Además de gran narrador –cinco libros de cuentos, como Horas contadas o Infiernos mínimos, entre otros, lo confirman–, Jorge Valenzuela Garcés es un apasionado estudioso de la literatura. A su faceta de catedrático universitario se suma una importante vocación ensayística. Prueba de aquello es la reciente publicación de La ficción y la libertad: cuatro ensayos sobre la poética de la ficción de Mario Vargas Llosa (Cuerpo de la Metáfora Editores/ Cátedra Vargas Llosa, 2017). A propósito de este libro surge una interesante charla en la cafetería de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.   

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–El leitmotiv de tu libro La ficción y la libertad está centrado en diferenciar la poética de la novela de una poética de la ficción en el trabajo literario de Vargas Llosa…

–Es verdad. Mis ensayos surgen del propósito de diferenciar entre lo que es propiamente la poética de la novela en Vargas Llosa de una poética de la ficción. Creo que diferenciarlas puede ayudar a entender el trabajo novelístico del autor peruano. La poética de la ficción vargasllosiana está constituida por aquellas ideas que constituyen sus reflexiones en torno a la imaginación, la fantasía y la memoria en la creación de historias, al papel que cumple la llamada “realidad real” en sus relaciones con la ficción o el modo en que las ficciones exploración en lo posible. Algo diferente a lo que es una poética de la novela, que tiene que ver con la técnica narrativa, con la composición propiamente dicha, con las influencias que ha recibido el autor, con la estructura del texto, con la concepción de la novela como instrumento de conocimiento o con las relaciones del género con corrientes como el realismo, la novela de caballería o con la influencia recibida de Flaubert, Arguedas, Onetti o de Faulkner.

–Señalas, por ejemplo, que para Vargas Llosa las libertades muchas veces se desarrollan gracias a las ficciones…

–Uno de los aspectos que más me interesa de la poética de la ficción vargasllosiana es el que le asigna a las ficciones la función de ampliar nuestra conciencia de lo que entendemos por libertad. Desde este punto de vista, la ficción sería un dispositivo, un operador de la realidad a partir de la cual exploramos en lo posible. La ficción, por ello, evidencia que la libertad implica un permanente enriquecimiento de la experiencia humana. Vargas Llosa llega a sostener que somos libres, y lo seremos aún más, gracias a las ficciones y que detrás del progreso humano, desde la constitución del individuo libre, se encuentra la ficción modelando nuestra conciencia de lo que somos. Para Vargas Llosa, las ficciones construyen ciudadanía y nos hace más sensibles a las diferencias. En suma, que son responsables de la construcción de la cultura.

–Resulta interesante que tu libro determine el punto de quiebre en el cual Vargas Llosa cambia de enfoque sobre sus concepciones políticas, quiebre que tiene consecuencias en sus ideas sobre las relaciones entre la literatura y la política.

–Ese punto de quiebre es conocido, se da a lo largo de los años setenta en los que Vargas Llosa da un giro radical desde el socialismo hacia el liberalismo político. Este hecho tiene consecuencias en sus creencias sobre la función de las ficciones literarias y su relación con la política, relación que durante los años sesenta era muy estrecha. A partir de los años setenta empieza a sostener que las ficciones no deben generarse en función de intereses políticos porque el reino de la ficción es el reino del individuo. Allí se afirman sus concepciones sobre los demonios del escritor. Vargas Llosa parte de la idea de que la dinámica política supone la negociación de una suma de individualidades que intercambian intereses y que, por ello, implica una negación del individuo. Nada más incompatible que reducir los intereses individuales a los políticos. A esto debe sumarse su interés por la naturaleza de la ficción. A fines de los setenta empiezan estas reflexiones que lo llevan a replantear cuestiones vinculadas con lo metaficcional y con las posibilidades de representar “fielmente” la realidad, posibilidades en las que creía desde su óptica realista.

–Es el momento en que deja de lado el proyecto de la novela total.

–Sí, ese proyecto aborta a lo largo de los años setenta. En esos años Vargas Llosa ya no cree en el principio hegeliano marxista que postulaba que solo representando la totalidad podía llegarse a la verdad, principio que está en la base de la poética del “boom”. De hecho, su concepto de verdad literaria cambia. En los ochenta su narrativa pone en cuestión los fundamentos de su realismo y se hace metaficcional.

–Desde los ochenta, Vargas Llosa se inclina por el desarrollo de personajes individuales cuya experiencia política los sume en el fracaso y la disolución…

–Es cierto. Eso tiene que ver con su conversión al liberalismo. La tesis es que cuando sus personajes se confrontan con la política, no hay posibilidad de éxito para el individuo. Allí está implícita la tesis de que ha llegado el fin de las utopías sociales o que estas llevan, inevitablemente, a la destrucción del sujeto. La idea de que el poder destruye al ser humano, forma parte de sus concepciones liberales, lo que no implica que no haya que luchar contra ese poder. Pero lo central es que en todas sus novelas se plantean personajes que luchan contra un sistema que los oprime.

–En el cuarto ensayo de tu libro te enfocas en el teatro de Vargas Llosa y cómo a través de él reflexiona, de manera más evidente, sobre los tópicos de ficción y realidad.

–El teatro es un espacio que le sirve a Vargas Llosa para vivir la experiencia de la inmersión ficcional. El proyecto de hacerse actor parte de la necesidad de vivir la experiencia de la ficción en toda su plenitud. Creo que es la experiencia que le faltaba. De hecho considera que el teatro es, frente a la novela, un género más propicio para simular la vida y hacer vivir con más intensidad esa ilusión al espectador. Por ello dice que el teatro es vida y ficción, ficción que es vida. De otro lado, es en el teatro en donde trabaja, por primera vez, la ficción como tema.

–Justamente, ahora que mencionas la faceta actoral de Vargas Llosa, recuerdo algo que él solía decir, que la literatura le permitía vivir otras vidas. El actuar sobre el escenario se podría entender como llevar al límite aquella experiencia de encarnar otras vidas.

–Él lleva ese deseo a su plena realización en el teatro, algo que experimentaba con limitaciones en la novela. Lo que busca es, como dice, lograr la inmersión, en cuerpo y alma, en el maravilloso mundo de la ficción. Cuando vive esa experiencia, llega a decir que se trata de un momento de indeterminación general en el que pierde la conciencia sobre el nivel de realidad en el que se encuentra.

–Con la aparición de su libro La llamada de la tribu (ensayo el que habla de su giro del comunismo al liberalismo, Vargas Llosa cierra su ciclo ideológico.

-Creo que el libro es un tributo a aquellos pensadores que le sirvieron para afirmarse en sus tesis sobre la libertad individual frente al poder del Estado o frente a cualquier forma de poder. Desde allí, tiene todas las justificaciones para defender la ideología liberal. De otro lado, los límites a los que ha llegado en defensa del individuo, se extienden, sin embargo, a la defensa del libre mercado y del sistema capitalista. Esa es la parte más polémica de su fe en el liberalismo, porque el capitalismo en América Latina tiende a ser excluyente e informal, bastante injusto.

–Finalmente, hace poco Vargas Llosa escribió en su columna Piedra de toque que el principal enemigo actualmente de la literatura era el feminismo, aunque luego, líneas después, señala que se refiere al llamado feminismo radical. ¿Cómo tomas estas reflexiones tú como escritor y académico ligado a la enseñanza?

–Creo que Vargas Llosa no está en contra de la igualdad de género y de oportunidades entre hombres y mujeres. Eso es algo esencial en el pensamiento liberal. Lo que creo que rechaza es la postura de las feministas que proponen la exclusión de ciertos autores y libros cuyo tratamiento de la mujer, según una perspectiva de lectura, proyecta la imagen de la mujer convertida en objeto o fomenta una relación de subordinación de la mujer frente al hombre. El que un sector de la academia se atribuya el papel de censor a través de una perspectiva crítica que subestima las posibilidades del lector de establecer una distancia frente a esas propuestas, creo que puede ser criticado. Por lo demás, hay que tener claro que la literatura no debería relacionarse con el lector como si se tratase de alguien a quien se debe depositar un mensaje definido en la cabeza. El carácter inestable de la realidad es esencial para entender el mundo. Desde esa condición, las ficciones deberían estar abiertas a la interpretación y tolerar todas las visiones, así no sean convenientes para ciertos sectores.

jorge valenzuela en la mítica facultad de lettras de san marcos. / foto: cms.