Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS 

Diego Trelles Paz vive desde hace varios años fuera del Perú. Radica en París, Francia. Sin embargo, su lazo con el país nunca se ha cortado. Lo vemos en sus opiniones políticas, vía las redes sociales, y en su literatura también. Luego de su primer libro Hudson el redentor, sólo ha publicado novelas. No obstante nunca dejó de escribir cuentos. Una evidencia de esto es Adormecer a los felices (Planeta, 2015), conjunto de relatos que ha presentado en la Feria Internacional del Libro (FIL Lima 2015).

     La ciudad luce más gris en esta época del año. El hall del Hotel Crowne nos cobija y nos guarece del frío invierno. Observo la portada del libro de Diego y me pregunto cómo así ha vuelto al género del cuento.

     –Tuve la idea de hacer un conjunto de cuentos después de Bioy y en el proceso de escritura de esa novela–, me cuenta. –Ya había una idea que más o menos la he mantenido: la estructura que le he dado al libro. La mayoría de los cuentos son de esos cinco años. Mi primer libro es de relatos pero con forma de novela. Hudson el redentor se puede leer como novela y ahora la considero una novela hecha de fragmentos. Lo que quiero decir es que empecé escribiendo relatos breves. Antes de Hudson el redentor había un libro de relatos que nunca publiqué. Se llamaba El hastío. Luego pasé a la novela. Nunca dejé de escribir relatos, pero vuelvo al cuento en el formato de libro, digamos. No es una acumulación de relatos que tenía desperdigados, aunque sí varios de ellos han sido traducidos y publicados en varios países, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, España, México, pero siempre con la idea de que eran parte de un libro. Yo trabajo los libros conceptualmente.

     –En este libro, como en los otros, el tema político y de violencia, está presente…

     –En Bioy es el tema principal, pero en todos los libros la violencia está aludida o irrumpe u oblicuamente está presente. Los cuentos de la primera parte, no sólo la atmósfera enardecida de los relatos, sino también hay referencias directas. El cuento del pornógrafo alude a un profesor del protagonista que tiene nexos con la dictadura y cuando cae Fujimori lo llama vende patria… (risas). Está un poco ese cinismo tan de la política peruana. Pero lo político también está presente en los cuentos de la segunda parte, que suceden fuera del Perú, porque uno de los temas que está presente en casi todos los cuentos es el racismo.

     –¿Por qué el racismo?

     –Porque era un tema que me interesaba trabajar. No desde el lado moralizador, sino desde el lado de mostrar que es una tara social que ocurre no sólo en el Perú, sino en todas partes del mundo. Aunque particularmente en el Perú han ocurrido dos cosas: hay una consciencia ciudadana cada vez más grande de que el racismo es malo y debe ser detenido, y debe ser denunciado. Eso está muy bien. Y, al mismo tiempo, el racismo no se ha ido y podemos ver hechos que parecen de ciencia ficción; como que en una playa de Lima, por ejemplo, una cadena humana separe a la gente: la del pueblo y la oligarquía. Contaba eso en Francia y me decían que parecía algo irreal.

     –Llevas varios años fuera del Perú. ¿La distancia te ha permitido tener una mirada distinta?

     –Sí. Casi todo lo que he escrito, salvo Hudson el redentor, lo escribí fuera del país. Estuve once años en Estados Unidos, un año en Francia, en Burdeos. Luego volví al Perú durante un año y medio, que fue cuando ocurrió lo de Bioy. Y me fui nuevamente. Lo había determinado así. Y siempre sentí que la distancia me daba una perspectiva que aquí no encontraba porque me sentía demasiado inmerso en todo. La distancia a mí, ojo, a mí, no estoy criticando a los que viven acá, a mí me sirve la distancia. Y al mismo tiempo, no rompo con el Perú. Me encantaría hacerlo a veces. Te lo digo por salud. Me interesa mucho como ciudadano la realidad política del país. Me interesa y me preocupa. Eso lo ves en mis ficciones. No con un ánimo pontificador, moralizante o doctrinario. Vas a ver su presencia. Y como ciudadano, como alguien que escribe columnas de opinión, soy directo. Porque de alguna manera siempre he admirado a esos escritores en el pasado que tenían una presencia no sólo en su obra sino también en sus opiniones que incidían en la realidad. Tenían un espacio y eran escuchados. Eso un poco se ha perdido.

     –Otra constante en tu literatura es la presencia de personajes que son escritores o ligados al arte, de una u otra manera.

     –Sí, de alguna manera. Y en estos cuentos la literatura y el arte están presentes pero como un factor más que de bonanza de desgracia. Es decir, muchos de los cuentos tienen personajes distintos: un pornógrafo, un tablista, un cuidador de museos, escritores, una chica que se va a vivir a Cajamarca. Y en todos ellos cae, o incide, o aparece, esta relación inesperada con la literatura que rompe su cotidianidad y todo se desgracia. Es difícil asumir que eres escritor. No es un oficio fácil. No vivo de los libros, por ejemplo. Me cuesta mucho escribir, cada vez tengo menos tiempo. Pero al mismo tiempo enfrentar esos demonios no es fácil, genera un estado de permanente cuestionamiento. Estos personajes no se cuestionan la vida hasta que algo los aplasta y los pone contra las cuerdas. El título alude a eso, estos felices adormecidos que no se hacen preguntas. Las preguntas que me hago yo, por ejemplo, sobre la fe religiosa, sobre la muerte, sobre la política, sobre por qué las cosas son de una u otra manera.

     –Otro aspecto interesante de tu obra es que está conectada. Hay personajes que aparecen y reaparecen en varios libros…

     –Sí, eso siempre me ha gustado porque los escritores que me gustaban lo hacían. Los vasos comunicantes, la intertextualidad, el diálogo intra e intertextual. Lo hacía Onetti, Faulkner. Lo que no hice nunca es crear un pueblo. Nunca he tenido mi Santa María y no la voy a tener. Cada uno asume sus influencias de una manera. Para mí hay un personaje capital que es el chato, aparece en todos mis libros menos en Bioy. Aparece en la nueva. Y hay lugares también. El bar del chino Tito está en todos y alude al Queirolo de Lima.