Conversar con Marcela Robles resulta siempre una experiencia enriquecedora. La plática se suele deslizar por una variedad de temas que tienen que ver con sus múltiples intereses, como el cine, la literatura o la música. Reconocida poeta y periodista –autora de los poemarios Cómo escribirle a cualquier amante, Furyo, Hotel Planeta, entre otros–, Marcela vuelca en su más reciente libro Usted me desespera (Lápix editores, 2017), un conjunto de textos periodísticos que han sido intervenidos literariamente, como ella dice, siempre desde su particular y aguda mirada. El libro se presentará el 16 de noviembre en la FIL de Trujillo y ha sido invitada a participar en la FIL de Guadalajara, en México.   

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: ARCHIVO PERSONAL

–¿Cómo decides publicar este libro y cómo fue el proceso de selección de los textos que aparecen en él? 

– Con tal diversidad de temas parecería haber sido algo muy complicado, ¿no? Pero la elección cayó por su propio peso. Sentía que tenía una especie de deuda pendiente con una serie de temas que había abordado en mis columnas periodísticas, pero el periodismo, como bien sabes, así como requiere de investigación, requiere también de síntesis: lograr escribir en 500 palabras lo imposible. Gracias a esa deuda pendiente con esos temas sentí la urgencia de desarrollarlos y así empecé la selección. Por eso digo que este libro es una intervención, porque no son textos publicados con los cuales hice un copy and paste, sino que los trabajé, actualicé y corregí obsesivamente, hasta convertirlos en algunos casos en pequeñas crónicas.

–Al leer tu libro recordé una charla con un profesor de cine, José Antonio Portugal, quien me decía que un artista debía nutrirse de otras artes. Y que él criticaba a los cineastas que sólo veían cine o los escritores que sólo leían literatura. En tu libro uno advierte tu mirada amplia que incluye múltiples intereses…

–Me considero muy afortunada de tener esa mirada porque me permitió salir del primer plano -para hablar en términos cinematográficos-, y pasar al plano general; es decir, a una visión panorámica de la existencia. Esto se lo debo a varias circunstancias. A mi formación multidisciplinaria, por ejemplo, porque si bien estudié literatura, también estudié cine en el taller de mi padre, que fue un gran maestro. Y el cine y la literatura componían dos universos distintos y a la vez complementarios. Y por último incursioné en la dramaturgia y tuve la oportunidad de poner en escena varias obras. Creo que esta experiencia me permitió tener una percepción menos cuadriculada y menos inflexible frente al arte y la vida en general. Y por supuesto, está la poesía, por encima de todo, que es una manera de ser y estar en el mundo. Además, creo que el haber pasado mi infancia en la selva me marcó de alguna manera. No fue una visión urbana lo primero que percibí, sino ese follaje intenso, fragante, que cautivó mis sentidos. Por eso, como digo en uno de los epígrafes, es muy importante escribir con todo el cuerpo.

–Ahora que mencionas a tu padre, Armando (Robles Godoy), siempre me ha dado curiosidad la relación entre ustedes, siendo ambos dos personas muy agudas y de personalidad fuerte. 

–Tengo recuerdos muy felices de nuestra relación padre-hija durante mi infancia, porque mi padre era un hombre muy tierno. Recuerdo que nos impulsaba en un columpio rudimentario que él mismo armó para mi hermana y para mí. Pero a partir de mi adolescencia, ya en la ciudad, fue como el encuentro de dos planetas efervescentes. Efectivamente, los dos teníamos una personalidad muy fuerte. Discutíamos mucho, porque todo debía girar en torno a él mismo y porque yo era insoportable (risas). Creo que fue en parte por eso que me fui a estudiar fuera (a la Universidad de Texas, en Austin), para poner distancia, porque de lo contrario íbamos a estrellarnos. Y nos alejamos un poco para poder preservar nuestra independencia. El amor siempre estuvo, por supuesto. Siempre. Creo que eso nos salvaba. Pero simplemente ocurrió la vida, que me llevó por mi lado. Como no nos veíamos tanto, ni vivíamos juntos, la cosa se volvió más civilizada. Incluso trabajamos juntos en varias de sus películas y dirigió dos de mis obras teatrales.

–En los últimos años, sin embargo, la relación mejoró mucho, según lo que me has contado otras veces. ¿Cómo lograron eso?

–Creo que alguien tenía que dar el primer paso hacia una especie de reconciliación. Y lo hicimos los dos, poco a poco. La última etapa de su vida fue la mejor de todas. Nos reconciliamos completamente, dejamos de pelear y pasamos a conversar, a ser amigos, cómplices. Dejé de decirle Armando y pasé a decirle papá. Hasta que un buen día se murió, cuando le dio la real gana. Pero pudimos despedirnos en paz.

–Tenía la idea de que antes había un aprecio o al menos una curiosidad por la opinión de los intelectuales. Ahora eso ha desaparecido, según intuyo, a nadie le parece interesar la opinión de los intelectuales, ahora los líderes de opinión están en otros lugares. ¿A qué crees que se deba esto?

–Tengo la misma intuición. La mayoría de gente no tiene el menor interés por lo que piensan los intelectuales, o, como bien dices, la opinión de los intelectuales no tiene el mismo peso que tenía antes. Creo que hay varios factores que influyen. Uno es que la mayoría de gente lee muy poco, o más bien son pocos los que leen mucho. ¡Los peruanos leen en promedio medio libro al año! Otro factor podría ser que la gente joven está mucho más interesada en las redes; metida en otras cosas que diversifican sus intereses y su atención. Pero no sólo es culpa de los lectores, sino también de los intelectuales, porque quizás ellos no se han preocupado por buscar alternativas para que esto no ocurra. Es decir, probablemente a ellos tampoco les importa un bledo. Con sonadas excepciones, los intelectuales escriben para otros intelectuales y se leen entre ellos. Se aplauden, se otorgan premios. Tal vez no están interesados en romper esta brecha con el público lector.

–Acabo de recordar a Mario Vargas Llosa y su libro La civilización del espectáculo en la que traza una distinción entre la cultura alturada, digamos, y lo popular. Y que lo primero no puede rebajarse. Incluso cataloga de light lo que escribe un escritor como Murakami.

–A mí me gustó mucho Los cachorros, La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral… Lo primero de su obra. Pero el último Vargas Llosa no me interesa tanto. Su opinión me parece respetable como cualquier otra. Y probablemente hasta tenga razón, pero en todo caso no me parece tan importante esa discusión en este momento. De ahí el título “Para qué sirven los intelectuales” (uno de los textos del libro de Marcela: N del E). Quizás por el momento hay que dejarlo ahí y que la gente siga leyendo a Murakami o a Coelho. No me parece tan controvertido el dilema. ¡Ni siquiera me parece un dilema!

marcela robles / foto: archivo personal.

usted me desespera. / foto: cms.