Alina Gadea irrumpe en la escena literaria en el 2009 con Otra vida para vida para Doris Kaplan, una estupenda novela en la que evidenciaba su diestro manejo de la fragmentación y de la recreación de atmósferas. Luego publicaría las novelas Obsesión (2012) y La casa muerta (2014). Gadea acaba de presentar en la FIL su cuarta novela, Destierro (Emecé Cruz del Sur, 2017), libro que gira en torno a los estragos que genera una separación sentimental en el núcleo familiar. A propósito de esta nueva entrega surge esta charla. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Archivo personal

–¿Cómo surge la idea de la novela, cuál fue el disparador para escribirla?

Destierro surge a partir de un cúmulo de sensaciones intensas sopesadas en un largo proceso interno. Procesé durante varios años emociones en las que se apoya la historia, que es en sí la tormenta que supone una separación, con la consiguiente ruptura del núcleo familiar. Hasta que pude elaborar esta ficción cuyo tema es universal.

–Uno de los aspectos que me gustan de tus novelas y que también se da en Destierro es tu apuesta por trabajar las atmósferas. ¿Cómo nace esta apuesta?

–Me interesan tanto las atmósferas como la construcción de los personajes y el lenguaje. Todo con el fin de poder comunicar con la mayor densidad posible en menos palabras. La atmósfera del acantilado y el malecón es un escenario recurrente para mí porque sugiere muchas sensaciones. En mis anteriores novelas solía ser el mar del invierno, el gris, como metáfora de confusiones y ambigüedades, un ambiente fantasmal y solitario. En Destierro, sigue siendo y quizás hasta más que nunca el malecón, pero visto ya como el fin de la tierra, el abismo al que uno se asoma como símbolo del miedo, la superación del mismo y la consiguiente liberación. Esta vez es en días azules de verano porque dentro de toda la historia va a primar la posibilidad de volver a comenzar. Y más allá de dejarse caer por el precipicio, hay que volar sobre él. Siempre me ha atraído el acantilado como el fin de la ciudad, de la urbe, hasta del mundo y el comienzo de un espacio abierto e ilimitado como es el mar.

–La apuesta por lo fragmentario, ¿tiene relación con lo anterior? ¿Cómo descubres ese camino?

–La estructura fragmentaria también la usé en Otra vida para Doris Kaplan. Nace de una propuesta visual y lírica a la vez. Como trozos de conciencia. Me permite convertir al narrador en primera persona en una especie de narrador omnisciente porque favorece la interiorización mediante imágenes. Me interesaba mostrar más que decir, incluso más que contar. Si te das cuenta todo ocurre más a nivel de la conciencia. La acción transcurre más al interior del corazón o de la mente de los personajes.

–El tema central de la novela es la ruptura de una relación. Pero me parece que más que las razones de la misma, se plantea la resonancia que ésta trae consigo y que afecta al núcleo familiar.

–Efectivamente siendo el tema central la separación de una pareja, la historia se apoya más en la repercusión que tiene en la familia que en el proceso que da lugar a llegar a ese punto. Es una exploración sobre el miedo a la soledad, a volver a empezar, a no poder con la situación. Es un cuestionamiento al rol asignado a la mujer y la dificultad que puede llegar a entrañar la maternidad.

–El hombre-padre-esposo es un personaje interesante en la medida en que vemos cómo sus traumas de la infancia terminan contaminando su relación presente.

–Los traumas que generamos las madres de distinta manera cada una. Eso se enlaza con la confección de los personajes. La represión de la mujer, la soledad y hostilidad en la infancia del hombre. La forma en que está ubicado en el mundo dada su formación. No quería entrar en el estereotipo o en encasillar un personaje en bloque. Ninguno es del todo villano o héroe, todos responden a sus orígenes, los que determinarán después su manera de mirar la vida.

–Los espacios, la casa, por ejemplo, tienen un protagonismo recurrente en tus narraciones. Son como un personaje más, me parece. Aquí están la casa familiar, de la madre, y, claro, la casa de la que huyen desterrados.

–El tema de La Casa es el espacio cerrado que escojo porque me parece sugerente y nos conecta con la realidad más próxima. Así, como te comentaba antes, el acantilado, el mar y el malecón son los escenarios exteriores que nos sitúan en la naturaleza dentro de la urbe. La casa, una vez más es en sí un personaje, un aire de La casa muerta que siempre está presente. Y cada casa es un mundo muy diferente. Esa de la que huye una pareja por haberse convertido en una jaula, en un ser desahuciado. Al que sin embargo pertenecimos e hicimos un nido y fuera del cual quedamos a la deriva y desterrados. Es finalmente un lugar sagrado llamado hogar. La casa del hombre que fue un lugar inhóspito de la niñez de la que huyó en su juventud. Y la casa materna que es un refugio como un útero tibio al cual volver y una vez más volver a empezar.

–¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Trazaste un mapa previo o fuiste armando el recorrido mientras avanzabas?

–El proceso de la escritura fue largo a pesar de tratarse de un poco más de cien páginas. Justamente porque observé mucho el texto para lograr la mayor contundencia. Lo trabajé como bloques de imágenes y escenas que corresponden con sensaciones.