Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR | Fotografía de SALOMÓN SENEPO

Carlos Calderón Fajardo observa el mar. Tendido sobre la arena, con pantalones beige y camiseta azul, nuestro escritor luce sereno, con la mirada fija en el vaivén de las olas. La imagen ha sido capturada en el tiempo gracias el lente oportuno de Salomón Senepo –director de Borrador editores–. Unos metros más allá, aunque no aparezca en la toma, está su casa de playa (en Punta Negra), donde nuestro escritor solía entregarse al fragor del verano.

     El dato biográfico apunta su nacimiento en Juliaca, en 1946. Si bien, sus documentos de identidad lo señalan como un autor puneño, nuestro escritor hizo del mar y de la costa peruana su lugar en el mundo. Nacer en Puno fue parte del azar: su padre, como médico del Ejército Peruano, viajaba constantemente. Sin embargo, en medio de aquellas travesías, fue la costa del norte peruano, quizás, la que marcó su primera filiación marina.


VIDA LITERARIA

La suya, la de nuestro escritor, fue una vida signada, desde mi perspectiva, por la literatura. Una existencia literaria, digamos. Y en esa línea, aparecen anécdotas con dos autores importantes que apadrinaron, de alguna manera, su vocación. Cuando era muy joven, su padre lo envía a Alemania a estudiar medicina –para que sea médico como él–. Allí, compartirá una pequeña casa con un amigo peruano. Al tiempo, su padre le pide que aloje a un conocido suyo que pasará unos días por allá. Ese conocido sería nada menos que José María Arguedas.

     Años más tarde viaja a París. Lo primero que hace es buscar a una peruana que había conocido tiempo atrás. Ubica la dirección, toca el timbre y un hombre flaco es quien sale a recibirlo. Ese hombre, esposo de su amiga, es Julio Ramón Ribeyro. Nuestro escritor y Ribeyro inician así una entrañable amistad, la misma que uno puede rastrear en algunos pasajes de La tentación del fracaso. Siempre recordará aquella amistad con Ribeyro como un punto importante en su carrera literaria. El autor de “Los gallinazos sin plumas” siempre se refiere en buenos términos, en las páginas de sus diarios, al trabajo narrativo de nuestro escritor.


ESCRITOR INVISIBLE

Cuando en el año 2005, Enrique Cortez –en ese momento editor del suplemento Identidades, del diario Oficial El Peruano– me propuso escribir un artículo sobre la obra de Carlos Calderón Fajardo, yo apenas había leído un par de libros de cuentos de nuestro escritor. Y, claro, atesoraba en la memoria algunos de sus estupendos relatos. Sin embargo, no conocía nada más. En ese momento, a pesar de haber obtenido algunos premios, no era un autor conocido, salvo por un selecto grupo de lectores. Entre ellos, los escritores Ricardo Sumalavia, José Donayre e Iván Thays.

     Intenté, entonces, contactarme con él. Recuerdo haber indagado su paradero a través de Thays y Sumalavia. Así me enteraría de su retiro, de toda actividad pública, debido a una rara enfermedad. No había rastro suyo. Tiempo después, nuestro escritor me contaría como aquel mal que lo aquejó lo inutilizaba. “Me despertaba y al medio día ya me encontraba sumamente agotado y debía volver a la cama”, explicaba en una de las varias entrevistas que le hice a lo largo de los años. Pero en ese momento, la enfermedad lo había invisibilizado.


VISITA AL MAESTRO

El calendario marcaba el año 2006. Trabajaba en la sección cultural del diario Correo cuando llegó a mi cubículo un sobre. La diferencia entre ese y la retahíla de sobres que solían llegarme –con publicaciones, discos, invitaciones a eventos o simplemente notas de prensa– era que aquel contenía un libro nuevo de Carlos Calderón Fajardo: La segunda visita de William Burroughs (Fondo Editorial de la UNMSM, 2006).

     Tras una lectura entusiasta, una semana después, a eso de las tres de la tarde, ya me encontraba en su casa miraflorina, aquella en la que nuestro escritor soportaba los inviernos limeños. Si bien la memoria es frágil y los recuerdos van perdiendo nitidez, la conversación tuvo dos momentos marcados. La primera parte fue una entrevista tradicional, que habrá durado unos veinte minutos. Lo que vino luego fue una gratísima charla que se extendió hasta que cayó la noche detrás de la ventana del segundo piso de su casa.


AMISTAD Y LIBROS

Mi relación con la obra narrativa de nuestro escritor inició un camino paralelo al de nuestra amistad. Empecé a leer todos los libros que iba publicando y a descubrir aquellos anteriores que él generosamente me facilitaba. Así se entremezclaron sobre mi mesa de noche estupendos libros, como las novelas La conciencia del límite último, La colina de los árboles, o los conjuntos de cuentos El que pestañea muere, Historias de verdugos, entre otros.

     Nuestras charlas se sucedieron, algunas de ellas convirtiéndose en entrevistas, allá en su casa –relativamente cercana a la mía– o en el Haití, donde también solíamos reunirnos. Y en esas entrañables conversaciones la literatura ocupaba un lugar relevante. Era un gran lector, un apasionado que no dejaba de deslumbrarse con algunos autores que solía recomendar. Leí por primera vez al cubano Leonardo Padura gracias a él, por ejemplo, gracias a un sabio consejo.


¿AUTOR DE CULTO?

Proclives a las etiquetas, algunos comenzaron a denominar a nuestro escritor como un autor de culto. En cierta medida porque sus lectores conformaban un selecto y fervoroso grupo de jóvenes escritores, quienes lo asumimos, de alguna manera, como un maestro. Sin embargo, a nuestro escritor el rótulo no le hacía demasiada gracia. El quería llegar a más lectores. Y su talento lo justificaba plenamente.

     En el 2006 estuvo a muy poco de ganar el prestigioso Premio Tusquets de Novela con El fantasma nostálgico. En decisión dividida, la distinción recayó en el colombiano Evelio Rosero, también un estupendo escritor, por su novela Los ejércitos. Si bien La conciencia del límite último y La colina de los árboles –aunque también algunos podrían mencionar La noche humana o La conquista de le plenitud– me parecen estupendas, creo que El fantasma nostálgico es superlativa. Nuestro autor alcanza uno de sus picos más altos a través de una novela potente, épica y onírica, con un envidiable manejo de la atmósfera.

     Dentro de su cuentística, reunida por Casatomada editores, podemos destacar un libro publicado posteriormente a dicha reunión. Se trata de Playas (Borrador editores), libro que ha sido reeditado, con nueva portada y un prólogo del escritor español David Roas. Aquí no sólo se resume la variedad de intereses y registros de nuestro escritor, sino que enfatiza su filiación marina. Aparecen en el libro las playas que visitó y aquellas imaginarias o que aparecen en la literatura universal.

     La última vez que vi a nuestro escritor fue una o dos semanas antes de que nos dejara. Aceptó ir a ISIL, a charlar sobre literatura y su obra frente a un nutrido grupo de alumnos, quienes al final lo bombardearon con preguntas y lo rodearon para fotografiarse con él. Salió contento. Mientras caminábamos por la Av. Benavides (él se iba al Británico a un recital de música clásica, me parece) hizo mención del mar.

     Y me contó la historia de cuando los jóvenes escritores Karina Valcárcel y Pierre Castro lo visitaron en Punta Negra, y una gaviota apareció misteriosamente dentro de su habitación, aquella que tiene vista al mar. Tres escritores persiguiendo una gaviota en una habitación, me dijo. Reímos. Antes de despedirnos, me hizo notar que aún no conocía su casa de playa. Prometí ir el siguiente verano. Una promesa que quedará trunca, como mi promesa de enseñarle el manuscrito de mi novela.

...

Nuestro escritor mira el mar desde su casa en Punta Negra. Salomón dispara detrás de su cámara fotográfica. Allá, a lo lejos, se escuchan las olas que revientan cerca de la orilla. Y aquí, en una de las mesas del café Haití, en Miraflores, sólo se escucha el ruido citadino. Y observo la entrada. E imagino verlo aparecer, pasándome la voz. Mas apenas es el eco de los recuerdos agolpados en esta calurosa tarde. Tomo el libro, abro una página al azar y la charla con su obra, aquella que empezara tantos años atrás con el relato “El penal” continúa y se hace eterna en cada relectura. Es una manera de tenerlo presente. Como un fantasma nostálgico.

galería de fotos


CCf en su casa de playa en plena contemplación marina | Foto: salomón senepo.

ccf en su casa miraflorina durante una de tantas charlas librescas | foto: CMs.

ccf junto a josé b. adolph  -otro estupendo autor que nos dejó- en tertulia literia | foto: internet.