Carla Guelfenbein acaba de publicar en Chile, hace apenas unos meses, su nueva novela La estación de las mujeres (Alfaguara, 2019). Ella es, sin duda, una de las voces más interesantes de la narrativa latinoamericana actual. Basta señalar que en el 2015 obtuvo el Premio Alfaguara de Novela con su libro Contigo a la distancia. Sin embargo, ella ya tenía una obra más que interesante –con títulos como El revés del alma, La mujer de mi vida, El resto es silencio y Nadar desnudas–. Ahora, gracias a la magia de la internet, pude charlar con ella sobre su estupenda nueva novela.     

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: CMS

–El libro presenta varias historias que se van intercalando y que tienen como protagonistas a un grupo de mujeres. Y en ese sentido, me parece que algo que une a esas mujeres, entre otras cosas, es que todas ellas emprenden o se encuentran en búsquedas que pueden ser determinantes para ellas. ¿Lo ves así?

–Absolutamente. Cada una de ellas hace un camino, algunas hacia el entendimiento, otras hacia la oscuridad. Margarita, el personaje principal, por ejemplo, se enfrenta a su propia existencia, supeditada a un marido distante y ausente. Sabe que debe hacer algo, que debe actuar ya, porque su propia vida está a punto de desaparecer en la nada. Tal vez lo que subyace en todas estas historias es la noción de que al fin y al cabo, el arma más poderosa del patriarcado no es su violencia, sino su universalidad, su persistencia, y su capacidad obstinada y eficaz de hacerse pasar por “normalidad”.

–¿Cómo fue el proceso de encontrar esa estructura fragmentaria que recorre y articula tan bien todo el libro?

–Comencé a escribir esta novela durante una temporada que me encontraba varada en Manhattan. Eran días de caminar sin rumbo, de conversar con desconocidos, de quedarme horas en el rincón de un café observando, escuchando, tomando notas de aquello que llamaba mi atención. En este escenario surgieron las cinco mujeres de esta novela, y la realidad y la ficción comenzaron a entremezclarse. Anne, por ejemplo, la conserje que un día desaparece, es una chica con quien me encontraba todas las mañanas a las puertas del lugar donde me hospedaba, y con quien, sin que ella me dirigiera nunca la palabra, sentí se fue tejiendo una complicidad. O Elizabeth, la chica que en 1946 huye de su casa para estudiar literatura en Columbia y que hace el amor con un hombre mayor todas las tardes en un cuarto, surgió de una imagen, la de mi propia ventana que daba a la calle, a través de la cual escuchaba los sonidos de la ciudad. O Margarita, la mujer que aguarda -sentada frente a las puertas de Barnard College- ver aparecer a su marido cogido del brazo de una de sus estudiantes para hacer estallar su vida.


–Para la novela anterior la figura de Clarice Lispector fue muy importante. ¿Cómo así decides introducir como una de las historias del libro la de Gabriela Mistral y su relación con Doris Dana?

–La presencia de Doris Dana y Gabriela Mistral en la novela es tan fortuita como la del resto de los personajes. Ya estaba embarcada en el proyecto de escritura, cuando descubrí que Doris Dana había visto por primera vez a Gabriela Mistral en Columbia, cuando la poeta viajó a dar una conferencia allí. Al escucharla, Doris Dana se quedó prendada de ella y le escribió. Fue así como se inició una historia de amor turbulenta que duraría hasta la muerte de la poeta. Leí las cientos de cartas que Gabriela le envió a Doris, y en ellas descubrí un aspecto casi desconocido de la Mistral: su pasión, sus desesperación amorosa, sus celos, su humor, y al mismo tiempo, la presión sicológica que ejercía sobre Doris, 25 años más joven que ella. Me interesaba mostrar ese aspecto de la Mistral, un aspecto que ha sido vedado y encubierto bajo la imagen de una mujer casi virginal, aburrida, desprendida de lo carnal, que no responde en absoluto a su verdadera naturaleza. Creo que conocer este aspecto de ella, nos otorga una mirada diferente y esencial sobre su obra.

–Evidentemente, La estación de las mujeres no es una novela feminista; sin embargo, permite que se generen a partir de ella debates y discusiones muy interesantes e importantes.

–Es interesante que digas que no es una novela feminista. Y tienes razón. Porque no creo en la literatura que antepone las ideas a su propia esencia: la de narrar historias. Pero sin embargo, cuando pones en escena a un grupo de mujeres y sus vidas, es imposible no describir las dificultades que enfrentan como mujeres. Sexualidad, trabajo, sentido de vida, añoranza de un lugar propio, enamoramiento, sumisión, el sinsentido y el abandono, son instancias que abordo en la novela desde el lugar que cada una de estas mujeres ocupa en el mundo. Hace un siglo y medio, Barbara Welter cifró el “Culto a la vida doméstica” en donde se identifican los cuatro pilares en torno a los cuales se definía el espacio que ocupaba la mujer: la piedad, la pureza, la sumisión, y la domesticidad. Conceptos que aún hoy resultan dolorosamente familiares. Unos de los personajes de La estación de las mujeres dice: “Esperar es desaparecer”, y tiene razón, llevamos demasiado tiempo silenciadas, aguardando en un rincón a que nos saquen a bailar.

–Finalmente, La estación de las mujeres es una novela distinta a tus novelas anteriores. Esto me lleva a preguntar qué vendrá luego. Es decir, esta nueva forma de narrar marcará de alguna manera una influencia en tu manera de encarar tus próximos proyectos literarios?

–Cada proyecto literario tiene sus propios desafíos, sus propios caminos, y el proyecto en el cual estoy embarcada ahora, es muy distinto a esta novela. Es una historia de amor trágico, que le da a la narradora la oportunidad para reflexionar sobre el eterno tema del amor pasional. La verdad es que creo que el peor plagio de un escritor es el plagio a sí mismo. Habiendo dicho esto, en el proceso de escritura de La estación de las mujeres, sentí una libertad que estoy segura constituye hoy un territorio conquistado que no abandonaré.