El poeta cusqueño Martín Zúñiga ha publicado su cuarto poemario –luego de Gavia, Pequeño estudio sobre la muerte y Cover–, titulado No siga ese pájaro (Paracaídas, 2017). A propósito de esta reciente entrega surge esta charla. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Archivo del autor

–Cómo surge No siga ese pájaro. ¿Aparecen los poemas y descubres que tienen vínculos entre sí o tienes claro el tema o la idea y orientas tu escritura hacia ese lugar?

–El libro surge como un trabajo de exploración en conjunto. Hay temas comunes entre algunos textos, hay andamiajes textuales y transtextualidad entre muchas partes del libro y una referencialidad no necesariamente cultista en otros, pero sobre todo está presente la intención y extensión de explorar las posibilidades del lenguaje, de las figuras y los tropos, de las necesidades del arte y sus límites dentro de un artefacto como lo es un libro. Eso si hablamos del objeto como libro. Si hablamos de cómo han ido surgiendo cada uno de los textos, pues lo de siempre: cada uno ha cumplido un proceso en diferentes momentos de mi vida los últimos 6 años. Algunos los escribí estando encerrado en la selva a varios horas en pequepeque del punto más cercano a la civilización, otros los escribí el 2014 en un viaje que realicé cruzando todo el desierto de Atacama de punta a punta, y algunos otros fueron resultado de ver crecer a mi hijo o a mis padres a velocidades que no se pueden precisar pero que siempre dan angustia.

Todo esto no está antes o después de la escritura, es parte de la misma como un proceso de experiencias, reflexión, acuciosidad vital, meditación y tarjar mucho, como decía Watanabe. No siga ese pájaro se puede leer como la búsqueda de un punto de fuga a la perspectiva occidental de lo que se define como escritura y arte, y a la vez a la construcción de un sistema de errores que en conjunto posibilitan una aprehensión de qué puede ser o hacer la escritura. En ese sentido es un documento, una manifestación y un diario de cabotaje por los territorios del arte.

–En cuanto a la estructura del libro. Hay una idea de fragmentos pero unidos de alguna manera a través de unos textos breves que aparecen cada tanto en la parte inferior de las páginas.

–Ese es un guiño y una humorada al conjunto de lo que se aplica en el resto del texto. Esos fragmentos arman la re/escritura de una cita que Bendix Benjamin plantea en una carta sobre la imposibilidad de hacer una historia del arte por su absoluta antilinealidad temporal. Y precisamente esa cita con la que juego es una línea, por un lado, y que, como planteas, une y le da linealidad, como si de un hilo se tratara, al tejido de los textos que hay en el libro. En ese sentido todo el libro es a su vez un juguete. Una suerte de artilugio profanador, siguiendo a Agamben. Y como en cualquier juego lo primero que hay que aceptar es que tiene sus propias reglas, que no funcionan en otro espacio que no sea el propio del libro o de cada uno de los textos. La mejor forma de acercarse al arte es con el asombro y el entusiasmo con la que un jugador se acerca a su juguete por primera vez. Y siempre es una primera vez cada vez que nos ponemos a jugar.

–El libro tiene muchas referencias a autores y a conceptos, lo que me hace pensar en la poesía como una aventura intelectual, no sólo sensorial, digamos.

–Para mi muy particular concepción, la poesía está más cerca del lado de un texto no ficcional que de uno puramente estético. Los poemas están allí no solo para deleite o agrado, sino para explicar o teorizar sobre algo particular del mundo. Pero no con las herramientas del mero logos, sino utilizando también las posibilidades que ofrece el pathos. El arte, y aquí no digo nada nuevo, es una forma particular de entender el mundo, de entrar y de estar en él. Lo que ha sucedido las últimas décadas es que se ha entronizado solo algunas formas de entender el mundo, las formas de la lógica o de la pura razón, y a nuestros demás saberes se les ha relegado al puro ornato o al simplista disfrute. Así el hombre ha roto con conocimientos antiquísimos que lo hacían en esencia ser humano. La victoria de la pura razón ha sido no una victoria del hombre, como propagandísticamente declaraba el humanismo del Siglo de las Luces, y la tecnocracia que nos circunda, sino, al contrario, ha sido un decrecimiento de las posibilidades de toda nuestra especie.

Hay, por ejemplo, aún en el conocimiento llamado ancestral de nuestro ande esas relaciones con la naturaleza y con algo que llamamos desde nuestra occidentalidad magia o superchería. Una forma de conectarse con la tierra, con lo sagrado, con lo ahumano. Pero no es un conocimiento ni exclusivo ni único. Está en todas partes del mundo. Té de jazmín para la tristeza. Quemar canela para espantar a los malos espíritus. Ubicar la cama hacia la salida del sol para despertar llenos de energía. Tradiciones tan disimiles como la china, la griega o árabe, que están en la base de nuestras precarias ciencias y de nuestra concepción acerca del universo. Más que una aventura intelectual, hay una transducción entre lo vital, lo perceptivo y lo cognosible.

–¿Eres un poeta obsesionado por la corrección del poema o uno que privilegia la espontaneidad de la aparición del poema?

–No hay nada más falso en el arte que ese mito de la espontaneidad.

–¿Lees a tus contemporáneos? ¿Cómo ves la producción poética actual?

–Los leo mucho, y converso con todos cuanto puedo. En esto las herramientas de los nuevos medios de comunicación como las redes sociales me han sido muy útiles. Ya no necesito escribir cartas postales, aunque extraño hacerlo. Por ejemplo, hace años, entre el 2005 y el 2012 más o menos hice un blog que se llama urbanotopia, donde pude conocer a más de 400 personas dedicadas a escribir poesía, solo en el Perú, que publiqué gracias a todos los que se involucraron en el proyecto. Con registros y logros muy disimiles, pero vamos, estaban dedicando una parte, grande o pequeña, de su vida, a producir poemas. Hoy en día de esos 400, más otros muchos que conocí después por otros medios, hay varios, al menos un par de docenas de personas a las que leo y releo, que están muy activos produciendo poesía en el país o allende las fronteras porque tuvieron que emigrar a Noruega, España, Estados Unidos o Bolivia. Publican, se critican, se leen, hacen recitales, festivales, se quieren, se odian, pero casi nadie los ve porque los medios de comunicación no los muestra. Parece un mundo muy endogámico. A veces lo es. Pero son tan curiosos que salen mucho de casa para conocer nuevas lenguas y conocer nuevas posibilidades para sus propuestas.

–¿Qué significa para un autor del Cuzco publicar en Lima?

–Significa que tengas un editor que se preocupa mucho en cuan bello quedará tu libro. Por eso publiqué con Paracaídas. Me gustan sus ediciones cuidadas y que te sonríen de lejos. Por lo demás, hoy en día hay tantas editoriales en el país que cualquier autor puede escoger donde y en qué condiciones publicar. Pero eso sí, con un mercado tan precario, siento que la lucha de las editoriales para sobrevivir en el país es titánica. Hacen eso exactamente: sobreviven. Y eso no debería ser así. Deberían poder vivir, tomar aire fresco y dedicarse más a producir objetos llamados libros cada vez más hermosos en vez de estar preocupados en saber si les alcanzará para tener los números en azul y sobrevivir un verano más.