La leí por primera vez hace un par de años cuando llegó a mis manos su libro de cuentos Cosas peores –libro con el que ganó el prestigioso Premio Casas de Las Américas–. Margarita García Robayo, sin embargo, ya había publicado previamente dos novelas (Lo que no aprendí y Hasta que pase un huracán) y dos conjuntos de cuentos (Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza y Las personas normales son muy raras). Hace poco publicó su más reciente novela Tiempo muerto (Alfaguara, 2017).  

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: Internet

–¿Cómo surgió Tiempo muerto? ¿Hubo una primera idea o una imagen como disparador de la historia?

Tiempo muerto surgió a partir de una serie de preocupaciones temáticas que me venían acompañando desde hacía un tiempo. Mis libros deben ser el resultado de fijaciones eventuales, en este caso quería hablar del paso del tiempo en los vínculos afectivios, de la maternidad y la paternidad, y las contradicciones ideológicas de cierta clase progresista latinoamericana. Tenía cosas pensadas y anotadas y necesitaba una vía para decirlas. Ahí fue cuando vino el argumento. Tomé como punto de partida un matrimonio porque me parece que es una composición humana que requiere de cierta “fe” para sobrevivir a la adversidad. De nada sirve la biblioteca ni la experiencia ni la voluntad para sobrellevar las cosas más letales como la abulia, la incomprensión y el desconocimiento repentino que se experimenta frente a la persona más cercana.

–Uno de los temas principales tiene que ver con la familia, el matrimonio, la separación, los hijos.

–Sí, es el tema central del argumento. Supongo que la idea era poner a los personajes en una circunatancia relativamente extrema, es decir, violenta pero desde lo sicológico y lo verbal, nunca desde lo físico, porque era también un modo de decir que no se necesitan golpes para destruir a otro, basta con conocerlo lo suficiente como para saber dónde se le puede propinar una herida de gravedad. Los hijos, en esta historia, pueden ser entendidos como especie de rehenes, o bien, como pequeños aliens con entidad propia que están madurando algo definitivamente incomprensible para sus padres.

–Optas por la narración en tercera persona, pero me parece interesante que la manejes desde dos perspectivas bien marcadas, la de Lucía y la de Pablo. ¿Cómo así?

–La idea era intercalar los puntos de vista de los dos protagonistas para tener ambas perspectivas pero también para entender los matices de su “batalla”, que también era una batalla personal. A medida que transcurre la novela uno puede darse cuenta de que ellos no están solo enojados o frustrados el uno con el otro, sino con ellos mismos, con sus elecciones y sus consecuencias, con el momento que transitan que en ocasiones podría asimilarse a un estrecho camino que bordea un precipicio al que no se puede dejar de mirar –ni de temer–. La alternancia de puntos de vista también me interesaba para no marcar “preferencias” por ninguno de los personajes, quería que ambos fueran capaces de provocar tanta empatía como rechazo indistintamente.

–Otro tema importante, me parece, es el la maternidad; pero pienso que se da o puede leerse desde una perspectiva más amplia o más actual. Y tiene que ver con aquellas personas que se hacen cargo de los niños sin ser la madre. Pienso en Cindy. O, incluso, en Leticia, tía de Pablo, que se ocupa de él y va a cuidarlo cuando enferma.

–Así es. La maternidad es abordada desde distintas perspectivas. Lucía es una madre miuy confundida, a mi modo de ver. Siente por sus hijos un amor atravesado por cierta neurosis, quizá, pero creo que eso es algo que nos pasa a muchas madres, esa necesidad de controlar el perímetro que habitan para protegerlos, para no perderlos de vista… Pero más allá de Lucía, están estos personajes que mencionas: Cindy, la niñera, y Lety, la tía de Pablo. Creo que el rol de ellas es bastante usual, y es el de las maternidades sustitutas. Mujeres –en general– que suplen la ausencia de la madre desde un lugar no sólo pragmático sino afectivo. Las hay por todos lados, las vemos todos los días, y la clase de familia latinoamericana que encarnan Lucía y Pablo sería impensable sin esta figura: la niñera, o alguien que cumpla algún tipo de rol de servicio y contención hacia los más necesitados de la familia, en este caso los niños y el enfermo (Pablo).

–Otro tema me parece que es el de la identidad, el pertenecer o no pertenecer a un lugar determinado. Qué se plantea también desde las posiciones antagónicas de Pablo y Lucía.

–Sí, la construcción problemática de la identidad y la pertenencia es algo que viene orbitando mis textos desde el principio. Me parace un gran tema narrativo que surge un poco de mi experiencia personal. Haber experimentado el desarraigo desde muy joven y tratar de conciliar esa circunstancia con la pertenencia es un tema complejo y rico en términos narrativos. Suscribo los planteos de Lucía acerca del tema de la patria y, en principio, estaría en desacuerdo con Pablo, pero sé que es una postura engañosa; yo suelo decir que me siento más parte de un tiempo que de una geografía, y es cierto, pero también soy conciente de que no se puede no ser de ninguna parte y que mi origen me persigue y deja marcas en todo lo que hago.