La potencia narrativa de Fernanda García Lao es inobjetable. Esa capacidad de instalarnos, a través del lenguaje, en el terror la sitúan, sin dudas, como una de las veces literarias más importantes de la actualidad. Luego de su elogiada novela Nación vacuna (que vino a presentar en Lima tiempo atrás), García Lao publica un nuevo conjunto de relatos: El tormento más puro (Emecé, 2019), un libro muy logrado que, esperamos, pueda llegar muy pronto a nuestras librerías. Pese a la distancia, gracias a la tecnología pude charlar sobre el libro con Fernanda, quien me contesta desde Buenos Aires. 

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR / Foto: CMS

–Me da curiosidad el origen de los libros. ¿Cómo surge El tormento más puro? Al leer el libro uno advierte que existe una organicidad. ¿Pensaste previamente en esto o fueron apareciendo los cuentos y luego notaste que podían conformar un volumen orgánico?

–El origen de El tormento más puro fue el cuento que le da título al libro. Ahí se sugiere que el territorio de la escritura es el objeto mismo del relato. Escribir para inventar el mundo pone en cuestión la realidad de lo vivido, impacta en las emociones, traza una ruta que compromete el orden, que pone en duda. Crear lo que no hay es una especie de locura, desmiente lo cotidiano, turba la estabilidad. Y, por otro lado, asoma la pregunta del yo. Quién es ese que dice. Escribo travestida, asumo otros cuerpos, otras voces, sin borrarme del todo. Ese modo, sumado al extrañamiento del lenguaje, organizó la aparición de los relatos siguientes. Quería un tormento para cada uno. Una confesión en el límite de la oscuridad, que incluyera cierta pureza, no en el sentido de virtud sino de originalidad, de principio.

–He leído Nación vacuna pero también el conjunto de cuentos Cómo usar un cuchillo y hay algunos temas recurrentes como el de las relaciones familiares. Pero sobre todo por esa mirada sobre las sombras de lo familiar, aquello que no se quiere ver o mostrar.

–La familia como institución me parece un terreno a dinamitar. Es un organismo dedicado a confinar, por mímesis, al que llega, a un sistema de creencias determinado que no permite la disidencia. Que se haya identificado con lo amoroso es un misterio. Si bien hay excepciones, el ámbito de lo doméstico suele ser el laboratorio de los terrores sociales: el humillado puertas adentro se desquita afuera, y viceversa. Me parece que los vínculos son capitales a la hora de pensar un texto.

–En muchos de los cuentos de El tormento más puro, el tema de la muerte está muy presente.

–La muerte es el relato. Empujar un discurso hacia su final plagia la idea de que todo es finito. No existe la eternidad en la ficción. Hay que terminar. Por otro lado, no se me ocurre ninguna obra de arte que no sugiera la muerte. El ciclo de lo vital se recrea: nacimiento, desarrollo y muerte es igual a principio nudo y desenlace. Pero claro, el orden debería estar pervertido para no provocar cansancio. Los textos ordenados reproducen lo que ya sabemos y por eso se agotan rápido.


–Si bien algunos relatos tienen cierta onda fantástica y otros son más de corte realista, sobre todos reina una atmósfera de terror.

–Creo que vivimos a diario la sensación de lo terrible, que negamos para seguir viviendo. Me gusta trabajar en esa confluencia de lo inesperado y lo reconocible. No irme del todo a lo imposible, que el relato sea anfibio y nade o camine entre mundos. Inscribirse mucho en el terror aniña los textos. Buscar el miedo no me sale, prefiero que el miedo ya esté, de entrada.

–¿Cómo surge tu interés por este tipo de literatura de terror? ¿Algunas lecturas influyeron?

–No hago terror en el sentido genérico. Tampoco leo circunscribiéndome a la calificación. Me interesa más Fleur Jaeggy que Stephen King. Los límites están desdibujados, las formas también. Me gusta pensar en la dislocación, en la obturación de la luz, en la sonoridad del fraseo. Ir medio a oscuras imita tal vez esas noches, de cuando era chica, en que la casa en mitad de la noche parecía un bicho, o yo era el bicho. Y las cortinas se movían levemente por el verano. Esos instantes de misterio me ponían entre el deseo y la perturbación. La vida se hacía más intensa, menos mía, una entidad a conocer, un secreto.

–Para terminar, hay en tus libros, al menos en los tres que llevo leídos, un cuidado por el lenguaje. Me pregunto si tiene relación con tu interés por la poesía. De hecho, has publicado un par de poemarios.

–Yo escribo por eso, para escarbar en el lenguaje. Las tramas sin cierta filosofía del fraseo no me interesan nada. Contar un cuentito por el cuentito en sí me parece más moral que literario. Romper el discurso, apurarlo, dar vuelta al sentido es la tarea que más aprecio. Pero claro, se requiere del esqueleto, de la dirección. Un texto sin urgencia y sin motor es un texto muerto.