Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR 

Eduardo Chirinos, Oswaldo Reynoso. Y ahora Miguel Gutiérrez. Este ha sido, sin duda, un año signado por los adioses forzados. Conversé brevemente con Miguel Gutiérrez hará un par de semanas. Y ayer, me llegó la noticia –a través del FB del poeta y periodista José Carlos Picon– de su muerte, víctima de un infarto.

     En un rápido ejercicio de memoria, rastreo en el tiempo mis primeras lecturas de su importante obra literaria. Y la primera quizás no sea ni la más importante ni la más conocida. Leí su novela La destrucción del reino en una edición de Milla Batres que incluía un acompañamiento fotográfico. Tendría 17 años y lo encontré en la biblioteca paterna. Alguna vez le confesé aquello, ya cuando nos habíamos conocido y hecho amigos, sobre mi primer acercamiento a su literatura y cómo ese libro generó la búsqueda y lectura de otros. Me contó cómo a partir de una fotografía urdió toda la novela. Y en otra conversación me contó del proyecto de reeditarla bajo el sello de Gabriel Rimachi Sialer, Casa tomada editores.

     Miembro fundador del grupo Narración –junto a Oswaldo Reynoso y Antonio Gálvez Ronceros–, Gutiérrez edificó una sólida obra literaria en base a novelas importantes como La violencia del tiempo, El mundo sin Xóchitl, El viejo Saurio se retira, Babel, el paraíso, Confesiones de Tamara Fiol, solo por nombrar algunas. Y si bien sus temas –enmarcados en sus obsesiones de autor– son recurrentes (el contexto histórico, la memoria o la identidad), en cada novela siempre tuvo la necesidad de una forma expresiva nueva, diferente.

     No nos veíamos con frecuencia. Al contrario, nuestras charlas eran muy espaciadas. Sin embargo, eran conversaciones gratas, entrañables. No sólo lo apreciaba como escritor sino como un gran lector, uno que no sólo hablaba de los clásicos sino que intentaba mantenerse al día con la producción literaria contemporánea.

     Miguel Gutiérrez ha muerto. Y por más que uno lo repita, no terminamos de creerlo, de asimilar su partida y de comenzar a lidiar con su ausencia.