Escribe Carlos M. Sotomayor | Foto: Internet. 

No recuerdo quién me habló por primera vez sobre la narrativa del chileno Arturo Fontaine. Lo que sí recuerdo es que me propuse en aquel momento leer su novela La vida doble. No lo hice. Y la lectura se fue postergando indefinidamente bajo la marea de otras tantas lecturas que por razones diversas suelen tomar por asalto mi mesa de noche. Quizás por ello, cuando me enteré que venía a Lima, para participar de la FIL 2019, me dije, entusiastamente, “tengo que leerlo”. Busqué entonces entrevistarlo. A pesar que no presentaba ninguna novela nueva –como periodista me suele acompañar esa búsqueda implícita del pretexto noticioso–. No importa, basta con que venga a la FIL para entrevistarlo, aunque la entrevista se circunscriba a La vida doble. Esa novela que ansiaba leer desde hace mucho, como he mencionado.

Si bien las editoriales me suelen enviar sus novedades y, teniendo en cuenta que ésta novela de Fontaine no lo era, me dirigí al stand de Planeta a comprar un ejemplar. Allí me encontré a mi amigo Víctor Ruiz y a manera de charla le conté mi propósito. Lo que no me esperé es que, luego de unos cuchicheos inaudibles por mí con sus compañeros de la editorial, el buen Víctor no me dejara adquirirlo y, por el contrario, me hiciera entrega de un ejemplar en nombre del equipo de Planeta. Mi gratitud con todos ellos, si duda. Dado que la entrevista con Fontaine estaba pactada para el día siguiente, enrumbé a mi pequeño departamento sanborjino a leer. Me bastaron las primeras páginas para quedar atrapado por la historia planteada por el autor chileno. Y así, las páginas se fueron sucediendo al igual que las horas sin que me percatara de aquello.

Los muchachos que coordinan el tema de la prensa de la FIL nos presentaron al día siguiente. El reloj marcaba inexorablemente las 12:40 pm y una de las primeras frases que soltó Fontaine fue “tenemos poco tiempo, debo irme a un almuerzo”. Yo hacía poco que había terminado otra entrevista y me apuré con la instalación de mis instrumentos de rigor –léase un pequeño trípode, mi cámara-celular y mis dos micrófonos tipo pecheros–. Y charlamos. Le dije que era un gusto entrevistarlo por primera vez y que quería centrarme en una de sus novelas: La vida doble. Apreté el acelerador mental y empezamos la charla que terminó unos 8 o 10 minutos después. Mientras me firmaba mi ejemplar, y mientras yo aprovechaba para guardar mis equipos, me preguntó si escribía. Mi respuesta afirmativa era lo que, al parecer, esperaba escuchar. “Ha sido una entrevista muy literaria, me ha gustado mucho”. Y seguimos charlando mientras esperaba el ascensor, que casi pierde por la plática. Nos despedimos por segunda vez y se marchó.

En esta parte del relato me viene a la mente mi admirado y apreciado amigo Fernando Ampuero y una entrevista que le realizara en los ochenta al célebre poeta beatnik Allen Ginsberg. Quienes hayan leído ese estupendo libro de crónicas y entrevistas Gato encerrado de Ampuero, podrán intuir lo que viene a continuación. Problemas técnicos estropearon la entrevista que Fernando le hiciera al autor de Aullidos. Aunque rescató un par de preguntas que vienen en el libro mencionado. Me pasó lo mismo. Aunque en mi caso solo pude rescatar un par de minutos iniciales previos a la conversación literaria. La cámara solo registró una charla previa en la que Fontaine me pregunta por Iván Thays y su clásico Moleskine.

No pude rescatar, por ejemplo, cuando le dije que La vida doble era una novela sobre la traición y que a pesar de la traición de la protagonista me resultaba difícil condenarla, que por momentos llegaba a empatizar con ella, incluso. “Buena tu lectura”, me dijo y me contó algunos detalles más que no recuerdo. Pero lo que está muy presente, casi de manera indeleble en mi memoria, es la novela. Y es que se trata de una novela de cuya lectura difícilmente salgas indemne.

La vida doble (Tusquets, 2010) relata la vida de una mujer chilena que empieza siendo guerrillera en la Chile de la dictadura pinochetista y que luego vira hacia el otro lado, el del enemigo. Lo interesante es que la historia de esta mujer (Irene, Lorena, la cubanita: nunca revela su verdadero nombre) la sabemos porque ella, hacia el final de su vida, ya anciana, decide contársela a un escritor para que escriba un libro. No un libro de no ficción como se le llama ahora, no un reportaje, le aclara, sino una novela. Y aquí se podría abrir todo un tema de apasionada discusión. Pero no ahora. Decía que Fontaine plantea la novela así: la mujer le narra su vida al escritor. De esta manera, la novela está narrada por Irene (o Lorena o la cubanita) que todo el tiempo se dirige a alguien, al escritor. Y a partir de ese relato que se va armando entre los recuerdos que ha rescatado ella y otros que va inventando para llenar aquellos vacíos. Algo que hacemos todos en algún momento.

La trama arranca con la escena en que ella, durante una incursión del grupo al que pertenece, Hacha Roja, es capturada por los agentes de seguridad nacional. Y allí empieza una parte de su drama. La crueldad de los interrogatorios a los que es sometida, en una celda, asustada, desnuda, a merced de sus captores y de la muerte latente. Irene ha sido entrenada y resiste hasta cierto punto. Encuentran su talón de Aquiles: su hija. Y allí sí se quiebra. Y la vencen. El clic, el giro, el cambio de timón. Cambia de bando y empieza a ser parte del enemigo y empieza a colaborar para apresar a sus antiguos camaradas. Pero para ese momento, ya sabemos más de su vida, es una muchacha culta, que lee libros, que recita poemas de memoria. Conocemos su infancia difícil con un padre ausente. Nos enteramos que ha tenido una hija en una relación en la que se aprovecharon de ella. Y luego nos enfrentamos a sus miedos, a sus temores de ese nuevo presente, de su enamoramiento de uno de sus captores ahora convertidos en compañeros.

Fontaine me contó acerca del origen de la novela: un caso real. Aunque un escritor no suele contarle a nadie lo que se está escribiendo, confesó que en una ocasión se lo contó a un amigo que luego de escuchar de qué iba la novela lo puso en contacto con una mujer real que había hecho ese tránsito: de un bando al otro, y que vivía con otra identidad en el exilio. Y esa mujer, con la que se entrevistó, le sirvió para definir la novela. Pero esto, para mí al menos, es un dato curioso más. Nada sustancial. No interesa qué es verdad y qué no lo es en este libro. Lo que tenemos al frente es ficción, es una novela poderosa porque nos confronta, porque resulta una indagación sobre la condición humana. Hacia el final pasará algo con ella, internamente, en una escena crucial para intentar entenderla un poco y que no explicaré para no espolearla. Lo que sí, que La vida doble es una novela notable de Arturo Fontaine, que merece leerse con atención y sin prejuicios.

Cuando Fontaine estaba ya en el ascensor del Hotel Los Delfines, rumbo al primer piso para abordar un taxi que lo llevaría a un almuerzo con otros escritores invitados a la FIL, antes que las puertas se terminen de cerrar, le lancé una inquietud como una carnada: ¿estás escribiendo algo? “Estoy por cerrar una nueva novela”. Estaremos atentos.

la vida doble

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Dedicatoria


Arturo Fontaine en la FIL (con Charlie Becerra y Daniela Ramírez).

Foto: cms.