La forma sobre la trama. A Leonardo Aguirre lo que le interesa como prioridad en la literatura que escribe son las formas, el juego con el lenguaje y la estructura llevados al límite. A riesgo, incluso, de atentar contra la comodidad del lector común. En Interruptus (Planeta, 2018) no sólo sigue la misma línea sino que la lleva a niveles insospechados. En un rincón de la segunda planta de la librería del Fondo de Cultura Económica, en medio de libros cuidadosamente ordenados, Leonardo Aguirre apunta el exceso de solemnidad de la literatura peruana.    

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–Al leer el libro uno advierte una clara intención de jugar con el lenguaje, con la forma…

–Claro, me interesaba escribir un libro que me haga cantar. Es lo que intentaba hacer en Interruptus. Está construido para eso, excepto la parte de la editora y sus interrupciones, lo que viene a ser el manuscrito Jirón Soledad está matemáticamente construido para que el lector termine involuntariamente cantando. El ritmo siempre ha sido una preocupación mía.

–Además del lenguaje, el libro contiene otras preocupaciones tuyas…

–Sí, el libro concentra varias preocupaciones mías de toda la vida. Sólo que en este caso las he exagerado casi todas. Por ejemplo, el ritmo. Esta vez he llegado al límite de hacer métrica, he contado las sílabas, los acentos. Mi idea era hacer un libro que se cante. Ese tipo de libros me interesa leerlos. En narrativa no los hay. Puede haber por allí un cuento, pero una novela entera no la conocía, y eso era para mí un reto.

–Otro reto aparece en el uso constante de jergas…

–Sí, también en el uso de la jerga. Hay casos aproximados: Oswaldo Reynoso, Beto Ortiz, pero no llevados casi al límite como en este caso, que casi atenta contra la compresión del lector. Es un poco riesgoso. Esto no lo he encontrado. Es posible que exista en un cuento. Tampoco quiero decir que lo he leído todo. Hay libros que escapan de mi radar. De repente se están escribiendo o ya se escribieron.

–Pero no con esta exageración…

–No con esta exageración. Es un abuso, casi. Pero eso era lo que me interesaba. Últimamente estoy tendiendo a abusar en todo sentido. En Asociación ilícita hay un abuso de pies de página. Me he vuelto más radical con cosas que ya venía practicando desde mi primer libro.

–¿Y esta radicalidad a qué obedece?

–A que, creo, manejo mejor las herramientas. Creo que poco a poco, libro a libro, texto a texto, a punta de ejercitarme, consigo tener más dominio de cada elemento: ritmo, juego de palabras, uso de la jerga. Y varios más que, como te digo, están presentes desde Manual para cazar plumíferos. De hecho, en ese libro hay cosas que también están acá, solo que aquí explotan. Recuerdo, por ejemplo, que Agreda decía sobre Manual para cazar plumíferos que tenía mucho lenguaje soez… Imagínate si leyera esto (risas). Decía que había demasiadas relaciones sexuales explícitas… si leyera esto.

–Otro juego constante en tus libros que aparece acá también es el jugar con la idea del Leonardo Aguirre personaje, a pesar de que no lo sea en realidad; pero sí tomas material autobiográfico, digamos.

Ya en Manual para cazar plumíferos hay un cuento, “Mi vida en Beatles” en el que ficciono a partir de mi biografía y, además de mi relación con los Beatles, mi relación con las mujeres, en general. En este caso hay eso, pero el procedimiento es inverso. Acá hay un personaje al que le he metido cosas mías. En vez de comenzar con mi biografía y añadirle ficción, comienzo en la ficción y le he añadido a propósito biografía. Para provocar confusión, para que la gente no sepa cómo clasificar el libro, para que vuelvan a debatir sobre la autoficción.

–También tendencia a la provocación. Pienso en el protagonista y sus taras machistas, racistas y clasistas…

–Sí, es verdad. Pero fíjate que lo que pienso del libro no es lo que luego la gente piensa al leerlo. Yo pensaba, por ejemplo, que este libro sería abiertamente provocador contra el feminismo. Pero casi el primer elogio que recibí fue el de Ana Bustinduy, la española que regentaba la librería La libre y ahora regenta la librería del Centro Cultural de la PUCP. Ese fue el primer elogio. Y el de ella justamente que, como sabemos, tiene una militancia intensa. Intrigado, le escribí de inmediato al ibox para saber por qué no le parecía tan machista como yo pensaba que era. Y me dijo que no resultaba tan machista porque, uno: había bastante humor; el personaje no se toma bastante en serio; y dos: hay autocrítica, por parte del mismo protagonista, influenciado por la presencia de la editora que todo el tiempo le está recordando al protagonista sus excesos: el machismo, pero también el racismo, el clasismo…

–Además del juego autobiográfico, otra característica recurrente es la presencia del escritor como personaje y su relación con la creación y con el mundo que lo rodea. ¿Esto es consciente?

–No lo había pensado, realmente. Ahora que lo dices, sí, pues, se trata básicamente cómo el escritor se relaciona y cómo convierte en material literario todo lo que vive. Pero de eso sí no era consciente. No estaba en el programa inicial, digamos. De hecho, yo quería que hubiera lo menos posible de literatura. Salvo la referencia a libros y a amigos escritores, casi metaliteratura no hay. Casi no se habla de literatura. Hay bastante vida, bastante calle. Esa sí era una intención mía, hacerla lo menos literatosa posible.

–Pero al final la literatura está muy presente, desde la relación del protagonista con la editora que constantemente lo interrumpe para hacer anotaciones sobre su novela…

–Claro. Sí, pues. Y al final todo se resuelve en una presentación de un libro. Claro, en realidad allí fracaso… (risas).

–Finalmente, cómo ves tu obra. ¿Piensas en ella como una obra orgánica? Lo digo por todas las constantes que hermanan a tus libros, incluido Asociación ilícita.

–No, creo que inconscientemente vuelvo siempre a los mismo. Son las mismas cosas que me interesan siempre. Como decíamos, ya en el primer libro hay elementos que acá están exagerados. Vuelvo a los temas que me han interesado siempre. No puedo huir de mis obsesiones, tengo que escribir sobre ellas todo el tiempo.

leonardo aguirre en la librería del fce. / foto: cms.