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Banville: El mar

RESEÑA | John Banville. El mar (Alfaguara, 2019), 202 pp.

Publicado: 2020-03-23

Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR 

John Banville (Irlanda, 1945) es un autor al que sigo desde hace buen tiempo. Específicamente desde el 2012 cuando publicó la estupenda Antigua luz. Quienes lo han leído más y mejor, me recomendaron El mar. Por esta novela obtuvo, en el 2005, el codiciado Premio Man Booker. Lo anoté en mi Moleskine como un pendiente. Varios años después, en medio de la cuarentena Covid-19 y aprovechando una reedición de Alfaguara, saldo aquella deuda.

El mar es una novela brillante. El pasado y la memoria conforman el gran tema que atraviesa todo el libro. El protagonista y narrador de la historia es Max Morden. Y el autor nos presenta espléndidamente la historia en tres tiempos. El presente, en el que Max es un hombre de edad madura que decide no solo volver a pasar una temporada en un pueblo costero, en una vivienda de arrendo en especia –llamada El Cedro–, sino, fundamentalmente, dar una mirada hacia atrás, al pasado, para detenerse en dos épocas que han marcado su vida. Un momento de su infancia, en ese mismo balneario, en el que conoce a la familia Grace, especialmente a Chloe. Y el momento de la enfermedad y muerte de Anna, su esposa.

Uno de los méritos de la novela está relacionado, precisamente, con la destreza de Banville de entrelazar estos tres saltos temporales continuos a través de una narración continuada sin ningún bache, casi como una pieza de relojería, diría. En un momento de la novela, Max –el Max en edad madura– charla con su hija y le habla del Prado, es decir, del chalet de los Duignan en el cual los Grace pasaron un verano. “Vives en el pasado”, le inquiere Claire, su hija. Max, mientras nos cuenta eso, reflexiona al respecto: “… el pasado supone para mí un refugio”. Aquí, justamente, otra particularidad de Banville. En sus novelas la reflexión es una constante y, me animaría a decir, un hilo conductor que las articula. Es decir, a través del desarrollo de ideas, las líneas argumentales discurren.

Max ha llegado, entonces, retomando la historia, a un punto en su vejez en el que requiere repasar –como una suerte de balance para poder entender su vida, quizás– esos dos momentos específicos. Su infancia en aquel verano junto a los hermanos y gemelos Grace, sobre todo con Chloe Grace, con la que tiene sus primeros escarceos sexuales y va descubriendo las pasiones. Pero sobre todo, creo, porque aparece la muerte. La primera gran confrontación con la muerte. Y eso se relaciona, por supuesto, con el otro momento que la memoria le trae: la penosa enfermedad y posterior muerte de Anna, su esposa. Muertes que regresan a él en ese momento crepuscular de su vida. ¿Por qué la necesidad de rememorar aquellas muertes? Casi hacia el final de la novela, descubrimos, por una referencia del narrador, de Max, que no sólo ha decidido recordar esos momentos sino escribirlos (en el libro que tenemos en manos). La mujer que regenta El Cedro le obsequia una pluma, la misma que, confiesa Max, es la que está utilizando para escribir lo que leemos.

La figura del mar es muy poderosa en la novela, por eso se entiende el título. No me detendré en esto, sin embargo, por riesgo de espolear demasiado. Concluyo diciendo que leer El mar (Alfaguara, 2019) ha sido una experiencia fascinante. Y como sucede con este tipo de experiencias gratas, uno las quiere compartir. Si aún no la han leído, háganlo. No se arrepentirán.

EL MAR (ALFAGUARA, 2019)

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Escrito por

Carlos M. Sotomayor

Escritor y periodista. Ha escrito en diarios y revistas como Expreso, Correo, Dedo medio, Buen salvaje. Enseña en ISIL.


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