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Casteñeda: “La pregunta que plantea la novela es cómo afrontar la culpa”

Escritor peruano Luis Hernán Castañeda nos habla de su reciente libro La fiesta del humo

Publicado: 2016-07-20

Luis Hernán Castañeda ha trazado ya una obra literaria importante a través de destacadas novelas como Casa de Islandia –su comentada ópera prima–, Hotel Europa, El futuro de mi cuerpo y La noche americana. Ahora nos presenta La fiesta del humo (Peisa, 2016), una novela que nos sumerge en la vorágine del psicoanálisis, la memoria y la culpa.   

CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Cortesía


Me intriga el origen de las novelas. ¿Cómo surge La fiesta del humo? ¿Hubo una idea previa que luego germinó, una imagen que sirvió de disparador?
Los orígenes de mis novelas son siempre íntimos y solo después voy intentando que las historias cobren un peso político. Hace algunos años viajé a una ciudad que estaba al borde de un lago inmenso, y las experiencias que allí tuve me despertaron el deseo de escribir una novela que pasara muy cerca del agua y que hablara de la resistencia a formar una familia, de la sospecha que las ideas de “hogar” y “pertenencia” deberían suscitarnos. Después la familia se convirtió en un núcleo desde el cual hacer un comentario sobre la realidad peruana de los últimos veinticinco años. De la trama original de esa protonovela no queda casi nada en La fiesta del humo, porque, como siempre me pasa, con el correr del tiempo me fui dejando llevar por esas preguntas maliciosas que surgen en la mente de los escritores: ¿y qué pasaría si hiciera esto? Suelo estar abierto a las intuiciones, con el resultado de que las novelas se me van transformando entre las manos, lo cual fue perfecto en el caso de La fiesta del humo, que tiene al agua como leitmotif. En el centro de la novela hay un lago y en ese lago hay una isla en la que se esconden recuerdos, fantasías y cadáveres. Los espacios siguen siendo centrales para gatillar mis novelas.
Si bien Benjamin intenta reinventar su vida en aquel pueblito estadounidense, Greentown, la idea de la memoria está muy presente en la novela.
Sí, en la novela es central el psicoanálisis, entendido como discurso y como principio de la forma: la condensación y el desplazamiento son las operaciones que articulan la narración. Mientras escribía pensaba mucho en mis lecturas de Freud y Lacan y, sobre todo, en Gradiva de Wilhelm Jensen, novela donde el psicoanálisis es toda una arqueología del yo. Así que tienes razón, en La fiesta del humo está muy presente ese conflicto entre la reinvención personal y el peso de la historia. Benjamín Santos es un hombre que ha pasado media vida en los Estados Unidos tratando de olvidarse del Perú, de su familia y de esos años tan terribles y oscuros que fueron los noventa, un tiempo de aparente reconstrucción del país que generó una suciedad inédita en la política y en la vida privada. Es la memoria reprimida de ese periodo la que persigue a Benjamín, una memoria ligada a la culpa, pues al parecer su familia se vio envuelta en ciertos asuntos turbios que ahora el hijo carga sobre los hombros. La pregunta que plantea la novela es, ¿qué hacer con esa herencia de sombras con la que lidiamos hoy los peruanos? ¿Cómo afrontar la culpa? Una vez que nos planteamos recordar y asumir las responsabilidades pertinentes, se abre la duda sobre cómo hacerlo, duda que Benjamín resuelve a través de los sueños, la imaginación y la literatura. Escribir, para él, se convierte en una tarea ética, porque la ficción promete una catarsis, una confrontación serena con los hechos y la oportunidad de seguir adelante. Sin embargo, el lector tiene que determinar hasta qué punto Benjamín aprende a recordar, y en qué medida no reproduce las acciones de sus padres a través de un ciclo insensato en el que todo parece cambiar, para que en realidad nada cambie.
Otro tema importante me parece es el acto de la escritura como mecanismo para entender las cosas. Lo digo por el proyecto de escritura del protagonista.
Tienes razón, aunque no sé si para entenderlas, o para admitir que nunca podremos atraparlas realmente porque el lenguaje nos falla, se nos dispara en mil direcciones y nos desdibuja el rostro, mostrándonos que, en realidad, no somos quienes creíamos ser, sino que somos muchos, que no entendemos lo que creíamos entender, porque la verdad se rompe en mil pedazos. En The Good Story, libro en que Coetzee conversa con la psicoanalista Arabella Kurtz, se confrontan dos maneras de contar lo vivido: por una parte, el psicoanálisis postula un “relato verdadero”, la version única que el paciente construye para sí y que le permite sobrevivir; por otra, la literatura propone una multiplicación de versiones, la posibilidad siempre abierta de reinventarse. En mi opinión, el relato psicoanalítico y la escritura de ficción pueden ir de la mano, siempre y cuando el psicoanálisis se abra a la ficción, y esta asuma el peso y la densidad de la confesión psicoanalítica. En La fiesta del humo lo que vemos es que, para lidiar con el pasado, en concreto con la muerte de un familiar, Benjamín empieza a ver a una psicoanalista que le sugiere escribir un cuaderno de sueños. En la primera parte de la novela, van apareciendo estos sueños, que son recuerdos distorsionados, cruces del pasado y del presente. Al principio este proceso de soñar y escribir es fragmentario, hasta que los sueños dan cuerpo a un relato independiente: “El kayak rojo”. En este proyecto de escritura hay una vuelta al pasado, un intento de representar una realidad inolvidable y a la vez difícil de verbalizar, en la que se mezclan lo público y lo privado: una infancia difícil, la incomprensión familiar, las relaciones entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, todo ello entreverado con elementos policiacos y de crónica roja, secuestros, asesinatos, grupos armados. Al final es el lector quien debe responder esa pregunta, ¿hasta qué punto la escritura nos permite comprender las cosas, y hasta qué punto solo permite apreciar la opacidad de lo real?
¿Cómo así definiste la estructura de la novela, previamente o surgió durante su escritura?
Fue surgiendo. Escribí esta novela durante los últimos cuatro años, dedicándole unos meses aquí y otros allá, así que la estructura fue cambiando mucho. Me encantó trabajar de este modo, un poco a ciegas, porque como escritor tiendo a alejarme de las líneas rectas y de los laberintos con salida. No me gustan las historias claras y simples, desconfío de ellas. Prefiero la proliferación, los desvíos, entregarle un caos al lector y pedirle que arme el rompecabezas. Por eso, aunque no esté de moda decirlo en la literatura peruana de hoy, confieso que me encantan los libros que definen su coherencia trabajando con las analogías de una aparente desorganización. Me fascina la estructura rizomática, por ejemplo, de La ciudad de los tísicos de Valdelomar, que empieza con unos pasajes casi turísticos sobre Lima para pasar a las cartas de Abel Rosell, proponiendo un enigma que obliga al lector a trazar sus propias rutas emocionales, sus propias decisiones de lectura. En cuanto a mi novela, la apuesta mayor está, me parece, en la unión entre las dos grandes partes que la componen, primero la historia de Benjamín Santos y después el relato “El kayak rojo”. Si bien hay una relación clara entre ambas, porque el personaje central ha escrito ese relato, el lector no se enfrentará a una crónica tersa y objetiva del pasado, ni tampoco a una aclaración policiaca del misterio, sino a un embrollo de narraciones, identidades y situaciones que buscan poner a prueba y tal vez ampliar las capacidades de interpretación con las que encaramos un texto. Yo creo que la decisión de unir esas dos partes, que tomé cuando ya tenía bastante escrito, fue el momento más importante dentro del proceso de escritura.
Se viene diciendo que estamos pasando un buen momento en nuestra narrativa en razón de una serie de libros que han sido bien acogidos por la crítica y los lectores. ¿Coincides con esta apreciación?

Definitivamente, estamos en otro momento histórico del campo literario peruano; no se puede decir que la situación sea la misma que en el año 2010 y menos aún que en el 2000. Hay una ampliación y una transformación del campo, que se observa no solo en el aumento de editoriales, publicaciones y autores, lo cual es motivo de celebración, sino también en el uso de otros medios de difusión, como la tecnología y las redes sociales. Esto, en particular, me parece interesante, porque supone otro modo de hacer circular el libro y de poner en relación a los actores de la literatura. Hay, además, una mayor internacionalización de los escritores jóvenes. Ahora bien, no coincido con la idea de “estar en un buen momento”, discurso que se viene repitiendo los últimos veinte años. En mi opinión la literatura peruana es todavía una realidad muy limitada, sobre todo en cómo esta se piensa a sí misma, qué puertas abre y cuáles cierra. Por ejemplo, es todavía una realidad dominada por la figura clásica del escritor hombre y heterosexual, frente a la cual el resto de identidades queda un poco al margen. Además, la gama de temas y estilos es restringida, son solo algunos asuntos y modalidades ya muy vistos los que atraen al lector, con el resultado de que no haya demasiado lugar para lo raro y lo alternativo. La última encuesta publicada en Hueso Húmero, sobre las preferencias narrativas de los lectores, es reveladora: nuestro gusto no evoluciona. Sigo pensando que el realismo nos domina, pero que también existe una idea convencional de su opuesto, lo fantástico. Por último, hemos cruzado las fronteras nacionales aunque solo superficialmente, tenemos un acceso ilimitado a la literatura mundial pero seguimos concibiendo la producción local como una isla separada del “extranjero”. 


Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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