“Lo tenía todo para ser olvidado”, escribe Eloy Tizón sobre Velocidad de los jardines, su ópera prima publicada en 1992. Y, sin embargo, a pesar de una impensable indiferencia inicial, con el paso del tiempo, aquel libro –alejado de los convencionalismos narrativos imperantes– empezó a concitar una atención cada vez mayor de los lectores, convirtiéndose no sólo en un libro de culto en España sino en el estandarte detrás del cual se instalaron nuevos narradores que lo reconocieron como una gran influencia. Veinticinco años después, Juan Casamayor tuvo la estupenda idea de reeditar, bajo su excelente sello Páginas de espuma, Velocidad de los jardines. A propósito de esta nueva edición y sobre el libro en sí, se produce esta charla con Eloy Tizón, quien estuvo por Lima participando en la pasada FIL. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Internet/ABC.es

–Hay libros que pueden tener un relativo éxito inicial y luego se pierden en el olvido. En el caso de Velocidad de los jardines ha ocurrido lo inverso: tengo entendido que su aparición fue un poco discreta y sin embargo con el paso del tiempo ha logrado concitar una gran cantidad de lectores. ¿Esperabas algo así?

–No, desde luego. Eso era inimaginable. En el momento en que Anagrama publicó la primera edición, hace veinticinco años, el libro obtuvo una buena acogida crítica en los medios y escasos lectores; no llegaron a mil. Pareció que ahí acababa la historia; otro libro olvidado más. Sin embargo, muy poco a poco, a lo largo de todos estos años, ante mi sorpresa, el libro ha ido despertando un rumor creciente entre los lectores que ha hecho que la demanda por él no solo se haya mantenido, sino que ha ido despegando y multiplicándose, como demuestra esta edición conmemorativa de Páginas de Espuma. Es un fenómeno bastante insólito. No es frecuente que algo así suceda y como puedes imaginar lo vivo con agradecimiento y júbilo.

Velocidad en los jardines se convirtió en un libro de culto que ha marcado el derrotero de escritores que vinieron después. ¿Qué significa para ti, como autor, este fenómeno?

–Esa es una de las cosas más hermosas que te pueden ocurrir como escritor. Que tu libro sirva para animar otras vocaciones es la mejor recompensa, o tal vez la única. La literatura, en gran medida, es contagio. Unos libros contagian a otros. Hay autores que dan ganas de escribir y otros que la quitan. Si mi libro, aunque sea en su modesta escala, ha podido contribuir a que otros se sientan atraídos hacia la literatura y se animen a probar ellos mismos, ya me doy por satisfecho. Considero que es una recompensa más que suficiente. No pido más.

–Una de las características del libro es la exigencia hacia el lector. Son cuentos que requieren de un lector activo. ¿Fuiste consciente de esto al escribirlos?

–Era consciente de que no era una lectura fácil, debido a su carga poética. Ninguno de los autores que me hicieron amar la literatura –Proust, Nabokov, Lezama Lima, Lispector, entre otros– eran sencillos ni complacientes. Para mí era importante (y lo sigue siendo) tratar con respeto al lector, no minusvalorar su capacidad, lo cual implica evitar la tentación de «rebajar el nivel» para llegar a muchos, cosa que nunca he hecho. Es una decisión, si quieres, más moral que estética. A mí tampoco me gusta que me traten de tonto cuando leo. Agradezco que el escritor me ofrezca lo mejor de sí, aunque eso implique tener que ponerme de puntillas para aplicarme más. Ese esfuerzo, a la larga, implica un pacto de generosidad entre las dos partes; uno y otro siempre salen enriquecidos. Y más altos.

Velocidad de los jardines se abre con un texto exigente (la «Carta a Nabokov»), que poco a poco se va volviendo más narrativo y fluido, de modo que a medida que la lectura avanza, el libro y el lector se van acomodando uno al otro, ambos van acoplándose, como esas parejas que al principio discuten y se llevan mal pero que al final terminan uno en brazos del otro. Lo que al comienzo parecían escollos y malentendidos, en último término se ha transformado en emoción y cariño. Esa era, al menos, mi intención.

–¿Cómo tomas esta reedición de Páginas de Espuma y cómo decidiste escribir el estupendo texto que antecede a los cuentos en esta nueva edición?

La tomo con gratitud hacia mi editor, Juan Casamayor, cuyo entusiasmo e implicación han hecho posible este rescate. El libro era inencontrable, llevaba varios años descatalogado (muchos me preguntaban por él) y esta edición vuelve a ponerlo en el mapa, en las mejores condiciones, a disposición de una nueva generación de lectores que quizá habían oído hablar del libro pero no tenían forma de conseguirlo: ahora ya pueden.

Precisamente charlando un día con Juan, meses antes de abordar la tarea, ambos acordamos la conveniencia de incluir una presentación que sirviese para contextualizar el libro y añadiese alguna novedad con respecto a la edición antigua. El resultado ha sido este texto, titulado «Zoótropo», que funciona a la manera de obertura musical y sirve para introducir algunas pautas del libro. Escribirlo me ha permitido actualizar determinadas imágenes, recuerdos, referentes y sueños, que están detrás de la génesis de Velocidad… Tiene cierto aire de memoria individual, pero también de memoria colectiva y reflexión acerca de la escritura y el paso del tiempo. Te agradezco mucho que lo consideres de interés. Lo he planteado como una especie de homenaje a esos pocos lectores que hace veinticinco años confiaron a ciegas en mí y le dieron una oportunidad a aquel desconocido que empezaba. Ellos se merecen que les haga esta confesión y ofrezca algunas claves a su curiosidad. Gracias a ellos, después de todo, mi libro no ha caído en el olvido.

–¿Qué conservas de aquel que escribió esos cuentos en aquella época?

Yo creo que bastante. Como es natural, mi escritura ha ido evolucionado y no soy el mismo. Antes me permitía ciertas alegrías textuales y desbordes con los que ahora sería menos indulgente. Pero lo esencial, que es mantener vivo el amor por la literatura, sigue estando intacto. Por suerte, no he caído en el pesimismo ni en el cinismo de la edad madura. Al contrario; ahora soy más optimista que antes. Mantengo la misma pasión que al principio.