A mediados de la década del 80, Rossella Di Paolo irrumpió en la escena poética peruana con Prueba de galera, un libro en el que iba ya fijando su voz particular y los temas que la acompañarían desde entonces. A la fecha lleva ya cinco poemarios que la ubican como una poeta importante. Sus primeros libro, sin embargo, resultan inubicables en librerías. Por suerte, Paracaídas acaba de re-editar su ópera prima: Prueba de galera. Un inmejorable pretexto para charlar con Rossella sobre su primer libro, sobre su proceso creativo y, de paso, sobre su más reciente poemario La silla en el mar (Peisa), publicado el año pasado. El escenario: la Feria Internacional del Libro (FIL Lima 2017).  

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–¿Qué significa para ti la re-edición de tu primer poemario Prueba de galera?

–Me recuerda la vez que publiqué mi primer libro, Prueba de galera, en 1985, con Antares, y toda la ilusión que tenía en ese momento. Era mi primer libro, estaba nerviosa y un poco la muestra de que este libro era como un ensayo es que lo llamé justamente Prueba de galera, además que es una etapa en la edición de un libro, que está sujeto a cambios, y también por la alusión a la navegación, porque es una especie de internarse en el mar. Efectivamente las tres secciones hablan de ello: Mare pacificum, Insulae y Terra del fogo, que dicho sea de paso son nombres que saqué de un mapa antiguo que tenía en la pared de mi cuarto.

–¿Cómo estructuraste esas tres partes?

–Los primeros poemas que están en la primera parte, Mare pacificum, son más serenos. Los de la última parte, Terra del fogo, son más conflictivos. Y los que están en el medio, Insulae, tienen algo de tierra y algo de mar.

–¿Qué recuerdas de esa época en la que se publicó Prueba de galera?

–Era la época en la que acababa de irme de mi casa, de la casa paterna. Empezaba mi vida como una persona sola. Tenía varios trabajos, sobre todo relacionados a la enseñanza. Y eso me permitía pagarme un lugar. Y, bueno, era una época de descubrimientos, de miedos, pero también de afirmaciones y de mucha ilusión. Fue en esa época en la que me leí completo El Quijote. Lo disfruté. Siempre voy a asociar mi lectura de El Quijote con mi salida de casa.

re-edición de prueba de galera bajo el sello editorial paracaídas.

–¿Cómo armaste el libro?

–Son poemas que había venido escribiendo muchos años antes y cuando un amigo, Alberto Benavides, me dijo que le gustaría leer mis poemas para ver si los podía publicar. Se los pasé, le gustaron y decidió sacarlos bajo el sello de Antares. Y para mí fue un momento de mucha angustia: tener que escoger poemas entre los que había estado escribiendo, armar las secciones, encontrar el título del libro. Me acuerdo que tenía varios títulos pero los fui descartando. Y justamente en Antares escuché una conferencia sobre el proceso de edición de un libro y en un momento dado mencionaron: …y la prueba de galera. Y me acuerdo que en ese momento me paré y me fui corriendo a mi casa para escribirlo a máquina y ver cómo se veía y me dije: este es el título.

–Contaste una vez que vas escribiendo poemas y luego encuentras los que tienen vínculos entre sí…

–Lo que llamo marcas de tribu. Sí, esa es la idea, una vez que tengo material para un libro comienzo a ver cuáles pueden ser las coordenadas, las constantes.

–Ese proceso cambia en tu más reciente poemario, La silla en el mar, que se publicó el año pasado…

–Todos mis libros siguieron ese mismo proceso. Así fue Prueba de galera, Continuidad de los cuadros, Piel alzada y Tablillas de San Lázaro. Pero completamente diferente fue con La silla en el mar. Me enamoré del personaje de Melville: Bartebly. Y durante años estuve metida en el mundo de Melville. Leí, releí sus obras. Y los primeros poemas eran sobre Bartebly. Y poco a poco comenzó a entrar el capitán Ahab. Y lo dejé entrar porque creaba un buen contrapunto, entre alguien que ha decidido no hacer nada y alguien que más bien lo hace todo para perseguir a la ballena. Durante esos años, leí y releí a Melville. Incluso tengo poemas de otros de sus personajes, pero decidí quedarme solamente con este dúo.

–¿Cómo te enfrentas al poema? ¿Sueles corregir mucho o eres de los que priorizan la espontaneidad de la primera versión?

–Creo que los primeros libros eran menos corregidos. Con los años una se vuelve más autocrítica, más analítica, se pierde esa espontaneidad, además uno ha leído más. Pero todo tiene un límite. Tampoco se puede corregir un poema demasiado porque, como digo yo, se recalienta, se malogra. Cuando veo que un poema está muy reacio prefiero desecharlo. No puede perder esa pequeña luz. Hay que construir alrededor de esa pequeña luz.

la silla del mar, publicado por peisa el año pasado.