Vida y obra, en el caso del poeta Roger Santiváñez, no transitan por vías separadas. Conforman, por el contrario, un solo sendero, una misma ruta. Para Santiváñez, su compromiso poético posee una raigambre mística. Su entrega es total. Al extremo, incluso, de arriesgar la propia piel en sus más delirantes exploraciones creativas. Ahora vive tiempos de calma. Tiempos que coinciden con la aparición de Sagrado (Peisa, 2016), libro que reúne su poesía escrita entre el 2004 y el 2016. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR 

–¿Cómo surgió la idea de reunir parte de tu obra poética nuevamente?

–La idea surgió gracias a una invitación de German Coronado para publicar un libro. Entonces decidí reunir –en un solo volumen- los libritos que había venido editando después de la recopilación Dolores Morales de Santiváñez que es del 2006. Sin embargo recojo en Sagrado un texto como Eucaristía que es del 2004 y está incluido en Dolores debido a que pertenece a la onda de lenguaje en la que están los conjuntos –posteriores a 2006- reunidos en Sagrado. Igualmente decidí incorporar –al comienzo del libro- trabajos anteriores como Tres poemas para descifrar –escritos a la manera de Lezama Lima- en 1976 y Lauderdale aparecido en Hueso Húmero en 1999, por la misma razón.

–El título del libro no es gratuito. Hay en tu poesía una impronta mística. ¿De dónde viene?

–Así es. Hay una impronta mística que viene de mi formación religiosa en la niñez y adolescencia. Mi mamá era una persona profundamente católica que me llevaba –desde la más temprana infancia- todos los días a las 6 a.m. a la misa de la Virgen del Carmen en Piura. Asistí además al colegio San Ignacio de Loyola de la Compañía de Jesús en la misma ciudad y participé –durante los 3 últimos años de la secundaria- en los Ejercicios Espirituales del fundador de la Congregación. Todo esto me marcó hondamente y es lo que brota de manera natural en mi concepción poética.

–Al repasar tu obra poética uno advierte que en un momento dado tu interés por el trabajo del lenguaje es mayor. Incluso te empiezan a asociar con el neobarroco. ¿Cómo nace esa necesidad expresiva? ¿Algunas lecturas?

–Cuando llegué a los Estados Unidos en 2001 descubrí el movimiento neobarroco y tuve la alegre sorpresa de ver la coincidencia entre dicho estilo con el que yo había desarrollado en la soledad de unos altos que habitaba en Pueblo Libre en Lima. Luego conocí a José Kozer, Eduardo Espina y Reynaldo Jiménez quienes tuvieron la generosidad de aceptarme como un poeta que andaba en una búsqueda similar. Esa necesidad expresiva, para mí, habría empezado no precisamente de lecturas, sino de la íntima evolución de mi lenguaje poético; es decir, ya sentía que el modo conversacional, en el que yo nací a la poesía, no me satisfacía como tal. Percibía que me acercaba a una exploración verbal de otro tipo. Así fue como llegué a ese nuevo y más elaborado lenguaje. Aunque justo es decir que ya desde 1976 (en pleno imperio del conversacionalismo) me había fascinado la poesía de Lezama Lima cuando llegó a Lima su poesía completa editada por Barral.

–¿Te grada la etiqueta de “poeta neobarroco”?

–La etiqueta me simpatiza, toda vez que me siento cerca de la tendencia, reunida, a nivel fundacional, en la muestra de poesía latinoamericana denominada Medusario. Sin embargo, me siento más cómodo, quizá, con el sugerente Poesía del lenguaje que otros estudiosos y poetas, a ambos lados del Atlántico, han acuñado últimamente.

–Formaste parte de grupos como La Sagrada Familia y Hora Zero. ¿Qué recuerdas de cada uno de ellos?

–La Sagrada Familia fue un grupo de nació de una idea que tuve con Edgar O’hara allá por enero de 1977. Le pasamos la voz a nuestros amigos más cercanos de San Marcos y la Universidad Católica, de allí que –irónicamente- a Mito Tumi se le ocurrió llamarnos La Sagrada Familia aludiendo a ese raro encuentro entre sanmarquinos y “católicos” cosa no muy frecuente aquel entonces. Pero nosotros lo asumimos y decidimos llamarnos así. En realidad LSF venía de una mancha de jovencísimos poetas que nos reuníamos todos los sábados en la Plaza San Francisco del centro de Lima, desde 1975, en un anónimo bar al que bautizamos como Melibea por un poema de Luis Alberto Castillo que aludía al tema. Era lo que –en ese tiempo- se conocía como ‘generación del 75’ de la que se prepararon hasta dos antologías –una de Edgar O’hara y otra de Alex Zisman- pero ambas quedaron en la utopía de los libros jamás impresos. Sin embargo La Sagrada Familia logró lanzar 4 números de su revista hasta abril de 1979. Y publicó bajo su sello los Poemas clandestinos de Roque Dalton, Poemas al estilo de una pintura ingénua de Enriqueta Beleván y libros de los miembros Edgar O’hara, Enrique Sánchez Hernani, Carlos Lopez Degregori y Luis Rebaza. También conformaron el grupo el ya mencionado Castillo, Guillermo Niño de Guzmán, Dalmacia Ruíz Rosas, Guillermo Saravia, Julio Heredia, Ernesto Mora, Eleonora Falco, Oscar Malca, Marisol Bello y el artista plástico Luis Angulo Katongo. Me gustaría recordar que publicaron en nuestra revista Juan Luis Dammert, Cromwell Jara y Armando Arteaga.

La Sagrada Familia empezó como un grupo exclusivamente empeñado en el culto de la palabra, interesado en alejarse de cierta deslavazada manera que creíamos percibir en los excesos del conversacionalismo imperante, cuya punta de lanza era –en ese instante- el lenguaje de Hora Zero y los poetas del 70. A partir del Paro Nacional del 19 de Julio de 1977 –gran enseñanza de las masas trabajadoras del Perú- los poetas de LSF fuimos inspirados hacia el marxismo y decidimos estudiarlo –cosa que hicimos con el gran profesor y filósofo David Sobrevilla- así como crear una poesía políticamente política que expresara el sentimiento y la vivencia de las clases explotadas con miras a la Revolución socialista.

Portada de Sagrado, libro publicado por la editorial Peisa.

–¿Esa búsqueda te lleva a Hora Zero?

Sí, esto fue lo que me llevó a Hora Zero por considerar que su poética representaba aquella responsabilidad política que yo había asumido. HZ se había reagrupado también en 1977 -tras su silenciosa desaparición como grupo organizado en 1973- igualmente debido a la crisis general socio-política cuyo epítome fue el Paro Nacional del 77. La agitación política se desencadenó después del golpe de estado del fascistoide Morales Bermúdez –en 1975- contra el gobierno reformista de Velasco que –con su procesos de cambios estructurales- había concitado la atención del mundo entero desde 1968. Entre esos avatares en 1979 LSF se disuelve por común acuerdo debido a discrepancias internas alrededor de distintos puntos de vista –dentro de los variados marxismos- sobre cómo realizar –de la mejor manera- nuestro asumido compromiso político literario.

Entonces hubo un intento de organizar un gran Frente Cultural. Eso se llamó La Unión Libre y allí estaban Hora Zero, un sector de lo que fue La Sagrada Familia, la célula cultural de Partido Obrero Marxista Revolucionario (POMR), algunos integrantes del taller de artistas plásticos Huayco, poetas limeños del grupo Ómnibus de Arequipa, y varios poetas y/o artistas individuales básicamente asiduos a la tertulia del café Wony en el centro de Lima. Dicho intento no funcionó porque era –como se dice- una olla de grillos: muchas y yuxtapuestas opiniones hicieron imposible llegar a un mínimo punto de acuerdo. Corría ya diciembre de 1980 cuando Jorge Pimentel nos invitó –a la poeta Dalmacia Ruíz Rosas y a quien responde esta entrevista- a integrarnos al Movimiento Hora Zero. Aceptamos la invitación y así fue cómo empezó mi militancia en HZ, todo 1981 y parte de 1982, año en que –en el contexto de nuevas circunstancias sociales e históricas- di en fundar el Movimiento Kloaka.

–Antes de hablar de Kloaka, y parte terminar el tema Hora Zero, en qué medida fue importante tu paso por sus filas.

–Mi vida con HZ fue muy importante, porque con ellos aprendí a conocer –realmente- al pueblo, a la gente de mi país y a su lenguaje. Yo venía de la burbuja de la clase media acomodada de Piura, de modo que mi experiencia horazeriana me permitió empezar a sentir y percibir la manera de ser y de hablar de nuestros pueblos, tal como es, en carne y hueso.

–Luego, como mencionas, fundas Kloaka, en la década del 80. ¿Fue tu apuesta más radical?

–Efectívamente fundé Kloaka con Mariela Dreyfus e invitamos a participar a Edián Novoa y Guillermo Gutiérrez Lhyma. Este fue el núcleo iniciador. Luego se sumaron José Alberto Velarde, Domingo de Ramos, Mary Soto, Julio Heredia y el pintor Enrique Polanco. Posteriormente actuaron como aliados José Antonio Mazzotti y Dalmacia Ruíz Rosas. Igualmente fueron compañeros de ruta Rodrigo Quijano, Fernando Bryce, Frido Martin, Bruno Mendizábal, Rafael Dávila-Franco, así como Kilowatt, y las bandas Del pueblo y Medias Sucias.

Pienso que sí, Kloaka fue la propuesta más radical ya que la exploración poética seguía la consigna de un verso de Rodolfo Hinostroza en Contra Natura y que Patrick Rosas pone como epígrafe en su libro Las claves ocultas & otros poemas. El citado verso reza: “Sumersión prolongada en las formas para emerger purificado”. Es decir, nos metíamos en lo más profundo de abajo, tanto en lo personal como en lo social, para salir desde allí con esa nueva canción que quiso ser el lenguaje de Kloaka. Fue en esta línea que compuse los poemas de Symbol (1991) con un fraseo atravesado y enhebrado a 3 violencias: la de la guerra que vivía el Perú en ese momento, la de la droga en el que estaba inmerso, y la de una relación amorosa con una hermosa muchacha del Rímac. Quería extralimitar el coloquialismo yéndome hacia la creativa jerga del lumpen, e -increíblemente- en ese viaje exploratorio fui a parar en unas landas desconocidas en las que el lenguaje se iluminaba a sí mismo y se explayaba en una elaboración que, luego me di cuenta, me conducía hacia el neobarroco.

–Ahora que mencionas a bandas de rock como Del pueblo y Medias sucias, recordé que hace unos meses te vi en un concierto de los Yorks, en la FIL Lima, y mencionaste la importancia del rock en tu poesía. ¿En qué medida se produce esta influencia?

–La influencia del rock en mi poesía –y en mi vida- es fundamental. Mis hermanos mayores –en la Piura de principios de 1960– escuchaban rock and roll y esa fue la música con la que fui creciendo desde la infancia. En la adolescencia ya participaba en una banda de rock y amaba a Los Yorks por supuesto. Cuando era niño escribí unos textos –influenciados por las canciones rock que oía en mi casa- que eran una especie de poemas, aunque en ese instante no tuviera ni la menor idea de la poesía. De modo que eso siempre ha estado en mi alma. A veces he sentido que el ritmo de mi poesía es un intento de captar el ritmo del rock and roll. Pero, quién sabe si lo conseguí? Lo concreto es que el rock es mi música y que –actualmente– escribo como componiendo música, tratando las sílabas, palabras y asonancias como si fueran notas musicales, porque ya sabemos que la máxima aspiración de la poesía es ser música.