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Ampuero: Lobos solitarios

FERNANDO AMPUERO. Lobos solitarios (Peisa, 2017), 72 pp.

Publicado: 2017-07-04

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR 

Truman Capote, el atormentado y desmesurado escritor norteamericano, autor de la famosa novela A sangre fría, escribió: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Recordé esta frase –que aparece en el prólogo de Música para camaleones– al terminar de leer Lobos solitarios (Peisa, 2017), el cuento largo –en realidad un díptico: dos historias– que acaba de publicar Fernando Ampuero.

     Se trata de un relato, dividido en dos partes, que se sostiene en el recuerdo del narrador sobre dos personajes singulares: dos periodistas que trabajan en un semanario de actualidad (Caretas). Sin embargo, aquella no es la única o más relevante coincidencia. El quid del asunto es que en ambos palpita, febril y desaforada, una vocación literaria.

     Si bien es cierto el relato de Ampuero elude los predios de la ficción y se colocaría en la llamada no ficción –pues aunque no aparezcan los apellidos de los personajes se sabe que se trata de Edmundo de los Ríos y Xavier Ugarriza–, la mayor virtud (o al menos lo que me interesa más) es que a través de esos dos personajes reales nos propone una travesía desgarradora por el fracaso de la escritura o, como diría Charles Bukowski, por la senda del perdedor. Ninguno de los dos logra el reconocimiento; uno de ellos muere inédito, incluso.

     Escribir –literatura, digo– puede ser un don, como diría Capote, pero también resulta una condena. Una suerte de autoflagelación del alma, para seguir con la referencia al escritor estadounidense. A través de una afiatada y depurada prosa, Ampuero nos narra la obsesión de estos dos sujetos por la escritura de una novela a la que se entregan como dos kamikazes. Lo apuestan todo y pierden.

     Destaca por el logro estético y simbólico la escena en la que Edmundo, quien le había dedicado años de esfuerzo y de privaciones a escribir la que esperaba se convirtiera en su gran novela, decide arrojar los manuscritos, en un arranque de locura, a través de una amplia ventana que da a la calle. Y los papeles “alzaron vuelo como una bandada de gaviotas, revoloteando y alejándose velozmente del departamento” (p.39).

     Lobos solitarios es también un testimonio de amistad. Aunque quizás sea más certero decir de complicidad, de autorreconocimiento entre pares. Quién mejor para entender el fuego fatuo de la creación literaria en aquellos dos personajes que el mismo Ampuero, hermanado con Edmundo y Xavier en la lucha constante contra la página en blanco, en la soledad noctámbula frente a la máquina de escribir.


Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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