Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Apenas tres libros de cuentos le bastaron a Samanta Schweblin para situarse como una de las voces narrativas más personales e interesantes de la actualidad. Libros que, además de los elogios de la crítica y los lectores, le valieron importantes premios. En el 2014 sorprendió con una estupenda novela breve, Distancia de rescate.
Ahora nos presenta una nueva novela: Kentukis (Literatura Random House, 2018). A diferencia de Distancia de rescate, que tiene elementos fantásticos –como lo tienen varios de sus cuentos–, en esta nueva entrega la autora explora los territorios de la ciencia ficción. La trama está situada en un futuro cercano, aparentemente, en el que se ha empezado a comercializar unos aparatos llamados Kentukis. ¿Qué es un Kentuki? Es una suerte de mascota electrónica, un muñeco (conejo, dragón, oso, etc) que se mueve con autonomía pues es manejado desde cualquier parte del mundo por otro usuario. Es decir, uno puede ser amo o kentuki. Uno puedo comprarse el aparato o comprar la instalación del programa con el cual manejar uno de esos muñecos.
La novela está articulada en base a varias historias –ya sea de amos de kentukis o de operarios de éstos– que se van intercalando a manera de textos breves –un formato en el cual Schweblin se mueve con gran destreza–. Fragmentos que luego van adquiriendo una inusitada fuerza al ir conformando una mirada panorámica de cada una de los hilos narrativos.
Vemos, por ejemplo, la historia de una mujer mayor a la que su hijo le ha regalado el programa para manejar uno de esos Kentukis que a su vez ha sido comprado por una muchacha en otro lugar del mundo. Emilia observa a través de la cámara (los ojos) del Kentuki a su “ama” Eva, aquella joven que luego entabla una relación sentimental con una suerte de vividor, para sorpresa y angustia de Emilia. Algo similar ocurre con otros personajes que tienen un Kentuki y que dejan que aquel aparato, aquella mascota (que en realidad es otro ser humano) se inmiscuya en su vida, en su intimidad. Aquella dicotomía vouyerismo/exhibiocionismo que podemos apreciar a través de las redes sociales, llevado a un punto extremo. Y nosotros los lectores nos convertimos, también, de alguna manera, en fisgones de los personajes, de ambos, amos o kentukis. Y advertimos –y aquí está creo el gran tema de la novela– al drama de la soledad de los personajes, seres perturbados emocionalmente que se vuelven dependientes de la relación que establecen ya sea con sus amos o sus kentukis, dependiendo de qué lado de la pantalla estén. Hasta qué punto la tecnología no hace más que ahondar en la soledad que padecemos, aunque estemos conectados con miles de personas.
Si bien algunas de las historias se cortan y no continúan, otras sí lo hacen, generando una especie de dependencia también respecto a lo que va a ir sucediendo y sobre lo que vamos descubriendo. Un gran manejo del suspenso por parte de la autora. Sin ánimo de caer en el spoiler, los finales de las historias no sólo son insospechados sino que golpean, como mazazos de realidad.
Por momentos pensaba en los cuentos de No somos cazafantasmas de Juan Manuel Robles (estupendo libro de relatos), pues ambos libros nos hablan de un futuro no lejano, un futuro que puede estar a la vuelta de la esquina. Y eso es lo más inquietante. Lo aterrador. Kentukis es una estupenda novela que una vez que se encamina se vuelve vertiginosa y ya no puedes detener su lectura. Samanta Schwblin es, sin duda, una de las voces narrativas más deslumbrantes que he leído en la última década.