Conocí a Ray Loriga a través de sus libros a mediados de la década del noventa cuando yo era apenas un estudiante universitario pero ya un lector febril. Encontré una tarde Caídos del cielo en una feria del libro y a los dos días estaba de vuelta para adquirir sus dos novelas anteriores que por suerte estaban disponibles: Lo peor de todo y Héroes. Muchos años después pude conversar con él vía telefónica sobre Ya solo habla de amor (Alfaguara, 2008). Aquella entrevista salió publicada a página entera en el diario Correo. Casi una década después lo conozco personalmente. Estamos en la terraza del Hotel Los delfines, en San Isidro y nos ubicamos a sugerencia de Omar Guerrero (Penguin) en una mesa ubicada al lado de la piscina. Ray Loriga está de buen humor a pesar de la fría mañana y lo gris de nuestro cielo limeño. La charla gira, en esta ocasión, en torno a Rendición (Alfaguara, 2017), la merecidamente premiada novela que ha venido a presentar en la Feria Internacional del Libro (FIL Lima). 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–Uno de los aspectos que más me han gustado de Rendición es el tono que tiene. ¿Te costó encontrar ese tono, esa voz narrativa?

–Te agradezco ese comentario porque curiosamente, para mí, la novela es esa voz narrativa. Luego, por supuesto, hay un trabajo de estructura, de concepto y de la propia historia. Pero para mí la clave era la voz. Y, respondiendo a tu pregunta, no me costó encontrarla, me costó guardarla. Escribí las 12 o 14 primeras páginas después de buscar ese tono en mi cabeza y las escribí de un tiro. He tardado mucho en escribir esta novela. Prácticamente están idénticas, tanto arriba y abajo. Y quizás como me costó conservar ese tono, la aparqué un tiempo y escribí Za Za, emperador de Ibiza. Y volví a ella después. Cosa que no había hecho nunca. Tener un primer boceto bastante completo, parar la escritura de esa novela, escribir otra del tirón, y volver. Y no la paré porque no me gustase, sino porque temía que ese tono que era tan delicado se me fuera en una frase, en cualquier momento. Y el trabajo siguiente fue empezar a recorrer nuevamente esa novela sin perder nunca esa voz. Pocos acontecimientos dentro de la novela cambiaron. Me parecía que si se perdía esa voz todo se iba al carajo, porque la credibilidad de la historia está en la credibilidad de esa voz.

–Ahora que mencionas que muy pocas cosas cambiaron del boceto inicial, eso me lleva a otra curiosidad: la estructura de tus novelas. ¿Sueles trabajar con un mapa previo o la estructura se va armando en el camino?

–No tengo un mapa previo. Tengo colegas que trabajan así y han compartido conmigo esa manera de trabajar en conversaciones. Tienen incluso hasta imágenes. Si quieren escribir sobre una cabaña buscan una fotografía de una cabaña. En mi caso, la estructura la suelo tener en la cabeza. En el caso de Rendición sí tenía claro que era la comarca, la diáspora y la ciudad de cristal. Y esos parámetros que son básicamente los tres actos que tienen sí los tenía muy claro, pero ya te digo sin haberlo hecho presente en un gráfico o con tarjetas o cualquiera de los métodos que hay ahora. Esta es la manera en la que trabajo.

–Al leer la parte posterior a la diáspora, cuando llegan los protagonistas a la ciudad de cristal, en la que todas las construcciones son transparentes, pensé en la relación que se puede establecer con la internet en estos tiempos, en los cuales a través de las redes sociales estamos expuestos a la mirada de miles de personas.

–Sí, tiene que ver con eso. La sensación, ¿no? Se supone que las herramientas nacen para compartir, pero hasta qué punto esto puede girar hacia el exhibicionismo, hacia una curiosidad exacerbada por los demás y, sobre todo, cómo afecto a nuestro concepto de intimidad que está íntimamente ligado, valga la redundancia, a nuestro concepto de identidad. Hasta qué punto nuestra estima, nuestro autoestima, nuestro autodesprecio puede ser generado con esos parámetros de atención o desatención, de aplauso o crítica que te devuelven esos millones de ojos imprecisos, porque no sabemos muy bien quiénes son los que nos aplauden o nos insultan (risas). Y todo esto me crea muchas inquietudes. De allí la imagen de la sociedad de esa ciudad transparente.

–Uno puede tener muchos contactos en Facebook pero, al mismo tiempo, no saber realmente nada de ellos. Y en una parte de tu novela el protagonista reflexiona sobre que al inicio el ver a sus vecinos en el baño o haciendo el amor detrás de esas paredes transparentes lo desacomoda pero que luego es como si no los viera.

–Porque te acostumbras. En una parte dice algo como que de tanto verlo todo ya no le interesa nada. Y es que gran parte del interés que crea las imágenes es puramente neurológico, es tener que asomarse. Si ves algo entrevisto tienes la tendencia inmediata de asomarte a verlo completo o a verlo un poco más. Pero si está frontal pues la mirada se acostumbra, no motiva más.

–Otro aspecto interesante, que también sucede en esta ciudad de cristal es la supresión del derecho a indignarse, a estar en desacuerdo…

–Derecho a discrepar al menos, disentir. Sí, allí establezco una paradoja si quieres malvada por mi parte. Aspiramos a una sociedad plenamente democrática. El mundo ideal sería un absoluto consenso. Claro, en el absoluto consenso la opinión de uno sobra. Y si la opinión de uno sobra, la existencia de ese uno también sobra. O te unes a lo de todos, que es lo que todos pensamos, o no molestes, cállate. Eso pasa en cualquier grupo. Vas de viaje con amigos y todos quieren ir a un lugar menos tú, o todos quieren ir a comer un tipo de comida menos tú, pues te estás automarginando. La próxima vez no invitamos a este tío que nos está arruinando el viaje (risas).

–Lo que le pasa al protagonista, que no está de acuerdo con ese sistema…

–Pero no tiene ni la fortaleza ni las ideas épicas de proponer un cambio. Simplemente sabe que esto no le encaja. ¿Por qué no le encaja? No le encaja porque todas sus herramientas vitales, metafórica y literalmente, quedaron en la comarca. El era un hombre que allí se sentía útil. Allí protegía a su mujer, incluso al niño Julio lo podía proteger. A sus hijos ya no los ve, pero también protegió a sus hijos cuando estaban. Y de pronto en esta sociedad donde todo viene dado, le dan comida, le dan todo. Ni siquiera su esfuerzo es necesario. Tiene un trabajo mecánico. No tiene motivación. Y poco a poco se va sintiendo un completo cero a la izquierda.

–Ahora que mencionabas al niño Julio, se trata de un personaje muy importante en la novela. Se trata de un niño que ha sido recogido, adoptado por la pareja protagonista, un poco creo para llenar el vacío de sus dos hijos que han partido a la guerra.

–Sí, es una mezcla, primero del instinto natural, es un niño y lo cuidas, pero luego no sólo es un acto de caridad sino también de egoísmo, para llenar el vacío y porque ellos, en la primera parte del libro, antes que apareciera el niño, habían perdido casi hasta la sinergia del matrimonio. Ellos lo tenían claro: somos dos, cuidamos de nuestros hijos y compartimos estos momentos. Y ante ese vacío hasta ellos están un poco sin saber cómo seguir adelante como pareja. Y el niño les reactiva todo eso, vuelven a sentirse útiles una vez más. Están cuidando al niño y hasta se divierten corriendo detrás suyo. Vuelven a parecer una familia de alguna manera. Y además el niño vertebra toda la historia.

–La novela plantea varios temas. Uno de ellos es el de la guerra y cómo ésta condiciona la vida de las personas de la comarca. Incluso, para la pareja el tener dos hijos que han ido a pelear en esta guerra le resulta un distintivo a favor, en medio de la paranoia y la sospecha permanente de traidores o infiltrados.

–Sí, en una parte de la novela se dice: “Desde que empezó la guerra las sospechas han hecho más daño que las balas”. Porque la guerra en retaguardia se mueve entre la sospecha, la delación. Y ellos se sienten protegidos por la supuesta actitud heroica de sus hijos. Eso les protege socialmente. Es interesante todas esas zonas extrañas del comportamiento del ser humano.

–Otra curiosidad: cómo surgió Rendición. ¿Una imagen específica, una idea que luego desarrollas?

–La verdad es que nació producto de aquella voz narrativa que me rondaba la cabeza. No te podría decir qué día. Es algo que iba calándome y de pronto arranqué a escribir esas quince páginas en las que curiosamente salieron los elementos principales: la guerra, la comarca, los dos hijos que van a la guerra, la pareja, el mundo que se va apagando a su alrededor… y de pronto me sorprendí a mí mismo con la llegada del niño Julio. De pronto estaba hablando algo del bosque y se apareció la imagen del niño herido y mudo. Entonces me di cuenta que tenía los elementos que necesitaba para al menos arrancar la historia.

–Hay una escena que me gusta mucho y me parece una de las más dramáticas y potentes de la novela y es cuando el protagonista se ve obligado a quemar su casa.

–Esa me gusta también. Lo digo de verdad. Esa imagen me gusta porque primero todo el proceso, que se lo digan, que el tipo lo acepte. Hasta ese punto tú ya sabes la importancia que esa casa tiene para ellos, en un momento se dice que contaban con morir en esa casa. La casa era su esencia. Y cuando la quema, viendo la ilusión que el fuego le hace al niño Julio, porque a los niños les gusta el fuego, como que se le quita por un momento el malestar. Esa imagen me gusta, es inquietante y cuando esperas un momento de dramatismo pues lo ves con los ojos del niño.

la primara novela y la más reciente.

loriga en la fil

Ray Loriga participó en algunas actividades en la Feria Internacional del Libro (FIL LIMA 2017). Además de presentar su reciente novela se dio tiempo para firmar ejemplares a la gran cantidad de fieles lectores que tiene en Lima.

ray loriga y la poeta peruana karen luy de aliaga en la fil. detrás una larga fila de incondicionales lectores.

ray loriga y diligente lector daniel aguirre en la fil.