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Javier Cercas: “Una buena novela muestra que la realidad es más compleja de lo que parece”

El escritor español presentó en Lima su más reciente novela Las leyes de la frontera (Mondadori)

Publicado: 2014-08-08

El destacado escritor español Javier Cercas estuvo en nuestra capital, invitado por la Cámara Peruana del Libro, para participar en la FIL Lima 2014 y, entre otras actividades, presentar su más reciente novela Las leyes de la frontera (Mondadori, 2012). Precisamente sobre esta estupenda novela –que nos interpela sobre la frontera entre el bien y el mal– sostuvimos una gratísima charla en el living del Hotel Crowne Plaza de Miraflores. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS


¿Cómo se origina Las leyes de la frontera?
Te voy a contar el origen más remoto de este libro. Lo he contado pocas veces y vaya que llevo tiempo hablando de él. Yo vivía exactamente en el lugar donde vive uno de los protagonistas del libro, un adolescente de clase media, en la frontera de la ciudad, marcada por un río. Y vivía allí. Era un chico inmigrante del sur de España, de clase media, y no sabía lo que había al otro lado de la frontera, al otro lado del río. Jugaba con un equipo de handball y el entrenador un día nos llevó al otro lado. Tendría 11 años. Y allí me encontré con un poblado que desconocía por completo: miles de personas hacinadas en medio de una miseria descomunal, indescriptible. Y esa imagen me impresionó muchísimo. De repente me di cuenta que a muy pocos metros, en línea recta, había un mundo totalmente distinto del mío. Esa imagen siempre la tenía en la cabeza. Y de esa imagen, en el fondo, surge este libro. Para mí todos los libros surgen de un “y si…”. Todas las novelas. En mi caso es así, todas las novelas son vidas conjeturales, vidas hipotéticas. Un día me pregunté si en vez de haber sido un adolescente pedante y timorato, un día por x circunstancias hubiera cruzado la frontera de la ciudad y me hubiese unido a una banda de delincuentes, como las muchas que pululaban por el extrarradio de las ciudades españolas, a finales de los 70 y principios de los 80. Y allí empiezo a imaginar. La pregunta que me hacen, entonces, es si yo soy el Gafitas, el personaje de la novela. Y la respuesta es por supuesto, pero no sólo soy el Gafitas, soy todos los demás personajes de la novela.
Siempre hay cosas del autor en una novela…
Porque todos las novelas son autobiográficas al final. No porque el autor cuente en ellas lo que le ha ocurrido, sino porque la propia experiencia es la materia prima de lo que escribes. Y porque lo que no te ha ocurrido también forma parte de tu experiencia personal: tus sueños, tus frustraciones, tus anhelos. Todas las novelas nacen de eso, de una insatisfacción con nuestro propio destino, al final queremos que nos ocurran más cosas. Y empezamos a imaginarlo.
La novela tiene dos momentos. Y son dos etapas de la vida, complejas y que son como de frontera, por decirlo de alguna manera. Por un lado, la adolescencia y, por el otro, los cuarenta años…
La adolescencia era inevitable. Hay un género que a mí me interesa mucho que es el de la novela de iniciación, de aprendizaje. Me interesa como lector, pero nunca había escrito una novela sobre adolescentes. Creo que la primera parte del libro es una novela de iniciación. De hecho, un productor de cine me dijo: habría que hacer dos películas, una de la primera parte y otra de la segunda. Y algo de razón tiene: son autónomas pero al mismo tiempo no se puede prescindir de las dos, se complementan, obviamente, por eso es una novela. La primera parte es de iniciación. Y las novelas de iniciación son interesantes por eso, porque como tú has dicho es una edad de frontera también. Por qué escribí finalmente una novela de iniciación. No lo sé. Quizás porque tengo un hijo adolescente y es una manera de meterme en su piel. Es una novela de iniciación que está ambientada en la transición española no sólo porque el período desde el punto de vista histórico me atraiga, sino que mi adolescencia transcurrió en esa época, que también es una edad de frontera, entre una dictadura y la democracia. Por otra parte, y esto tiene que ver también con el origen de la novela, recordé algo muy olvidado por mí. Y olvidado también por mi país. Y es que en los años setenta, cuando era adolescente, se produjo un fenómeno que tiene que ver con los adolescentes. Había más adolescentes que adultos en España. Se habló de un babyboom. Yo pertenezco al babyboom. Y había muchos adolescentes inmigrantes, desarraigados de su medio, sin medios económicos, sin educación, sin futuro. Y en vez de resignarse se pusieron a atracar bancos y a robar a diestra y siniestra. Lo curioso no fue eso, lo interesante es que se dio una mitificación, se los convirtió en héroes, en mitos, es decir, se generó toda una subcultura: muchas películas protagonizadas por ellos, había música sobre ellos, los medios de comunicación estaban llenos de historias sobre estos chicos. Literalmente capturaron la imaginación del país. Eso se olvidó. Fue muy efímero, los chicos murieron por la misma violencia que ellos generaron, por la droga, por la heroína que fue la guerra de mi generación: murieron decenas de miles de chicos. A mí ese mito me intrigaba. Ese mito no figura en ninguna parte de los libros de historia, es como si no hubiese ocurrido. Y en mis últimos libros me han interesado los mitos. Y no porque lo hubiera buscado. Los mitos son una mezcla de mentiras con verdades. Y cuando mezclas una verdad con una mentira, el resultado es una mentira. Pero esa mentira puede decir más que una verdad acerca de la sociedad que la ha creado. Y yo creo que estos chicos, que es por donde iba tu pregunta, expresan mejor que nada o casi nada la mezcla de esperanza y temor con que la gente esperaba el cambio de la dictadura a la democracia. Con esperanza pero también con miedo porque nadie sabía cómo era la libertad. Y estos chicos expresan muy bien eso. Y quise ver qué había en ese mito. Y lo que había al final eran pobres chicos. Los que no tienen nada, no tienen nada que perder, decía Bob Dylan. Y eso eran estos chicos, no tenían nada qué perder. Eran pobres chicos, carne de cañón.
¿Y respecto a la segunda parte?

La segunda parte, tú muy bien lo dices, es un período también de frontera. En la segunda parte lo primero que vemos es que esto de la madurez es una ficción, como sabemos la gente que se supone que somos maduros. Y encontramos a los mismos personajes de la primera parte en un momento en el que, como le ocurre al Gafitas, te das cuenta que la vida que llevas a los 40 o 45 no es la vida que tú querías llevar. Y que en algún momento tomaste un desvío equivocado y que estás llevando una vida como prestada, como dice el narrador. Entonces, ese momento era clave para enfrentar de nuevo a estos personajes, para ver que el pasado no pasa nunca, que es algo muy importante. Y por otra parte era inevitable. El caso del Zarco es una especie de resumen de muchos de estos chicos mitificados en aquel momento. Pero en el Zarco hay algo muy singular, y es que se sobrevive a sí mismo como mito. Llega a los cuarenta y tantos años, esto fue muy raro. Me interesaba el momento en el que un mito se sobrevive a sí mismo, que ha estado casi todo su vida en la cárcel. Me interesaba enfrentarlo a un chaval de clase media que ha estado en su banda pero que ha llevado una vida normal. Y para mí, la sorpresa mayor es que el personaje femenino que para mí era uno secundario se va a apoderando del libro, sobre todo en la segunda parte, hasta volverse para mí como el personaje más importante. 

Volviendo a la idea de la frontera, que para mí es la clave de la novela, por la fuerza simbólica que denota: la que divide el bien del mal, por ejemplo. Lo interesante de los personajes es justamente la relación que tienen frente a ella. Pienso en el Zarco, que siempre estuvo en el “otro lado” y no creo que haya querido abandonarlo; el Gafitas que pasó a ese otro lado pero que se apartó, regresó al suyo, digamos; y Tere, que nació en aquel otro lado, pero que sí, me parece, tiene un deseo sincero de salir de él…
Eso que dices es muy exacto. Si hubiese querido resumir el argumento de esta novela diría que es la historia de un chico de clase media, que vive al lado de la frontera de la ciudad, un día cruza esa frontera, se une a una banda de delincuentes y descubre que esa no era solo una frontera física, sino también simbólica, moral, que separa el bien del mal, la justicia de la injusticia, la adolescencia de la edad adulta. Y claro, la frontera es decisiva. Los tres personajes tienen una relación distinta con la frontera. Y eso es lo que define al libro. El Gafitas es un adolescente que en un verano cruza la frontera, se una a una banda de delincuentes pero tiene la fortuna de regresar al lado de acá, del lado de la ciudad civilizada. En cambio, el Zarco es un personaje que nace del lado salvaje de la frontera y que en la segunda parte parece que quiere regresar del lado de acá, pero en realidad no quiere regresar. En cambio, Tere es el personaje fundamental por eso, porque vive a horcajadas, a caballo del lado allá y de acá. Ella nace del lado de allá, pero realmente o por lo menos esa es mi interpretación hay un deseo real de venir a este lado. Y por eso es el personaje que encarna los dilemas morales del libro y que guarda los secretos. Esta es una novela de secretos.
Las leyes de la frontera es también una novela de amor.
Totalmente. Es una novela de amor, seguro. Es un triángulo amoroso, complejo, largo, ambiguo, lleno de sombras, que son lo más importante. No me esperaba esto cuando empecé el libro.
¿Cómo definiste finalmente la estructura de la novela?
Las estructuras de las novelas me salen por eliminación, hasta que no encuentro un modo de contar la historia por el cual la historia suene a verdad, porque la literatura no es lo bonito, es la verdad. No buscas la belleza sino la verdad, suponiendo que belleza y verdad sean cosas distintas, pero eso ya sería otra discusión. Tiene que sonar a verdad. Lo que cuentas, el lector tiene que sentirlo como verdad. En este caso me caso me costó más trabajo. No sé por qué. Fue por eliminación. Empecé contándola en primera persona, luego en tercera, no me acuerdo. Hasta que encontré esta fórmula que nunca había usado, no está en ninguna de mis novelas. La explicación es sencilla en el fondo. Luego, con el tiempo, lo he entendido, porque en la novela no hay una verdad, hay muchas verdades en conflicto. No hay una verdad clara, nítida, taxativa, sino que cada uno tiene su verdad. Esta estructura es lo que más potenciaba la ambigüedad. Y con este libro descubrí algo importante: que sin ambigüedad no hay literatura. Porque los libros no los hacemos los autores, los hacemos los autores y los lectores. Y la ambigüedad es el espacio que le concede el autor al lector.
En un conversatorio te oí decir que la literatura más que dar respuestas genera preguntas…

Absolutamente. Lo que hace una novela es plantearse una pregunta y no contestarla, o al menos no contestarla de una manera clara, nítida, taxativa, inequívoca. Las respuestas de las novelas siempre son ambiguas, contradictorias, esencialmente irónicas. Es decir, la respuesta de una novela siempre es la propia pregunta. Es decir, la propia búsqueda de una pregunta. Es decir, el propio libro. Lo que hace una novela es plantear una pregunta y formularla de la manera más compleja posible. Lo que hacemos los escritores es complicarle la vida al lector, no facilitársela, mostrarle que la realidad es más compleja de lo que parece. Eso es lo que hace una buena novela, a mi modo de entender. 

javier cercas en el hotel crowne plaza. (Foto: cms).


Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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