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Thorndike: El caso Banchero

RESEÑA | Guillermo Thorndike. El caso Banchero (Planeta, 2019), 420 pp.

Publicado: 2019-07-01

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR 

Esta no es una reseña convencional. Y no lo es porque el autor, Guillermo Thorndike, el gringo, no fue un escritor y un periodista convencional. Por otro lado, debo añadir que tuve el privilegio de conocerlo y, además, trabajar con él, teniéndolo de director en dos aventuras periodísticas. Aprendí mucho viéndolo en acción, queriendo emularlo en ciertos aspectos y, en otros, debo decirlo también, intentando no hacerlo.

Supe de Thorndike desde muy pequeño, cuando dirigía Página Libre y mi padre era el jefe de diseño del diario. Algún tiempo después leí con avidez adolescente Los topos, esa gran crónica sobre la fuga de terroristas del MRTA de un penal de máxima seguridad durante el primer gobierno aprista. Y aunque nunca se lo dije, tras esa lectura empecé a darle vueltas a la idea de ser periodista. Por aquel tiempo, hablamos por teléfono algunas veces, cuando al llamar a mi padre a casa yo contestaba y él, siempre amable, propiciaba una breve conversación.

Lo conocí personalmente unos años después, yo había terminado la carrera de comunicaciones y hacía unas semanas que había empezado a trabajar en el diario La razón. Una tarde llegué a la redacción y nos informaron que había cambio de timón y que nos presentarían al nuevo director. Y allí estaba él, con esa desbordante humanidad y esa sonrisa entre pícara y cínica. A los pocos días me nombraría editor de la sección cultural –de la que prácticamente no me moví en mi periplo periodístico, en los diarios en los que estuve luego (Liberación, Expreso y Correo; como editor en el primero y como una suerte de editor adjunto en Expreso, gracias al entrañable Ismael Pinto, y en Correo, gracias a mi gran amigo Manuel Eráusquin)–.

Ahora que tengo en mis manos una reedición de su libro El caso Banchero (Planeta, 2019) –un clásico del periodismo literario peruano, una especie de precursor; un libro que fue luego adaptado al cine–, caigo en cuenta que ya son diez años sin su presencia, sin su hilarante y estruendosa risa, sin sus gritos destemplados. Y qué mejor manera de recordarlo que leyéndolo nuevamente. El caso Banchero es una crónica estupenda, brillante, que conjuga periodismo y literatura. La prosa de Thorndike me resulta inigualable. Pocos periodistas alcanzan ese nivel. El asesinato del magnate Luis Banchero Rossi tenía todos los elementos para una novela y el gringo, con ese gran olfato, la vio clarita. Y, por supuesto, tenía el talento suficiente para urdir un gran libro, con una estructura de novela, con raccontos, saltos el tiempo a través de los cuales nos da más luces del personaje, de su vida, del país y de la época. Un gran despliegue de información narrada con esa intensidad y esos fraseos tan propios de su genialidad.

Guillermo Thorndike tuvo errores, sin duda, como los apunta Umberto Jara, en el estupendo prólogo que acompaña la nueva edición de El caso Banchero: un gran perfil del gringo; sin embargo, sus méritos resultan indiscutibles: escribió y publicó su primer artículo en Caretas siendo apenas un escolar, dirigió su primer diario siendo un veinteañero, llevó a La República –de la que también fue director– a sus máximos topes de venta. Y solo por mencionar algunos de sus logros periodísticos.

Es por ello que celebro la iniciativa del Grupo Planeta de reeditar El caso Banchero y, además, de iniciar con esta publicación la Biblioteca Thorndike, con nuevas reediciones de sus libros: El año de la barbarie, El revés de morir, Los topos, entre otros. Aprovecho estas líneas para lanzar una modesta sugerencia, el rescate de otro gran periodista y escritor: Jorge Salazar, autor de por lo menos dos clásicos del periodismo literario: Poggi, la verdad del caso y La ópera de los fantasmas. Y, también, de esa gran novela policial La medianoche del japonés (basado en un caso real).

Hoy, que releo El caso Banchero y me deleito con su pluma, no he podido evitar recordarlo en su oficina de director, escribiendo sus editoriales, no los políticos, sino lo otros, aquellos que hablaban de la vida, de la literatura, de los amigos. Como aquel texto sobre Sabina al que había empezado a escuchar. Ese es el Thorndike que mi memoria atesora, el que me llamaba a su oficina a charlar apenas llegaba al diario y me veía: “Vamos, Sotomenor…”, en jocosa alusión a su amistad con mi padre y para diferenciarnos. Gracias por todo, Guillermo, por las charlas y enseñanzas en los diarios, en tu casa, con tus tortugas, tu perro y tu gato que se creía perro, según decías, entre bromas. Gracias por tu afecto y por tu amistad.

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Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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