Luego de Matate, amor, La débil mental y Precoz, la escritora argentina Ariana Harwicz, considerada una de las voces narrativas más interesantes de la actualidad, presenta Degenerado (Anagrama, 2019), la historia del proceso judicial de un hombre acusado de pedófilo. Ariana reside desde el 2007 en Francia y, gracias a la tecnología (léase gracias al whatsapp), pudimos charlar brevemente sobre esta nueva novela. Desde las alturas de unos viñedos, y a pesar de un malestar en la garganta que le hacía forzar la voz, Ariana contestó algunas interrogantes surgidas de la lectura de su fascinante y perturbadora novela.  

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto: archivo personal de la autora

–Siempre me da curiosidad la génesis de las novelas. ¿Cuál fue el punto de partida de Degenerado?

–Siempre es un poco falaz, un poco mentira establecer un punto de partida, incluso varios en una novela porque creo que tiene que ver con infinidad de visiones, infinidad de pensamientos de la vida. Puede ser un cuadro, una película, un pensamiento que surge de algo imprevisto. Conceptualmente creo que el punto de partida de degenerado son los discursos políticos de los grandes fascistas de la década del 30 en Europa: Mussolini, Hitler, Stalin. Esos discursos que después derivaron en discursos de genocidas, de políticos o de guerrilleros de otros países, o de otros años, de otras décadas, surge como una retórica exaltada, vivaz, festiva. Y también surge del discurso de los acusados, ¿no? Violadores, pedófilos, asesinos; de ese discurso que los protege de la acusación. Surge de eso, de las grandes tribunas.

–La novela, planteada como un soliloquio, toca un tema controversial: la pedofilia. Pero me parece que la novela va más allá de eso, apunta, creo, a una reflexión en torno a “la acusación” o a plantear qué lleva a un hombre a convertirse en un “monstruo”.

–Creo que sí. Cada vez estoy más convencida de que es un poco falaz, un poco falso determinar una novela por el tema. Por su puesto no vamos a negar que Lolita se trata de un amor con una menor, ¿no? Y no vamos a negar que Crimen y castigo se trata del asesinato, de la ley y de la culpa. Pero creo que después la novela es mucho más, como vos decís, Degenerado no es sobre la pedofilia, no trata sobre la pedofilia como tema, como enfermedad, como perversión. Creo que trata sobre la naturaleza de la ley versus el hombre. Sobre la naturaleza del deseo y si el deseo es posible de ser legislado o no. Y qué le pasa al hombre con esa ley. Quizás trata sobre el enfrentamiento entre el hombre, sus pulsiones y la ley. Tiene que ver con esa guerra oculta que hay entre ley e individuo.


–Si bien, como decía, el tema es perturbador, uno no puede dejar de leer quizás por ese trabajo con el lenguaje, medio poético. Y que además es una constante en tu narrativa. Al menos en las dos novelas que he leído (Matate, amor y La débil mental).

–El trabajo que hago con el lenguaje, o las torsiones, las deformaciones y todo ese trabajo con la palabra, con el fraseo, con la gramática, una vez más, es el trabajo que hace este personaje con su propia defensa, con su propia acusación, esa noción de castigo. Creo que va de la mano. Este hombre se defiende de esta manera. Este hombre usa este lenguaje, se sirve de esta gramática para desentenderse de la acusación, para defenderse y para gritarle al mundo quién es él. Entonces creo que no pueden separarse el hecho de que ese lenguaje no sea un lenguaje realista, sino poético, o extrañado, como de ciencia ficción, como salido del mundo. No puede separarse de los intentos de un hombre, en este caso de este personaje, por gritar su inocencia. Es un poco la artillería que él tiene, su arma. Así como un hombre puede defenderse con cinco ametralladoras, en un juicio los acusados se defienden con la palabra. La palabra como arma.

–En esta novela también apelas a la primera persona pero la diferencia es que capa adoptas la voz de un personaje masculino. En una época de luchas feministas, es una apuesta por una mirada al universo masculino actual, por decirlo de alguna manera.

–Sí, me parece que más pasó el tiempo desde que la publiqué y más entiendo, creo, el gesto que implica para mí la novela. Es decir, trato yo misma de ir contra la corriente. Y en una época en donde los libros escritos por mujeres toman la voz y la mirada y el personaje de una mujer, en épocas de libros sobre víctimas, me parecía interesante cruzarme de bando, ir hacia algo que para mí era muy difícil, muy riesgoso, muy aventurero. Escribir no es otra cosa que eso. Ir hacia lo desconocido y hacia la aventura. Lo antiprograma. Y tratar de ver cómo piensa un hombre. Y no solo un hombre, sino un hombre acusado. Y no solo un hombre acusado, sino un hombre acusado de una gran perversión, el tabú de este siglo y del siglo pasado. Me parecía entonces que meterse en la boca del lobo, meterse allí donde no hay que meterse, justamente porque no es lo usual, no es lo más cómodo, sino justamente lo más difícil, parece justamente que ese ejercicio de escribir así, en esas condiciones casi infrahumanas, como de guerra, así, a la intemperie, digamos, era lo más honesto que podía dar.