Impecable en la construcción de personajes y diestra en el manejo de las atmósferas, Liliana Colanzi ha logrado situarse en un espacio importante dentro la nueva narrativa latinoamericana. Ella acaba de publicar su segundo conjunto de relatos Nuestro mundo muerto, que ha sido editado también en el Perú gracias a una estupenda iniciativa del sello independiente Santuario –comandado por Víctor Ruiz y Diego Trelles–. Ella estuvo de paso en Lima para presentar el libro en una entrañable velada en la librería Escena Libre –y que tuvo como presentador a Juan Manuel Robles–. A continuación la charla que sostuvimos sobre esta nueva entrega. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Internet

—¿Cómo se fue gestando Nuestro mundo muerto? ¿Tenías una idea bajo la que querías articular los cuentos o éstos fueron apareciendo y viste que tenían puntos en común?

—Después de publicar Vacaciones permanentes intenté escribir cuentos con los mismos escenarios y personajes de ese primer libro y me di cuenta de que ese mundo se me había agotado. Primero escribí “El Ojo” en clave realista, pero me faltaba algo que diera cuenta del desborde de la protagonista, de su estado mental. Lo abandoné y un año después, al retomarlo, introduje el elemento del Ojo flotante en el baño de la universidad, y eso me puso en la pista de lo que vendría más adelante. No me interesa articular los cuentos a través de temas o ideas sino de una atmósfera compartida.

—En estos cuentos, el campo, lo rural y lo indígena tienen una presencia importante. ¿A qué se debe?

—En Nuestro mundo muerto el paisaje es un personaje más: la nieve, la selva, el árido suelo marciano. El paisaje para mí es un estado de ánimo y una experiencia que nos confronta con nuestras limitaciones físicas y con la enorme indiferencia de la naturaleza. A la naturaleza no le importa nuestra supervivencia, tiene un ritmo propio que viene de mucho antes. Pero no se puede hablar de naturaleza sin hablar también del avance de la industria y del capital, y de cómo han alterado ecosistemas y han desplazado comunidades indígenas. En Nuestro mundo muerto lo indígena no aparece solo en el campo, sino que está en diálogo y en tensión con el mundo urbano.

—Otra característica del conjunto es la presencia de elementos fantásticos y de ciencia ficción. En algunos casos uno termina entre turbado y fascinado por la irrupción de lo sobrenatural y la duda posterior si ha ocurrido en sí o es parte de la imaginación o paranoia del personaje.

—Me gusta que mis cuentos oscilen entre lo real y lo sobrenatural, que dejen la posibilidad de más de una lectura. Para mí es más importante la forma en que se experimenta lo real que la realidad misma. En la escritura, de qué manera alguien ve un fantasma o un ovni me parece más interesante que determinar si el fantasma o el ovni existen. Y claro, para escribir sobre lo fantástico hay que ser realista, o si no la historia pierde el principio de verosimilitud y el interés decae.

—Hablando de personajes, éstos, además de estar muy bien construidos, tienen en común que son seres extraños, raros, un poco tentados al fracaso –pensando en Ribeyro–.

—Para hablar de fracaso hay que haber aspirado antes al éxito, y mis personajes pelean con otro tipo de fuerzas. Yo no hablaría de fracaso sino de nuestra herencia colonial. Del veneno que es la mente. De la fragilidad del cuerpo. De la ansiedad y de la locura. Y de cómo nos enfrentamos a fuerzas superiores a nosotros.

—Leí una antología de tus cuentos publicada en Chile por la editorial Montacerdos, en el que se incluían algunos cuentos de este último libro pero también del anterior. ¿Cómo ubicarías Nuestro mundo muerto respecto a tu libro anterior Vacaciones permanentes?

—Con Nuestro mundo muerto quise alejarme del mundo que ya conocía y distorsionarlo por completo. Tenía la necesidad de mutar en otra cosa, de encontrar un tono diferente. Me cansó el tema de padres e hijos desde el ángulo de la nostalgia. Me dio por torcer un poco más el lenguaje, ver cómo podía intervenir las voces de los personajes con otras voces, experimentar con el tiempo y con la perspectiva.

—¿Qué significa para ti, como autora, la publicación en Lima de tu más reciente libro bajo el sello Santuario?

—Santuario tiene un hermoso catálogo de autores latinoamericanos y para mí es una alegría ser parte de él.

—Finalmente: resides desde hace varios años en los EEUU, pero en tu literatura Bolivia está muy presente. ¿Es una manera de sentirte cerca de tu país?

—Yo necesito distancia para poder escribir. Me siento cercana a Bolivia sin que la escritura tenga que confirmarme esta proximidad. No creo que haya correlación entre las formas que toma la escritura y el sentido de pertenencia o no a un país.

portada de la edición peruana. | foto: cms.