Paul Baudry, escritor peruano radicado en París, publicó el año pasado el afiatado conjunto de relatos El arte antiguo de la cetrería (Peisa, 2017). Se trata de cuatro relatos de largo aliento que evidencian a un autor en dominio de sus recursos expresivos. Tan es así que ha sido preseleccionado, entre los 15 mejores libros de cuentos, en el prestigioso Premio iberoamericano de cuento “Gabriel García Márquez” este año. Aprovechando su estadía en Lima, charlamos sobre su libro, sobre Ribeyro y sobre el Premio.  

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–¿Cómo se fue gestando el libro El arte antiguo de la cetrería, partiste de una idea o tema que los articule?

–En mi caso el procedimiento fue al revés, tuve muy claro rápidamente las historias que quería escribir, esbocé los argumentos en muy poco tiempo, no los textos sino únicamente las tramas. Y en realidad eran seis historias y no cuatro. Dos se quedaron fuera del libro y posiblemente las publique algún día. Con este conjunto de historias estaba muy claro el contenido. Y luego la redacción fue mucho más lenta, sobre todo la re-escritura y la corrección. Son textos que he reescrito muchísimo. Por ejemplo, “Miniatura de la muerte” es un cuento que retomé de cero porque me parecía que le faltaba verosimilitud. Y el trabajo en ese caso fue darle más cuerpo a la historia. Pero las tramas las tuve claro desde el comienzo, y luego me di cuenta que había una coherencia. No busqué la coherencia a partir del título, fue al revés: se presentaron estas historias. Empecé a trabajarlas y luego cuando escribí el primer relato, que le da título al libro, me di cuenta de que la metáfora de la cetrería funcionaba con todos los relatos. No intenté escribir alrededor de esa metáfora, sino que esa imagen se fue dando, se fue imponiendo dentro del primer texto y en las tramas siguientes.

–Hay una presencia de lo histórico en el libro y me preguntaba si eras un lector de historia…

–La historia es un relato, es una versión, como se dice, escrita por los vencedores. Es una versión. Ahora, si la versión es consensual, se convierte en una suerte de verdad compartida, pero sigue siendo una reconstrucción de causas y consecuencias a partir de eventos que podrían ser absolutamente inconexos. Por otro lado, he enseñado Historia latinoamericana durante varios años en la universidad y entendí muchas cosas del Perú y América Latina desde fuera, en este trabajo de investigación que hacía preparando mis clases. Intentaba colmar también una parte de mi formación. Me di cuenta que ese vacío la gente la llenaba en la universidad, porque en el colegio la enseñanza de la historia es bastante mediocre y patriotera y hueca. Entonces, un poco para colmar ese hueco empecé a estudiar por mí mismo. Pero el uso que hago de la historia no es un uso académico. Con la literatura no intento ilustrar una época, no intento tampoco ser coherente con la historia oficial. Lo que me interesa de la historia es esta noción de versión. Es decir, es un discurso posible de lo que sucedió, no es exactamente lo que sucedió. Y en ese desfase posible es que entra el soplo de la fabulación, digamos.

–Como sucede en “Miniatura de la muerte”…

–En el caso, por ejemplo, de “Miniatura de la muerte”, lo que me interesaba es el prejuicio que podían tener los dos principales personajes, Maria Reiche y Ray Bradbury, el uno hacia el otro. Sin conocerse. El sabe pocas cosas de ella, y lo poco que sabe son prejuicios, concepciones anteriores a un juicio. Y ella tampoco lo ha leído porque considera que la literatura es algo inútil, ella es una cartesiana convencida. Lo poco que sabe de él también son prejuicios. Es una historia sobre el intercambio de prejuicios que me parece mucho más interesante y rico que un discurso sobre lo que realmente hizo cada uno. Porque el prejuicio tiene una plasticidad que me interesa mucho literariamente. Y siento que soy, en cierta medida, un escritor del prejuicio, no un escritor prejuicioso, sino un escritor que utiliza el prejuicio como modalidad del discurso, como herramienta para entender el mundo, como una herramienta deformable. Y en esa plasticidad justamente es donde trabajo.

–Se ha hablado de una impronta ribeyriana en tu narrativa. Pero me despierta curiosidad, más allá de eso, cómo es tu relación con Ribeyro.

–Ribeyro es una persona con la que he vivido, prácticamente. Hice dos tesis de maestría, una sobre Dichos de Luder y otra sobre el aporte de Flaubert en Ribeyro. Y luego mi doctorado sobre la noción de clásico en Ribeyro. Son como seis años a tiempo completo sobre Ribeyro. Es muy difícil, como lo decía el año pasado cuando presenté el libro, definir mi relación con él porque es alguien que tengo dentro de mí. Cuando a Ribeyro le preguntaban si prefería París o Lima, decía que no podía elegir porque ambas formaban parte de él como sus pulmones, su páncreas y no tenía ningún tipo de juicio estético sobre sus órganos. Algo así me atrevería a decir, en el sentido de que tengo muy metabolizado a tal punto que podría determinar cuánto podría estar en mi trabajo más allá de libro.

–¿Y sobre la figura de escritor de Ribeyro?

–Como escritor creo que es un modelo de honestidad hacia el trabajo literario. Alguien entregado en cuerpo y alma, literalmente. Una suerte de auto-combustión de su cuerpo en la literatura. Es un tema que me interesa mucho y que aparece en Solo para fumadores, por ejemplo; alguien que conforme escribe se va destruyendo, se va consumiendo y transformando en cierta medida en su obra. Para mí Ribeyro es un modelo ético, un modelo literario y ético. Una de las cosas que más admiro, y con lo que probablemente puede tender un puente, espero, cómo alguien que ha vivido cuarenta años fuera del Perú ha podido calar tan hondo en lo peruano. Ribeyro es uno de los tres autores favoritos de la currícula escolar pública. Funciona perfectamente. Los profesores lo siguen utilizando. Cuando lees el cuento “Los gallinazos sin plumas”, que es del 55, en el 2018, te das cuenta que está vigente. Sucede con dos escritores: con el Inca Garcilaso, que imagina al Perú desde España y con Ribeyro que lo imagina desde París. Creo que hay algo de la peruanidad que logran captar a pesar de la distancia. Y es un ejercicio que compartimos e intentamos compartir quienes estamos fuera.

–Finalmente, ¿qué significa para ti como autor estar preseleccionado entre los mejores 15 libros de cuentos del prestigioso Premio Gabriel García Márquez?

–Es una gran satisfacción y estoy muy contento por el libro que vuela con alas propias, estoy contento por la editorial, también (Peisa), por la confianza que han tenido conmigo desde el comienzo, pero es todavía una etapa de una carrera que recién empieza. El libro ha sido preseleccionado entre los 15 mejores libros de cuentos de América Latina este año. Al final será un ganador y cuatro finalistas. Pero ya es un orgullo que sea el único libro peruano en esta preselección. Por lo pronto toco madera y soy paciente.