionara como Pedro páramo.
- ¿Por qué el tema de la violencia nuevamente? Sin duda un tema difícil para nosotros y al que, sin duda, volveremos una y otra a vez a reflexionar sobre ella.
- Algo que intenté plasmar en la novela es el tema de la repetición. En los estudios de género se habla de una repetición como una performance para constituir al sujeto. No la veía tanto por ese lado, aunque sí hay una violencia repetitiva, discursiva que se transforma en una repetición que construye sujetos. Veía más la repetición desde el punto de vista de las citas de benjamín, cuando habla de la posibilidad de construir una novela a base de citas, y por eso ponía bastantes citas dentro de la novela. Pero era ver eso que tú decías, ver cómo la violencia todavía está. El hecho de no creer que ya pasó porque en determinado momento se clausuró algo. Creo que eso todavía está bastante abierto. Hasta cierto punto es una llamada de atención sobre la política de la memoria. No porque se haya constituido una Comisión de la Verdad está todo dicho. Justamente las batallas por la memoria política en el Perú están comenzando recién ahora.
- La novela presenta tres mujeres protagonistas. ¿Es de alguna manera una mirada al papel de la mujer en el conflicto interno?
- Me interesaba recuperar lo que dices muy bien, cuál es el papel de la mujer en el contexto de guerra. Y se entiende porque la novela está narrada en ese tiempo. Y a la vez no quería llegar a esa pretensión de decir: eso es lo que les pasa universalmente a las mujeres en situaciones de guerra. Pero lastimosamente sucede. Durante la investigación en los archivos de la Comisión de Derechos Humanos, con todos los testimonios de las mujeres. Y a la vez me acuerdo mucho de una exposición fotográfica en Nueva York. Era un fotógrafo israelí, me parece, que había viajado a África por una guerra civil entre los Tutsis y los Hutus. La exposición mostraba mujeres que habían sido violadas durante el conflicto. Y todas con hijos. Y además reproducían algunos testimonios de ellas. No les bastaba haberlas violado sino que generaban el repudio de su propio clan, porque además llevaban hijos del enemigo. Cuando leí los testimonios, eran voces muy similares al tipo de discurso que encontré en los testimonios peruanos. Entonces, diría que al haber tantos puntos de contacto, sí se podría hablar de cómo el cuerpo femenino es el campo de batalla en cualquier tipo de guerra.
- Me contabas que al principio eran dos personajes. ¿Cómo apareció la tercera mujer, la senderista?
- Al inicio, como te conté, estaba Modesta, la mujer andina. Luego Melanie, la fotoperiodista, que pertenecía a una clase social media, media alta, una clase social más próxima al poder. Pero también me interesaba esa voz de la senderista, que usualmente la subjetividad más rechazada, obviamente por todo el daño que Sendero Luminoso causó. Este rechazo entendido, verdad. Pero al mismo tiempo me interesaba ver cuáles eran las motivaciones que podía tener cualquier persona para llegar a ese nivel de fanatismo y de ideologización. Y además, Sendero fue quizás la única guerrilla que dejaba a la mujer llegar a los altos mandos. Los sandinistas tenían mucha participación femenina pero creo que no llegaron a tener mujeres en cargos altos. En el caso de Sendero luminoso sabemos que el comité permanente era Abimael con dos mujeres. Un caso bastante extraño. Ahora, si bien es cierto Sendero dejaba que mujeres lleguen a ocupar altos cargos, estas mujeres a su vez reproducían esquemas patriarcales.