Si bien Gustavo Rodríguez ya había publicado un libro de cuentos, la aparición de su primera novela, La furia de Aquiles, confirmó que se trataba de un escritor de raza que había anclado durante una temporada en la publicidad –y no al revés, como pueden pensar algunos todavía–. Diez y seis años después, Alfaguara ha tenido la feliz iniciativa de reeditar La furia de Aquiles. A propósito de este acontecimiento editorial, nos reunimos con Gustavo para charlar sobre aquella apuesta literaria de sus comienzos.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Archivo del autor.
–Tu novela La furia de Aquiles aborda varios temas. Pero hay uno que me llama la atención: la reflexión en torno a qué se entiende por éxito.
–Creo que probablemente la primera vez en la vida en que un ser humano se plantea lo que debería ser el éxito es en la adolescencia. Sobre todo cuando terminas tus estudios secundarios y supuestamente debes ver de qué manera de buscas la vida. Y es allí creo donde nace esta búsqueda de qué es ser exitoso, ahora que no voy a depender tanto de mis padres y debo empezar a ver cómo voy a depender de mí. Mira, es la primera vez que me preguntan sobre ese tema en relación a la novela, y sí, creo que aprovecho para colocar en un tema de adolescentes una noción que yo en la adultez he encontrado finalmente equivocada. Yo, al igual que el protagonista, y como muchos adolescentes de mi generación, relacionaba el éxito, sobre todo en un país tan lleno de carencias como el Perú de esos años, con la acumulación de bienes. Me imaginaba a los 16 años que el símbolo de ser exitoso era tener tu carro propio, una chica y poder ir a hacer compras. Incluso, en la novela, cuando el protagonista está cerca de tener 30 años, yo como autor no estoy de acuerdo con su manera de sustentar su visión de éxito. Pero me parece interesante esa visión que colocas. La novela de alguna manera tiende a criticar la visión cuantitativa del éxito. Y yo preferiría que uno se llevara una lectura más cualitativa del mismo, porque finalmente el protagonista por más exitoso que logra ser en la novela no forma parte del paradigma del éxito para mí.
–Otro tema que aparece en la novela es el de la amistad, las profundas, y aquellas más endebles y circunstanciales como la de los amigos que uno hace en el colegio, como le pasa a Aquiles, el protagonista de la novela.
–Cuando te matriculan en un colegio, te matriculan en un redil, de alguna manera. Entonces, tienes un universo muy reducido para encontrar amigos de verdad. Te unes por afinidad, o por experiencias que unifican a la manada. Pero cuando sales al mundo te das cuenta que probablemente la amistad no sea eso. Y que hay un universo más grande para escoger amistades. Y creo que eso es lo que le ocurre a Aquiles López en la novela. Esa sería una primera lectura, superficial. Pero, otra lectura es que conforme el protagonista crece se va dando cuenta que no necesariamente son experiencias o afinidades las que nos unen, sino la mayor cantidad de facetas en las que podemos conectar con otros. Y es lo que le ocurre a Aquiles con quien termina siendo su mentor.
–Uno de los aspectos que me gustaron más de la novela es la estructura. El colocar al final de cada capítulo un relato, por ejemplo, que luego uno descubre el papel que juega cada uno de ellos en la trama. ¿Cómo definiste esa estructura?
–Desde la misma gestación de la novela. Uno es mejor testigo de sí mismo con los años. Creo que en ese momento estaba pasando por el proceso de volver a ser el narrador que fui desde niño. Yo desde niño fui un narrador. Otra cosa es que mucha gente me conozca por mi faceta de escribir anuncios o estrategias de comunicación. Pero de niño disfrutaba escribiendo historias. Y creo que llegó un momento en mi vida en que volví a conectarme con ese niño, con ese chico que escribía y escribía. Entonces, posiblemente lo que quise hacer fue sentarme a escribir una novela que narra ese pasaje: el de quien cree que tiene una vocación pero termina descubriendo otra. Y originalmente la novela tenía una estructura más confusa. Estaba la dimensión de Aquiles y sus amigos, y esto se mezclaba con un universo paralelo no en Trujillo sino en Piura, donde ocurrían cosas parecidas. Pero eso era confuso y me lo hizo ver Patricia Arévalo en Alfaguara. Me dijo: en realidad no tienes por qué duplicar la historia. En la primera versión, Aquiles se desquita con una novela. Me di cuenta que sí había repetición y decidí cambiar esa novela –que venía dentro de la novela– por un conjunto de relatos que sean complementarios. Fue el mejor consejo que me pudo dar Patricia.

–Tus novelas, desde las primeras, destacan por estar bien estructuradas. Cómo consigues ese oficio. Me cuentas que escribes desde pequeño. Puede haber ayudado tu oficio de publicista creativo.
–No, por definición, la publicidad, para poder ser eficaz tiene que ser simple, sencilla. Creo que el género que más se aproxima a la publicidad es el microrrelato. La publicidad no tiene que complejizarse, como sí lo hace una novela. En realidad quien más se ha beneficiado de mis recursos narrativos ha sido la publicidad. El narrador me hizo mejor publicista, digamos, en su momento. Y no al revés.
–Como mucha gente podría pensar, sobre todo quienes te ven como un publicista que pasó luego a la literatura, sin saber que escribías literatura desde siempre…
–Una cosa que me da cierta satisfacción es que con el tiempo, y no hablo de tu caso, mucha gente me dice: yo no sabía que escribías tan bien. He sido consciente que al haberme ganado la vida desde chico escribiendo anuncios, sobretodo en un oficio que suele ser tan sospechoso, implique prejuicios sobre la calidad de quien puede escribir literatura si antes ha escrito publicidad.
–Las lecturas ayudan mucho. ¿Quiénes fueron esos autores referentes de los inicios?
–Si tengo que reconocer influencias, sobre todo desde que era chico, tengo que rendirle homenaje a alguien del que he hablado muy poco: Julio Ramón Ribeyro. Recuerdo que cuando llegó a mis manos La palabra del mudo, la antología, cuando tenía doce años, ese libro fue mi Biblia. Lo olvidé durante mucho tiempo. Pero con los años me he dado cuenta de la tremenda deuda que como narrador tengo con Ribeyro. Porque creo que en el fondo siempre he tratado de tener una prosa que sea lo más sencilla posible, teniendo en cuenta que escribir así de sencillo como Ribeyro es algo que jamás lograré y es algo que es muchísimo más difícil de lo que se cree. No hay nada más complicado que escribir sencillo.
–Cuando uno empieza, los primeros lectores resultan piezas claves. ¿Qué recuerdas de esas épocas?
–Hablaré de mis dos primeros libros. Con respecto a mi primer libro de cuentos le tengo mucho aprecio a Esteban Quiroz, que sigue siendo el editor de Lluvia editores, quien le vio calidad a mi material, a esos cuentos que escribí durante fines de semana y que por eso se llama Cuentos de fin de semana. Le tengo aprecio a él. A César de María, que en su momento me dijo: deberías probar con él. Y con respecto a La furia de Aquiles, mi primera novela, le tengo aprecio muy especial a Rocío Silva Santisteban y a Giovanna Pollarolo, porque ellas leyeron el primer manuscrito y me animaron a que lo presentara a Alfaguara, para quien yo era un perfecto desconocido. Y Patricia Arévalo se comió el pleito de publicarlo. Y ahora estoy muy agradecido con que Alfaguara, 16 años después, haya querido brindarle cierto homenaje a esta novela al lanzarla por todo lo alto. Porque más allá de los críticos que todo escritor puede tener, el tiempo es finalmente el mejor juez.

noche de presentación: jerónimo pimentel da el play de honor.
acompañan a gustavo, María josé caro y Hernán migoya. | foto: cms.