Además de poeta, Eduardo Chirinos en un ensayista lúcido y apasionado. No hace mucho publicó una nueva selección de sus escritos sobre poesía titulada Nueva miscelánea antártica (Borrador editores, 2012). A propósito de esta publicación, se produjo una interesante charla en la que Chirinos me contó su estadía en un castillo del siglo XV y su defensa del libro impreso.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
- ¿Cómo surge la idea del libro?
- Como Los largos oficios inservibles y El Fingidor, Nueva miscelánea antártica es un libro que se ha ido conformando como un acompañamiento a mi labor literaria, es decir, como una bitácora de mis intereses que, si bien son variados, terminan indefectiblemente relacionados con la poesía. A lo largo de los años, se acumulan artículos, ensayos breves, prólogos, poemas que no encontraron lugar en ningún libro, crónicas, reseñas, traducciones. Pasado un tiempo, ese conjunto de textos decide reunirse y reclamar un título. En el caso de Los largos oficios inservibles, el título (que tomé prestado de un verso de Renato Cisneros) es una poética de mis intenciones y una respuesta a esos requerimientos textuales. En El Fingidor lo que hice fue editar el primer número de una revista imaginaria, de modo que la dispersión textual encontraba unidad en la estructura formal de una revista en la que colaboran diferentes escritores. El homenaje a Pessoa era una pista que muchas bibliotecas no supieron ver, pues decidieron catalogarla en la sección hemerográfica, lo que —bien mirado— es lo más justo. En Nueva miscelánea antártica, recurrí al sistema miscelánico que animó a Miguel Cabello de Balboa a reunir historias, leyendas, mitos y crónicas tejiéndolas, como él mismo lo dice, en una sola tela para que cada uno la pueda cortar a medida de su entendimiento y su intención. Además, se trata de un título que siempre me sedujo, es de las pocas frases esdrújulas que funcionan en español.
- Siendo una miscelánea, ¿qué criterios tomaste para la selección?
- Ninguno. Simplemente incluí aquellos que con el paso del tiempo reclamaban mi atención porque me decían algo sobre mi quehacer como escritor y lector de poemas. En ese reclamo me di cuenta de que el azar jugaba un papel decisivo, pues sin el no hubiera encontrado las correspondencias que le tocará establecer a los lectores del libro.
- Parafraseando el título de uno de los textos, cómo así te viste escribiendo, además de poesía y ensayos, literatura infantil.
Tal vez siempre fui un escritor para niños…sólo que no me daba cuenta (risas). En realidad desde hace varios años mi amigo Jorge Eslava me animaba a escribir cuentos para niños y también a ilustrarlos. Para mi gusto, Jorge es el mejor autor de literatura infantil y juvenil que hay, hoy por hoy, en el Perú. Tal vez por eso tiene un ojo clínico para detectar sensibilidades afines al espíritu infantil. Por otro lado, conocer a Isabel Aguiar Barcelos, poeta portuguesa que me envió al koala Guilherme por internet a Missoula desde Lisboa fue una experiencia decisiva. Ahora tengo la “trilogía de Guilherme” (el tercer volumen lo publicará Algafuara este año) y dos historias más. Además de aleccionante, es muy divertido escribir para niños. Lo disfruto como no tienes idea.
- Hace poco se realizó en Lima un nuevo festival internacional de poesía con gran éxito. ¿Cuál es tu apreciación al respecto? ¿No es una forma de echar por los suelos aquella frase de que nadie lee y mucho menos poesía?
- Aquello de que nadie lee y mucho menos poesía, es una frase que se repite, con variantes, desde hace mucho tiempo. Y resulta que desde hace mucho tiempo no varía el reducido grupo de personas para quienes la poesía significa algo importante en sus vidas. Se trata de esa inmensa minoría de la que hablaba Juan Ramón Jiménez. Ahora bien, ese reducido grupo puede aumentar, ya sea por estímulos provenientes de un profesor que sabe “avivar el seso”, por la lectura azarosa de un poema decisivo, o por el hallazgo de un poeta en un festival de poesía. Siempre serán pocos, pero nunca desaparecerán.
- Radicas en EEUU, cómo ves el arribo del libro electrónico. ¿Cómo ves en un futuro inmediato la convivencia del libro de papel y el digital?
- Un libro, sobre todo si es de poemas, se toca, se huele, se escucha, se mira y se conserva para la lectura. Las huellas físicas de la lectura son importantes: el doblado de la página donde está ese poema que no te dejó dormir, las manchas de café, las huellas de los dedos, para no hablar de los subrayados o las anotaciones, todo eso desaparece en el libro digital, que intenta (te juro que lo he escuchado) reproducir hasta el sonido de las páginas cuando las volteas. Pero…¿puedes viajar con veinte libros en la maleta? A veces veo con envidia a los pasajeros de avión que leen sus libros digitales en un aparato que no pesa más de 500 gramos. Como cualquier innovación tecnológica, el libro digital surge en esta época porque responde a las demandas propias de esa época, de la misma manera que surgió el libro impreso y se impuso a la hermosa y cuidada caligrafía de los monjes, lo que —bien mirado— supuso una revolución más radical de la que experimentamos hoy día. Tal vez la clave esté en tu propia pregunta: más que un reemplazo tecnológico, se trata de una convivencia saludable: libros impresos para la cama, el sofá y los trenes, libros digitales para el avión.
- Me comentabas en Lima que estuviste en un castillo abocado a un proyecto literario, un nuevo libro de poemas. Cuéntame cómo fue aquella experiencia.
- Desde el 19 de junio hasta el 31 de julio de este año, estuve recluido —junto con otras doce personas entre los que habían músicos, directores de cine y pintores— en un castillo del siglo XV llamado Civitella Ranieri. Ese castillo queda al norte de Umbria, muy cerca de Toscana. Una región muy rica en naturaleza (es el pulmón verde de Italia) y en estímulos artísticos. Se trata de una beca otorgada por la Fundación Civitella Ranieri, cuya sede queda en Nueva York. Los becarios son elegidos por nominación por un comité secreto, de modo que cuando me llamaron me sorprendí y me alegré ¿te imaginas seis semanas dedicadas a escribir en un castillo sin pensar en las labores universitarias ni en las tareas domésticas? lo tomé como un retiro: me despertaba a las siete de la mañana y escribía hasta las pasadas las once de la noche, interrumpiendo mi trabajo para comer. Eso sí, los fines de semana los tenía reservados para viajar. Fue una experiencia maravillosa.