Alejandra Costamagna, una de las autoras chilenas más reconocidas de la actualidad, pasó por Lima, invitada a la Feria del Libro Ricardo Palma –que ha vuelto al tradicional Parque Kennedy, en Miraflores– para presentar la re-edición de su novela Dile que no estoy (Estruendomudo, 2018). Una novela que nos sumerge en la relación filial de un padre y un hijo y de la que no podemos salir indemnes. Una novela estupenda. A propósito de ésta, charlamos con Alejandra, en un hotel miraflorino. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–¿Cómo surge Dile que no estoy? ¿Sueles partir de una imagen particular?

–En mi casi siempre escribo a partir de imágenes. Y en el caso de Dile que no estoy recuerdo al menos dos imágenes o situaciones que me estuvieron dando vueltas al inicio. Una es el recuerdo de una frase de una frase que me contaba mi mamá que había dicho su padre, es decir, mi abuelo, que fue “no voy a hablar más”, que luego replico en la novela. La decisión de un día para otro no hablar más, que en ese caso respondía a lo que hoy llamaríamos depresión. Pero en ese tiempo no tenía ese nombre. Lo habían jubilado del trabajo, oficial de correo en Argentina. Y se queda con un poco más de 50 años sin vida. Me intrigaba eso de saber que las palabras están tan vinculadas a los actos traumáticos, el papel que juega el silencio. Y la otra es como más vinculada con el argumento mismo de la novela, es una imagen de la película Sonata otoñal de Bergman, en el que la madre, una pianista famosa, llega a ver a la hija, una hija muy pusilánime, extremadamente tímida y sometida a la estrella de esta madre. Y la hija, para sorprender a la madre, le dice que después de comer le tocará una pieza que ha preparado para ella. Le toca un Nocturno de Chopin. Y uno ve la cara de soberbia de la madre mientras escucha. Y cuando termina de tocar la hija. Se produce un silencio enorme y luego le dice: “Hija, lo que pasa es que tu confundes el sentimiento con el sentimentalismo. Eso me pareció brutal. Porque marca esa fractura de esa relación filial y marca también un poco algo que luego está en Lautaro, el protagonista de la novela, que es esta frustración como artista que comienza con todas las expectativas de ser el artista en el que el sentimentalismo queda relegado. De alguna forma hay como una división entre la alta y la baja cultura. Roberto Carlos, en este caso es como la basura, y hay que aspirar a la música clásica, a la música tradicional. Y el está en un mundo híbrido en el que se pasea por los dos extremos. Esas imágenes fueron muy potentes al momento de escribir el libro.

–La novela gira en torno a la relación filial de Lautaro con su padre, Miguel.

–También podría pensar en una tercera presencia que habita el libro, que es Felisberto Hernández, un escritor que admiro mucho, me gusta la plasticidad de su prosa, me gusta su forma de acercarse al tema de la memoria; pero también me interesa el personaje de un escritor periférico, pianista que además tocaba en cines de barrio. Y en esa configuración, tenía dos cosas: las ganas de trabajar con ese personaje, Lautaro, que es un ser pusilánime, frágil, que no responde a ningún parámetro de construcción de sujeto prototípico del macho latinoamericano. Tiene un desajuste con la masculinidad que se espera. Y por otra parte me interesaba el tema de la relación filial, que es algo que está presente en lo que he escrito, padre e hijo, como ese modelo se ve resquebrajado también por algo que ocurre por debajo, ese proceso de transición chilena a la democracia. Es un velo que va en paralelo con la transición del personaje, de su adolescencia a su adultez, y por otra parte como se reconfigura la relación de este padre con este hijo al momento que deciden dejar la provincia y emerger a la capital.

–La novela presenta una estructura de saltos temporales. ¿Tuviste un plan previo o la estructura fue apareciendo en el camino?

–Lo fui descubriendo en el camino. Me interesaba eso sí, trabajar con los silencios, con aquello no dicho y en aquello no dicho, había una zona temporal no dicha. Algo que no sabemos qué ocurre. No quiero adelantar mucho, pero hay una fractura entre el padre y el hijo. Y esa parte me parecía que no de tenía que explicitar, no me interesa indagar tanto en él, en la herida y cómo fue suturada esa herida, sino más bien en cómo a partir de la herida hay unas consecuencias. El tipo que ahora es antisocial, misántropo que vive un poco en su mundo. Entonces la estructura se fue dando sola cuando al momento de escribirla. Soy mucho de probar voces, probar perspectivas, probar tiempos verbales, como una especie de laboratorio permanente, que creo está hasta el momento que entrego el manuscrito.

–Mencionas lo del silencio, aquello no dicho, que el lector puede deducir. Y pienso que eso es una constante en tu narrativa, está presente en tus cuentos también.

–Sí, creo que tiene que ver conmigo como lectora, lo que me resulta más atractivo, y que es pensar que el lector puede completar, participar activamente, de alguna forma seguir una ruta de lectura más abierta. No dar todo masticado y cerrado. Creo que tiene que ver con eso.

–Finalmente, ¿qué significa para ti que la novela, que apareció originalmente en el 2007, vuelva a reeditarse bajo el sello de Estruendomudo?

–Me gusta mucho la idea de darle una nueva vida a un texto. Sobre todo por darle nueva vida territorial. La novela fue publicada por Planeta, pero a veces las grandes editoriales pueden ser sellos que se quedan en su único territorio. Planeta Chile no se mueve de allí. Y lo bonito con Estruendomudo es que la novela vuelve a estar en los dos lugares, Chile y Perú, en este caso.

alejandra costamagna en hotel miraflorino. / foto: cms.