Alvaro Bisama es un escritor notable. Empecemos por allí. Lo encuentro en el stand de Chile, en la FIL Lima a la que ha llegado para participar de varias actividades. Recordamos, al tiro, como dicen en el sur, nuestro encuentro anterior, en la cafetería de un pequeño hotel miraflorino hará ya algunos años. Tras ese preludio, empezamos la charla sobre El brujo (Alfaguara, 2016), su estupenda novela sobre un fotógrafo, su hijo y las imágenes de horror que nos persiguen. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–¿Se puede decir que El brujo es una novela sobre la memoria y cómo los recuerdos nos persiguen?

–Creo que es eso, una novela sobre la memoria y también sobre cómo las imágenes enferman y si es o no posible sanar de las imágenes que la memoria trae de vuelta una y otra vez. Creo que es una novela sobre el paisaje, sobre qué significa el paisaje, sobre cómo el paisaje cambia o no cambia a la persona. Una novela que fue para mí inesperada, no pensé escribirla. Apareció con una imagen de un hombre al cual le tocaban la puerta. Y luego creció siendo una novela sobre el paisaje.

–La novela tiene como protagonista a este fotógrafo pero está contada en gran parte por el hijo. ¿Cómo decides abordarlo así y cómo optas también por incluir también la voz del padre?

–Quería que el fotógrafo hablara. El problema era el funcionamiento de esa voz, el sentido de esa voz. Pero mi di cuenta que para llegar a esa voz tenía que acercarme de algún modo. Entonces escribir la historia del hijo era mi modo con el que me acercaba al sentido de esa voz. Me refiero a que la novela se escribió linealmente, tal como se lee. Si bien hubo ediciones al final, fue escrita en el mismo orden en el que se lee. Entonces, para llegar a la voz del padre necesariamente tenía que estar la voz del hijo. Fue un proceso bien absorbente. Mientras la escribía advertía que iba cambiando, en un momento era una novela sobre la dictadura, luego mutaba a un policial, y luego en una cosa más de horror.

–Ahora que mencionas lo de la dictadura, es verdad que está presente pero creo la lo novela va más allá de eso…

–¡Sí, claro!, es una novela de lo que sucede después. Es una novela que parte sobre eso pero que también va hacia otros lugares, otras zonas, hasta otras preguntas.

–Otro aspecto que me gustó fue la estructura. Ahora me cuentas que la escribiste linealmente. Y cuando la leí se me ocurrió pensar que la habías trazado previamente. Hay una parte que me impactó, y es en la que el hijo dice: “Cuando me preguntan qué había pasado con mi padre, lo que no contaba era esto: …”.

–Sí, claro. En un policial normal el padre debía aparecer al final o no aparecer. Y yo lo puse a la mitad. Me parecía que era contraponer esas dos versiones: entre lo que se dice y lo que no se dice. Quebrar la novela a la mitad. Provocar un efecto. Pero no era buscado, no sabía que iba a llegar a eso. Fue una novela sin planes. Tomé muy pocas notas. Por lo menos en este libro, la novela se volvió un proceso de descubrimiento. No sabía a dónde se dirigía. Lo único que tenía era la imagen de un hombre al que le tocaban la puerta. Y era cómo llegar a esa imagen que para mí contenía cosas, y de pronto aparecieron todas esas cosas.

–También hay un trabajo de lenguaje…

–Sí, fue una novela que durante la escritura estaba muy preocupado del lenguaje. Provocar un efecto con el lenguaje. Pensar que lo que estaba roto también era el lenguaje. Que la novela avanzaba de lo visible a lo invisible, de lo que se podía contar a lo que no se podía contar. Estaba preocupado en cómo funcionaba el lenguaje, en cómo era el lenguaje en alguien que lo abandona todo, que lo deja todo, que se queda vacío, que se queda sin nada. La novela era también la respuesta a esa pregunta que sigue suelta: cómo sanar de las imágenes que nos enferman, cómo habitar un lenguaje cuando siempre está roto.

–Mencionas que para El brujo tomaste pocas notas. ¿Fue un proceso diferente al habitual?

–Cada libro tiene un proceso distinto. Siempre me distraigo y muy rápido, es muy difícil que me mantenga en un solo proyecto a la vez. Entonces, cuando aparecen esta clase de proyectos, no queda otra que lanzarse hacia adelante. Y preguntarte qué pasa con él, qué sentido tiene. No hubo notas en El brujo porque era como tirar del hilo de una madeja, ver cómo esa madeja se desenrollaba; pero no tenía claro si había algo dentro, si había lana dentro y de qué color era esa lana. Me gusta la idea de la escritura, por lo menos en la ficción, como un lugar en el que no sé que va a pasar. Me gusta cuando leo también esas escrituras que en el fondo funcionan desde ese grado de incertidumbre.

–Terminemos con el inicio: cómo apareció esa imagen del hombre al que le tocan la puerta…

–Fue bastante pedestre. En una fiesta, un amigo me contó una historia. Y yo desperté pensando en esa historia, en esa imagen. Y mi amigo no me había contado nada, era un recuerdo falso de una mala juerga, o de una buena juerga (risas). El recuerdo falso de algo que pensaste que te contaron pero que nadie te contó. Pero tampoco sé de dónde viene. Y eso me agrada mucho, que el germen de la novela sea un recuerdo falso.

foto: cms.