Rubén Silva es un apasionado de las letras. A su larga e importante trayectoria de editor, se suma no solo su faceta de poeta (El mar es un olvido) y traductor sino la de infatigable autor de libros para niños. Rubén acaba de publicar, justamente, Mirar más allá (SM, 2017), en colaboración con Rocío Espinoza. Y a propósito de esta novela para niños nos reunimos para charlar, rodeados de libros, en el local de la librería Communitas, en San isidro. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS.

–¿Cómo surge la historia de Mirar más allá?

–Las historias son raras. A veces a partir de una imagen que ves o a partir de una melodía. Tú que eres narrador sabes que es un misterio de dónde surgen las historias. Pero esta historia es más bien fruto de una investigación. Para hacer Mirar más allá tuve el encargo de una ONG de hacer un libro para las zonas donde ellos tienen locales. Lo tienen en Ayacucho, Cusco, zonas periurbanas de Lima, Ventanilla, Pueblo Libre. Me encargaron, entonces, entrevistar a niños y a los responsables de cada unidad de desarrollo. Queremos que cuentes algo de nuestro trabajo, me dijeron. Y al visitarlos, todos tenían historias muy interesantes, tanto los cuidadores como los niños. Claro, había uno que otro niño que más bien parecía que tenía un discurso preparado y decía lo que los adultos querían que repitiera. Pero había otros que no. Entonces, lo que al inicio iba a ser un libro de investigación, les propuse que sea más bien una historia de ficción. Porque las historias de ficción viajan por un lado distinto, se van al lado simbólico. Entonces, quizás los niños no aprenden racionalmente cosas, pero algo les queda por el lado simbólico. Entonces, a partir de unas anécdotas que me contaron unas niñas y niños ludotecarios y unas cuidadoras de Pueblo Libre construí una historia de Micaela una niña migrante a cuyo padre asesinan.

–Ante lo cual debe mudarse, junto a su madre y su hermano…

–Viajan a la ciudad. Pero al llegar a la ciudad, la ciudad es horrible, huele mal. Hace frío. Y el viaje es horrendo. Es un viaje sin mañana, sin futuro. Hasta que la niña encuentra que puede ser útil a otros. En una de sus aventuras por la calle descubre, porque es muy traviesa, encuentra una ludoteca. Y se sorprende que haya esas cosas por su barrio, y se sorprende que haya niños y se sorprende que los adultos se ocupen de los niños, y más se sorprende que un niño se ocupe de otros niños. Así que ella decide ser ludotecaria. Y en el contacto con los otros que también necesitan es que se encuentra a sí misma. Y empieza a alegrarse la vida.

–Y a superar de alguna forma la pérdida del padre…

–Claro, la pérdida del padre es tremenda, pero también hay consuelo. Eso es irreparable. Entonces tienes que encontrar el consuelo del día a día. Y ella encuentra eso, el consuelo. Y empieza su camino a ser dueña de su propio destino. Y así comienza la historia.

–La novela toca temas complejos como la muerte del padre –asesinado posiblemente por el terrorismo–, el alcoholismo de los padres, la obligada migración…

–Como narrador que eres sabes que uno va amoblando el mundo narrativo con la experiencia. He tenido compañeros cuyos padres han sido alcohólicos, que les pegaban. Yo mismo soy del Callao, de una zona periurbana, mi niñez la pasé allí. Entonces, uno va amoblando con lo que tiene. Yo he ido amoblando con cosas de mi vida. No soy Micaela; ya quisiera tener la valentía de Micaela, pero hay cosas ahí mías, de amigos de la infancia, y muchas cosas que vi de los niños que entrevisté. No creo que haya temas más complejos que otros, o que no deban tratarse con los niños. Creo que todos los temas hay que tratarlos con los niños: la muerte, la enfermedad…

–Muchas veces como que se subestima a los niños frente a determinados temas…

–Sí, lo que pasa es que quizás el niño no entiende absolutamente todo, pero quién realmente entiende todo. Si me preguntas si entendí Guerra y paz, por ejemplo. Lo leí por primera vez a los 16 y a mí lo que me interesaba a esa edad era la historia de amor entre el príncipe y la princesita que tenía como un vello de durazno en el labio superior. Me parecía maravillosa la historia de amor: el príncipe ama a la princesa, pero ella ama a otro. Las guerras napoleónicas no las entendí. Nadie entiende todo lo que lee. Se subestima entonces la comprensión de los niños.

–El libro lo firmas con Rocío Espinoza. ¿Cómo fue esa experiencia de escribir a cuatro manos?

–Como este libro tenía un tiempo, había que entregarlo. Yo escribí cinco capítulos e hice el resumen de los cinco. No sé cuál es tu método de escritura, pero yo tengo que saber todo, cómo empieza y cómo termina. Entonces hago siempre mi esquema. Y tenía los 10 capítulos, pero sólo pude escribir cinco. Y en esa época tenía mucho trabajo de oficina. Entonces le pedí a mi amiga Rocío, que vive en el Reino Unido, que me ayudara. Le mandé la novela con los resúmenes de cada capítulo. Y ella los completó, me los mandó. Yo corregí lo suyo y ella corrigió lo mío. Y ocurrió una cosa estupenda, no se nota la diferencia de estilos.

–Se habla mucho de un buen momento de la literatura para niños. Y uno advierte, además, que hay mayor preocupación, por ejemplo, por no subestimar al pequeño lector, porque las ediciones sean de calidad, al igual que las ilustraciones. ¿Cómo lo ves?

–Lo que hay, por un lado, es un auge de los libros para niños. Se publica muchísimo más. Y eso es bueno. Pero también, nada es lineal, ni el desarrollo llega a todos lados. Hay editoriales que son muy cuidadosas. Pero hay otras que no. Hay editoriales sin editor y sus resultados son nefastos. Y respecto a la preocupación por respetar al lector infantil es una verdad que aún solo se dice. Aún es de boca para afuera, pero ese es el inicio ¿no? Primero cambian las palabras, luego cambiarán los hábitos y seremos eso que decimos. Pero la cosa va mejorando, de a pocos, pero va mejorando, eso es innegable.

rubén silva en la sección infantil de la libreria communitas. / foto: cms.