En el 2007 debutó literariamente con el interesante conjunto de relatos Un accidente llamado familia. Cuatro años después dio un gran salto con el estupendo Algo se nos ha escapado –afiatado libro de cuentos con el que consolidó, me parece, su voz particular–. En el 2014 demostró que en los predios de la novela le podía ir igual de bien con la celebrada Nunca sabré lo que entiendo. Ahora Katya Adaui nos vuelve a sorprender con un arriesgado y logrado libro de cuentos Aquí hay icebergs (Literatura Random House, 2017): inmejorable pretexto para esta charla. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Archivo de la autora

–Los cuentos del libro están vinculados de alguna manera entre sí, ya sea por los temas o por las atmósferas. ¿En qué momento tomas conciencia de esto: antes de escribirlos o después?

–Te diría que es un proceso que nace inconsciente y crece consciente. En algún momento de la escritura de un cuento, un disparador puede volver. Con la urgencia de ser retomado desde una imagen, una oración, un personaje en conflicto, insistiendo en la unidad, en lo orgánico. También sucede en plena reescritura. Se cuela y hay que autorizarle resurgir, si es para cuestionar, para resignificar. Nunca como una repetición vacía de sentido.

–El tema de la familia y los vínculos que se establecen es un tema al que siempre vuelves. A qué se debe.

–Dos personas hacen una familia. Como seres gregarios, vivimos buscando o esperando a ese otro, al compañero, incluso a nuestro pesar. Y como seres imperfectos que somos, mantenemos, elevamos o destruimos aquello que amamos. Intentamos que los pilares de nuestro hogar tengan la mejor vista, pero anclan en un acantilado fofo. ¿Cómo no escribir de esa amenaza?

–En cada libro que escribes sueles tomar riesgos. En este me parece que los riesgos que asumes y de los que sales muy bien librada son mayores. ¿Lo ves así?

En el tiempo que pasa entre libro y libro, estoy escribiendo aunque no esté escribiendo. Alimento la escritura de todas las formas posibles y lo hago permitiéndome sentir. Entregándome a la vida. Elijo con cuidado lo que leo –voracidad por aprender de los demás– y un pequeño saber que no me pertenece, pasa a ser mío. Cuando escribo me reto mucho. Quiero pensar mejor. Quiero lanzarme de cabeza al “conocido mar desconocido” y hacer arqueología abisal.

–En el caso del lenguaje, por ejemplo, en ese libro está más condensado -si vale el término- y por eso mismo más potente.

–La potencia del lenguaje también viene del ritmo. Cada autor tiene su propio ritmo. Suele pasar que si te encanta un cuento por su ritmo, le estás diciendo a su autor: me gusta cómo respiras. Creo que una de las razones por las que mi universo narrativo es acuático es por la respiración. El lenguaje existe para ser roto, para jugar con él como juegan los niños, antes de que alguien los enmiende. Un cuento sin juego del lenguaje, más allá de su conflicto, no se me hace memorable.

–Además del aliento lírico que tienen los relatos, ¿lees mucha poesía? ¿A qué autores?

Leo poesía, sí, pero no creo que mucha. Sobre todo a Pavese, Rilke y Watanabe, que me dan tanta paz como me la quitan.

–Luego de tu novela Nunca sabré lo que entiendo, retomas el cuento. ¿Es un registro que se acomoda mejor a ti?

–Me gusta escribir. No pienso: cuento – novela – cuento, o en el grado de dificultad. Porque todo es difícil cuando se escribe. Una idea viene y la atajo. Si es un cuento, bien. Si es una novela, bien.

foto: cms.